LA HABANA, Cuba, junio, 173.203.82.38 -La revista TIME ha publicado el pronóstico de uno de esos expertos sabios de la metatranca, según el cual, para el año 2045, o sea dentro de 33 abriles, la especie humana será superada por la inteligencia artificial. Así que nuestro cerebro (que todavía es menos conocido que la luna por los científicos) va a quedar en desuso, obsoleto, listo para el tacho de los desperdicios. Tal vez sea una buena noticia para los caciques del régimen cubano. Aunque faltaría por ver si les interesa. Que no en balde ellos les ahorraron el trabajo a la ciencia, desde hace mucho tiempo, al declarar obsoletos los cerebros de sus gobernados.
Si nos atenemos solamente a los sabiondos futurólogos como el de TIME, y a los malbaratadores del cerebro humano, como nuestros caciques, muy bien nos convendría dormir con un ojo abierto y encomendándonos a todos los santos, no sea que derive en siniestra pesadilla el sueño que soñaremos esta noche.
Debe ser porque siempre lo teníamos delante, como la clásica zanahoria, a un palmo de la nariz, tan pregonado como inalcanzable, sobrepasándonos a un ritmo de sesenta segundos por minuto, pero el futuro, además de una palabra maltratada en todas las consignas, había llegado a convertirse para nosotros en un paliativo, una suerte de tentempié, como esos suplementos vitamínicos que nos mandan los parientes de Miami, los que, si bien no llenan el vacío en los calderos, ayudan a mantener las suelas sobre el suelo mientras el palo va y viene.
En el modo en que los cubanos de a pie percibíamos el futuro, iban mezclados, complementándose, tanto quizá como en ningún otro caso, nuestra capacidad de ilusión y nuestro sentido práctico. Por eso, aun cuando no faltasen motivos, muy rara vez asumimos el futuro en plan dramático, y menos como un ente misterioso, sino como a esa tía casada con un finlandés que ha prometido venir a visitarnos.
Pensar, para cualquiera de nosotros, era pensar en el futuro, o sea, pensar que mañana sería mejor que hoy porque nos acercaba a pasado mañana. Era una forma pobre, pero era nuestra forma de aliviar el drama de lo cotidiano. Entre las profecías apocalípticas de Fidel Castro y el chino de la charada, quien nos predice el número que va a salir en la bolita, y gracias al cual quizá podamos resolver el desayuno del día siguiente, optamos sin titubeos por la Rifa Chiffá del chino. A fin de cuenta, nunca hubo noción de futuro que pudiera convencernos completamente si no traía incluido el desayuno de mañana en la mañana.
Era un punto de vista muy justo. Además, portador de nuestra única expresión de disidencia generalizada. Un ejercicio de libre albedrío ante los asaltos embrutecedores de la dictadura, que afinca su poder en la monopolización mental y en el ayuno del presente, limitándose a vendérnoslo como promesa de porvenir.
Pero algo grave parece estar ocurriendo aquí últimamente. Es como si todos a un tiempo, sin previo acuerdo, nos hubiéramos dados por vencidos, haciendo dejación de lo único que nos quedaba: nuestra muy particular perspectiva de futuro.
Estamos dejando de pensar en el mañana, lo cual, en nuestro caso, equivale a dejar de pensar. Es justamente por pensar sólo en el hoy, en el ahora mismo (o sea, por no pensar), que procuramos en masa subirnos a un avión, sin que importe ya hacia dónde nos lleve, o nos vamos sin irnos, con el alma en vidriera, dispuestos a vendérsela no al mejor postor sino al que más a mano nos queda, que es el propio régimen, en su nuevo disfraz reformista. Y debe ser por eso que hemos adoptado la inopia y el marasmo espiritual como signos de identidad.
Tal vez habría que decir, con Paul Valéry, que uno de nuestros más serios problemas del presente consiste en que el futuro ya no es lo que era. Como a otras tantas perlas patrimoniales que hemos ido perdiendo de vista a lo largo de las últimas décadas, parece que empezáramos a considerarlo una cosa antigua.
Te llaman porvenir porque no vienes nunca, nos profetizó desde su cima un gran poeta, al que nunca prestamos demasiada atención. Por suerte. Porque más esperanzador que el porvenir, era, hasta hace poco, nuestra manera de concebirlo. Así como infinitamente más descorazonador que el hecho de no tener futuro, es hoy para nosotros, dadas las circunstancias, dejar de pensar en futuro.
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