LA HABANA, Cuba -Ya que no podíamos esperar más de lo que dio, habrá que aceptar como positiva la celebración, en La Habana, de la Primera Jornada Cubana Contra la Discriminación Racial, organizada bajo el patronato del régimen. En principio, lo que sus propios voceros oficiales anuncian como un logro, es decir, el esfuerzo por colocar los intereses de la lucha contra el racismo en el espacio público, es algo que hicieron ya, desde hace mucho, los activistas de organizaciones disidentes como el CIR (Comité Ciudadano por la Integración Racial), pero de cualquier modo no está mal que -aun como estrategia politiquera- el régimen asuma.
Habría resultado cuando menos alentador que aunque sea uno solo de los muchos intelectuales antirracistas de la oficialidad que participaron en este evento, propusiera legalizar o tolerar al menos los esfuerzos que desde hace años desarrollan los activistas antirracismo del CIR y de otras organizaciones al margen, obligadas a desplegar sus tareas en la ilegalidad, so pena de represalias violentas y de cárcel por parte de las fuerzas represivas de la dictadura. El gesto, en todo caso, pudo haber honrado la frase que escogieron para presidir la Jornada: “Hablar de discriminación duele. No hablarlo, nos divide”.
Pero ha quedado dicho, no es lógico esperar que el almácigo nos dé mangos maduros.
Lo cierto es que ya desde sus inicios, la Primera Jornada Cubana Contra la Discriminación Racial comenzó a oler a queso. Mientras el secretario del Consejo de Estado del régimen, Homero Acosta, elevaba una farisea declaración en la ONU, abogando por erradicar el racismo, la discriminación, la xenofobia y la intolerancia, los antirracistas oficiales le hacían el juego, desde La Habana, convocando a una jornada contra la discriminación racial, destinada –dijeron- a “facilitar el diálogo cultural a favor de los derechos para la construcción de una ciudadanía afrodescendiente con más inclusión y equidad”.
Toda política se funda sobre el ardid de ocultar reales intenciones mediante discursos de contracandela, que anteponen la falsa demagogia como cortina de humo para la realidad. Pero en nuestro caso, lo verdaderamente bochornoso radica en que algunos intelectuales y artistas (sobre los que alguien dijo, con lenguaje de carnicero, que son el corazón y la cabeza de la sociedad) incurran en el ridículo de hacerle la pala al discurso de la dictadura política.
Ni siquiera les apenó contradecir tan flagrantemente la historia oficial, cuando hablaban sobre la necesidad de construir una ciudadanía afrodescendiente con más inclusión y equidad. Pero ¿acaso no habíamos quedado en que eso ya lo hizo la revolución?
La realidad, oculta detrás del humo, es que son vergonzosos los resultados que en materia de inclusión y equidad para los afrodescendientes obtuvo el gobierno revolucionario, estable e inamovible durante más de medio siglo, con poder absoluto sobre todas las instituciones y el dinero, y con subvención económica que le venía por chorros desde Europa del Este. Es esta una inferencia que el régimen oculta en forma tozuda e irracional, motivo por el cual la prensa y la historiografía oficiales, así como los estudiosos, académicos e intelectuales que abordan el tema antirracista desde las estructuras del Estado, se ven en el penoso -y a veces cínico- papel de violentar la historia, interesados aún más en hallar justificaciones y rodeos que verdades concluyentes.
La dictadura revolucionaria de Fidel Castro, con absolutidad y recursos sin parangones en la historia de nuestro hemisferio, no hizo todo lo que debía y mucho menos todo lo que pudo por transformar esencialmente el vil legado del esclavismo. La prueba (si no existieran tantas otras) está en la misma convocatoria que lanzaron ahora desde La Habana los intelectuales y artistas oficialistas.
Otro detalle, tan palpable y escandaloso como el anterior, se aprecia en que, luego de haber desperdiciado la mejor coyuntura y las más idóneas condiciones materiales con que ha contado un gobierno a lo largo de toda nuestra historia para enfrentar la miseria económica y la postergación social que sufrieron desde hace siglos los cubanos negros, el régimen parece resuelto a seguir incurriendo en una de sus viejas aberraciones, la posesión monopolizadora del discurso antirracista, y para colmo, con el eco de sus intelectuales.
De hecho, resulta demasiado casual que la convocatoria para la Primera Jornada Cubana Contra la Discriminación Racial haya coincidido con el anuncio de la cuarta edición del Foro Raza y Cubanidad: Cuba, Pasado, Presente y Futuro”, que organizó el CIR, y cuya celebración hubo de ser anunciada pocos días antes que la Jornada, para los días 11, 12 y 13 de diciembre.
Por cierto, el Premio Tolerancia Plus, con que el Foro Raza y Cubanidad galardona cada año a personas e instituciones modelos en la lucha por el respeto a la diferencia, fue otorgado este año al intelectual oficialista Tomás Fernández Robaina, a quien el CIR reconoce por dedicarse a investigar, difundir y enaltecer la historia verdadera y la enorme contribución de los afrodescendientes a la conformación de la nación y la rica cultura de nuestro país.
Es curioso y altamente revelador que mientras los antirracistas disidentes premian a un representante del antirracismo oficialista, todo lo que ellos digan o hagan aquí, en materia antirracista, cuenta a priori con la desaprobación del régimen. No importa cuán legítimos sean sus fundamentos y cuán bien intencionadamente se proyecten. Basta que contravengan en algún mínimo detalle lo que quieren escuchar en la Raspadura del Comité Central del Partido, para que sean sentenciados como actitud revisionista o aun contrarrevolucionaria, cuando no cómplice o mercenaria al servicio del enemigo extranjero.
La estela de abusos, intolerancia, injusticias, difamaciones, maltratos físicos y psicológicos, cárcel y marginación social que han sufrido los activistas cubanos del antirracismo que se oponen a la política del régimen, es algo que por sí solo bastaría para dudar de la transparencia del discurso oficial sobre el tema antirracista y además sobre la integridad moral de sus cómplices entre artistas e intelectuales. La represión policial contra eventos e iniciativas antirracistas de carácter pacífico y con proyección incluyente, conforma otro largo capítulo de esta historia que a fuerza de ser inaudita, debe resultar de muy difícil comprensión para quienes no han explorado a fondo la realidad cubana del presente.
¿Podíamos esperar entonces que durante su jornada contra la discriminación racial, los intelectuales y artistas oficialistas solicitaran o rogasen al menos ante sus comandantes en jefe la legalización de estos auténticos luchadores por la construcción de una ciudadanía afrodescendiente con más inclusión y equidad?
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