LA HABANA, Cuba, junio, 173.203.82.38 -El poblado habanero de Jaimanitas es pródigo en borrachos y locos. El Chapi pertenece a ambos gremios. Se le ve siempre hurgando en la basura. Recolectando objetos que tal vez en su imaginación constituyan valiosos trofeos. Cantando o recitando poemas. Hablando con lenguaje culterano. Pero sobre todo, con la caneca de alcohol en la mano, dándose buches largos por la calle.
Cuando las casas del pueblo abren sus puertas cada día, los latones de basura muestran la ruta insoslayable del Chapi. Recolecta en una bolsa los restos de alimentos que encuentra, algunos le sirven para sobrevivir y otros se los lleva a Crispín para las gallinas, a cambio de que le rellene la caneca.
Este loco-borracho es un buen conocedor de la poesía antillana y la recita con una entonación peculiar, asombrando a todos con su prodigiosa memoria, que le ha hecho famoso en Jaimanitas.
Pero El Chapi no toda la vida fue un loco, ni beodo. Muchos dicen que fue el mejor chapistero que ha dado La Habana. Los chapistas, que hoy están haciendo fortuna con el negocio de restaurar autos, reconocen que no les llegan ni a las chancletas al Chapi.
“Es el único al que enviaron a estudiar a la Unión Soviética”, dicen todos, cuando les pregunto por el pasado del Chapi, que es oscuro, y alrededor del cual se ha tejido una especie de leyenda en el pueblo.
Los más viejos cuentan que era un magnífico operador de grúas. Fue seleccionado para pasar aquel curso, y, a su regreso, comenzó a trabajar en el Ministerio del Interior, bajo la batuta directa de Furry. Pero otros añaden que llegó más alto, hasta los autos del propio comandante en jefe.
La involución repentina ocurrió de la noche a la mañana. Nadie sabe por qué. Y luego de permanecer una temporada en el hospital siquiátrico Mazorra, regresó a su casa ya sin memoria. Se dedicó a vagar por las calles, sin bañarse, sobreviviendo de la basura.
Aunque no es un loco violento, los muchachos del barrio lo importunan para que se enfurezca y los persiga y les tire piedras. Pero en sus momentos de lucidez, echa al aire ramilletes de ideas, frases, sentencias filosóficas, o recita ¿Por qué Sabás la mano abierta?… ¡Esa negra fuló…!, mientras se sumerge en la basura, donde siempre encuentra algo que lo hace feliz.
Cuando le dije que me importaba su historia, se mostró entusiasmado. Acababa de encontrar, a la entrada de la playa, un viejo par de zapatos que, aunque no eran su número, igual los iba a llevar. Arrodillado y con su trofeo levantado al aire, dijo que era importante que resaltara en el texto su agradecimiento a la basura, pues lo mantiene vivo.