LA HABANA, Cuba, octubre, 173.203.82.38 -A toda prisa tiran bicicletas, cubos y carritos de mano sobre la arena, y se lanzan al mar en loca carrera. Los asombrados bañistas no entienden la razón de la estampida.
Algunos se lanzan tras ellos y los siguen dando fuertes brazadas para llegar a tiempo. ¿A tiempo para qué? Aunque no ven embarcación alguna en el horizonte, piensan que hay que actuar rápido para no ser capturados por los guardacostas, porque suponen que los que nadan delante con tanta rapidez van a abordar alguna lancha rápida que los viene a recoger para huir del país. Ha sucedido muchas veces y no hay porqué perder la oportunidad de ganar un lugar en la imaginaria lancha.
Los esperanzados que así piensan se equivocan: los nadadores son pescadores tras el cardumen de sardinas. Quien llegue primero podrá tirar su atarraya y capturar. No hay segunda oportunidad. La mancha de sardinas huirá y habrá que esperar pacientemente desde la orilla otro acomodo de la mancha, por eso tienen tanta prisa.
-Se juntan deporte y trabajo. Deporte con reglas no escritas pero de gran movimiento, nadar, correr o caminar kilómetros por la arena, moviéndonos al paso de la mancha. Usar astucia, nadar sin espantar las sardinas. El atarrayero que lo avizora primero, oculta el descubrimiento del cardumen. Se lanza cuando lo tiene a tiro, bracea para llegar primero que los demás. Los que llegan después deberán conformarse con las sardinas que escapan. Surgen rivalidades y discusiones entre los pescadores, como en cualquier deporte, pero la sangre no llega al río, digo, al mar”, explica Edelmis Olano, un atarrayero de 29 años residente en Guanabo.
-¿Siempre desde la orilla?
-Siempre. Cada vez tenemos que nadar más lejos, hondo, peligroso, tras las sardinas. La pesca intensiva, y tantos bañistas chapoteando, las ahuyentan. Los cardúmenes están distantes. Si tuviéramos cámaras (neumáticos) llegaríamos más rápido, sin asustar las sardinas, pero los guardafronteras nos prohíben usarlas porque piensan que podemos emplearlas para huir del país. También afirman, sin pruebas, que las cámaras son robadas. Si alguien la usa, el guardacosta suena el silbato, obliga a regresar y con una bayoneta destroza el neumático.
-Una vez caminé varios kilómetros por la playa tras un cardumen, hasta Tarará, un área donde hay un condominio estatal sólo para extranjeros. Me detuvieron. Alegué que no vi custodio ni cartel de advertencia y que las playas son públicas, según la Constitución. Ni caso me hicieron, me pusieron una multa de doscientos pesos y la tuve que pagar, dice Olano.
Olano pasa a otro asunto.
-El problema mayor está con las redes. El estado no las vende y, poquísimas veces venden hilos de nailon. Tampoco venden soga, plomos, ni nada. Las plomadas las tenemos que hacer de baterías de auto desechadas. El nailon se entresaca de correas en desuso de maquinarias, o lo tenemos que comprar carísimo a revendedores. Solo dos personas en Campo Florido se dedican a las atarrayas: mi tío, Castillo, que las fabrica, y Laco, que las remienda.
-¿Qué hacen con la pesca?
-Vendemos la cubeta a cuatro dólares, para comer o como carnada. Si caen peces grandes en la tarraya ganamos más.
El estado vende pequeñas cuotas de pescado racionado a las personas con dieta médica. O demasiado caro en pescaderías dolarizadas. Los peces criados en embalses no tienen demanda, por su sabor a tierra.
-¿Da para vivir la pesca de sardinas?
-Ayuda, pero hay que completar los ingresos con otras labores.
Antes de amanecer, con mar tranquila y pocos turistas que azoren las sardinas están Edelmis, Pedro Luis, Castillo, Tabaco, Laco, Chichí y una decena más, alrededor de un cocotero contándose anécdotas salpicadas de mentiras mientras observan de reojo el posible cardumen para ser el primero y el más veloz en lanzarse al agua.