LA HABANA, Cuba, julio (173.203.82.38) – Algunos intelectuales tienen la facultad de olvidar el papel de censores que jugaron en diversas publicaciones culturales del país. Y hasta asumen el de mártires por el contenido de sus obras.
Los poetas y escritores Iván Gerardo Campanioni, Guillermo Rodríguez Rivera y Víctor Casaus, fundadores en 1966 del suplemento literario El Caimán Barbudo, junto a Luis Rogelio Nogueras, Froilán Escobar, Félix Guerra, Raúl Rivero, y otros, aún lanzan coletazos en defensa de una revista que desde sus inicios sirvió a las peores causas de la política cultural cubana.
En uno de los homenajes por el cuarenta y cinco aniversario de la primera edición, tanto Campanioni como Casaus, sobrevivientes de los ataques de otros saurios, elogiaron la trayectoria de la publicación.
Durante sus intervenciones en la velada que se realizó en el Centro Cultural Pablo de la Torriente Brau, ambos pasaron por alto las campañas difamatorias lanzadas desde las páginas del Caimán contra quienes no comulgaran con la nueva estética revolucionaria.
Como si fuera poco, fingieron olvidar el oportunismo que sólo en contadas excepciones no asumieron los integrantes del suplemento en los conflictos de intereses generados por ocupar los más altos niveles de influencia en la cultura nacional.
No fueron diferentes a la mayoría de los intelectuales. Sus integrantes heterosexuales se desatendieron del destino de los gays; los blancos, de la suerte de los negros reivindicadores; los ateos, de las vicisitudes de los católicos y demás creyentes, y los pro soviéticos, del camino de los que se oponían al realismo socialista, como resumiera la época Desiderio Navarro en su conferencia “La política cultural del período revolucionario: memoria y reflexión”.
La primera misión que realizaron los integrantes del Caimán fue atacar a los escritores de la revista Orígenes, denunciar a Heberto Padilla, Antón Arrufat y otros representantes de la Generación del 50, “portadores del virus del diversionismo ideológico”. También los jóvenes escritores y artistas proclives a la extravagancia, es decir, aficionados a las melenas, los Beatles y los pantalones ajustados, así como a los evangelios y los escapularios, fueron víctimas de sus coletazos.
Además, declararon una guerra contra los creadores que consideraron reaccionarios, y sus maquinaciones costaron más de una víctima en las depuraciones universitarias.
En las últimas décadas su función no ha variado. Cómplice de la censura de artistas y escritores que muestran en sus obras otra visión de la realidad, el Caimán apenas mueve la cola para refrescarse.
Sólo quienes mordieron y luego fueron víctimas de sus mordeduras le rinden homenaje hoy. Para sobrevivir dentro de las aguas turbias de la revolución, se han tendido al sol, con los ojos cerrados, la boca abierta y sin hablar, como auténticos caimanes de la cultura nacional.
Porque, contrario a lo que reza el proverbio sobre los perros: Caimán sí come caimán, aunque se indigeste.