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Muere otro joven cubano en el Servicio Militar

Ciudad de México, México.- Maikol Arcia Hernández, natural de Güines, Mayabeque, se suicidó en la tarde de ayer viernes, 26 de mayo mientras cumplía con el Servicio Militar Obligatorio.

La denuncia la publicó en Facebook un usuario que se identificó como abuelo del joven. Julio César Correa denunció que su nieto había comentado sus pensamientos suicidas previamente, por lo que la familia se lo comunicó a uno de los jefes de la unidad donde estaba recluido. La respuesta de este fue restarle importancia al asunto y asegurar que eran solo “malcriadeces”.

“Mi nieto Maikol se quitó la vida en el horario comprendido de la 6:00 pm, en el servicio obligatorio de este país. Quiero aclarar que mi nieto tenía problemas mentales, lo cual nunca se valoró. Hace tres meses me comentó que se iba a quitar la vida de un tiro, hablé profundamente con él, al tercer día le hago saber al capitán Yordany está preocupación mía, como padre de familia, el cual me manifestó que eso era malcriadeces”, escribió el señor en sus redes.

Julio César asegura que le pidió personalmente a dicho capitán “que no le entregara arma a su nieto, “pero el oficial no entendió y lo puso a hacer posta en un sitio donde se encuentra armamentos y municiones”.

El cuerpo de Maikol fue levantado del lugar de lso hechos cuatro horas después y su familia pudo verlo sobre las cuatro de la madrugada.

El familiar cuestionó quién respondía por un joven muerto. Ningún jefe de esa unidad, la “6244 pertenece a liberación San José de las Lajas” dio la cara a la familia.

Capturas tomadas del grupo No más muertes en el Servicio Militar

Según la ley de Defensa Nacional, en el Decreto-Ley 224, los ciudadanos del sexo masculino entre los diecisiete y los veintiocho años deben cumplir el Servicio Militar Activo por un plazo de dos años. En el caso de los que alcanzaron plazas universitarias este período se reduce a la mitad, pero sigue siendo forzado. El Servicio Militar ha sido obligatorio en Cuba desde junio de 1963, como respuesta, según el gobierno, a una posible invasión norteamericana que nunca ha ocurrido.

En cambio, lo que sí ocurre cada año es que miles de jóvenes, algunos menores de edad, salen de sus casas para unidades militares o de trabajo que operan estructuras de mando despóticas e impositivas. En estos espacios los muchachos no solo están expuestos a tratos degradantes que los pueden afectar de modo irreversible, sino también a desenlaces fatales.

A pesar de que el gobierno cubano no expone estadísticas al respecto y silencia el tema en medios de comunicación, Maikol Arcia Hernández no es un caso aislado. Durante los últimos años la prensa independiente ha divulgado varios registros de muertes en el servicio militar.

En la mayoría de los casos documentados la causa de deceso oficial fue lesiones autoinflingidas.

Julio César pidió justicia para su nieto y pregunto: ¿Hasta cuándo vamos a seguir aguantando? Este dolor es para toda la vida.

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“En el Servicio Militar te matan y no te pagan, te ponen a trabajar y no te pagan”

Servicio Militar

LA HABANA, Cuba. – “Se pensaba que el Ejército era una especie de escuela para la vida de los hijos. Supuestamente, allí lo mismo se disciplinaba a los rebeldes que se endurecía a los flojos”, así resume Esteban Vargas Quintana la creencia de los padres cubanos que sobrevino tras el establecimiento del Servicio Militar obligatorio. 

Según narra, en la década de los 60, 70 y hasta los 80, “se decía que se marchaba un niño y regresaba un hombre”, a pesar de los daños físicos y psicológicos que sufrían los hijos durante ese proceso de “maduración” obligada.

En 1963 la Ley 1129 estableció el Servicio Militar General ―como se le llamó inicialmente― para todos los hombres comprendidos entre los 15 y 25 años, por un periodo de 36 meses. Vargas recién cumplía 16 cuando en 1965 fue reclutado por una comisión militar que visitó el barrio rural donde vivía, en Matanzas. 

No hubo chequeos médicos, rememora el entrevistado; solo un discurso político y par de clases sobre cómo manipular un fusil. Su primera misión fue vigilar las cordilleras del norte de Pinar del Río, como parte de un pelotón de imberbes (uno de sus integrantes ni siquiera había cumplido los 15 años). 

“Se trataba de defender a la Patria e integrarse a la nueva sociedad. Los que se negaban o daban problemas iban presos o de cabeza para las UMAP (Unidades Militares de Apoyo a la Producción), a pasar el Niágara en bicicleta. No duraron mucho (las UMAP, 1965-1968), pero después inventaron otras maneras de joder”, relató Vargas. 

En esos momentos, el régimen había sobrevivido a la incursión de la Brigada 2506 y la llamada Crisis de los Misiles de octubre de 1962, mientras en el Escambray y otras regiones del país varios cubanos habían tomado las armas contra del castrismo, que manipuló la conjunción de estos sucesos para sustentar la necesidad del Servicio Militar obligatorio.

La idea de una fábrica permanente de soldados, a la vez, se sustentó en las oportunidades de formación técnica, profesional y laboral que ofrecían las Fuerzas Armadas a los jóvenes.

El Servicio Militar no permanecería por muchos años, aseguró Fidel Castro en un discurso pronunciado el 19 de abril de 1968, con motivo del séptimo aniversario de la invasión de Bahía de Cochinos. No obstante, su continuidad nunca estuvo amenazada.

Entre los pocos cambios realizados, el más notable llegó en 1994 con la Ley de Defensa Nacional, que redujo el tiempo de servicio a 24 meses para los reclutas que no habían obtenido una carrera universitaria, y a 14 meses para aquellos con pase a la enseñanza superior.

En mayo pasado, la funcionaria del Ministerio de Relaciones Exteriores (MINREX) Yissel González García aseguró en las Naciones Unidas, ante el Comité de los Derechos del Niño, que en Cuba no se reclutaban niños y que los hombres eran libres de elegir si pasaban o no el Servicio Militar. 

Sin embargo, el organismo internacional entiende que los menores de 18 años aún son niños, y en Cuba el proceso de reclutamiento comienza a los 16 años con la inscripción en el Comité Militar correspondiente al área de residencia. Incluso, muchos inician a los 17 el periodo de preparación física, política y militar conocido como “Previa”.

Fusil o trabajo

En 1973, la implementación de la Ley 1253 (Ley del Ejército Juvenil del Trabajo) articuló un instrumento para enviar a la agricultura y a la construcción, fundamentalmente, a jóvenes con limitaciones físicas y psicológicas para la preparación militar, o con problemas de actitud por cuestiones de ideología, religión, sexualidad o “comportamiento antisocial”. 

Las muertes de los últimos años, las historias de abusos, el hambre que experimentan los reclutas y el tiempo robado a los hijos transformó en miedo y rechazo la antigua conformidad de los padres.

El fallecimiento en agosto pasado de cuatro reclutas que pasaban el Servicio Militar como bomberos, en el incendio ocurrido en la Base de Supertanqueros de Matanzas, reforzó el rechazo general de los jóvenes y sus familiares a los nuevos reclutamientos que cada enero y julio efectúan los Comités Militares de cada municipio. 

A propósito del llamado que inició el pasado mes, dirigido a pre-reclutas que pasarán dos años de Servicio, CubaNet recopiló algunas opiniones de jóvenes en edad de recibir la citación para presentarse en los chequeos médicos previos a la incorporación a las unidades asignadas.

En el municipio Cerro, Radamel Labrada Mesa mencionó que sucesos trágicos como los de la Base de Supertanqueros pudieran repetirse y cobrar nuevas vidas. Él prefiere que al Servicio Militar solo asistan jóvenes movidos por la vocación.

“Yo no iría de ninguna manera, eso es una pérdida de tiempo y te puedes morir como les pasó a los muchachos de Matanzas. También te pueden mandar a la guerra, esta gente es medio loca y nunca se sabe. Que vaya el que le guste”, agregó Labrada.

Gonzalo Martínez Lamber, de Centro Habana, precisó que sobre muchos jóvenes recae la responsabilidad de sostener a la familia. “Llevan dos años detrás de mí, ¿si me dejo llevar quién mantiene a mi mamá? Su salario malamente alcanza para los mandados de la bodega”.

Otros, como Michel Calderín Carrión y José Javier Milián Prieto, aludieron a la pérdida de libertades y a las condiciones primarias en que tendrían que subsistir durante su paso por las unidades militares.

“Todo es malo, limitado, desde la comida hasta lo que puedes decir. Si no estás de acuerdo con las anormalidades comunistas que te quieren meter en la cabeza, tienes que quedarte callado para que no te metan preso como le quisieron hacer a un amigo mío por negarse a gritar consignas”, señaló Calderín.

“Te matan y no te pagan. Te ponen a trabajar y no te pagan. En fin, eso es hambre, miseria y atraso. Que manden para allá a los hijos de los dirigentes, que son los que viven bien en este país, y que me dejen tranquilo con mi lucha diaria”, sentenció Milián.




Servicio Militar en Cuba: ¿Los reclutas apagarán el Morro?

Servicio Militar, Cuba, Opositor cubano

LA HABANA, Cuba. — Muchas de las personas que declaran en público ser partidarias del Servicio Militar Activo (obligatorio), a solas, en sus casas, rumian cómo poder evitarlo para sus hijos.

La expresentadora del Noticiero de la Televisión Cubana Agnes Becerra,  jubilosa, tuiteó hace algunas semanas: “Hoy nuestros hijos partieron a cumplir su servicio militar diferido. Iban contentos. Los padres nos sentimos orgullosos”.

¿Todos los familiares de los conscriptos piensan igual que ella?

La muerte de cuatro jóvenes reclutas durante el incendio de la base de supertanqueros de Matanzas reavivó la discusión en las redes sociales sobre los adolescentes en el ejército. Sobre todo, porque hacía poco que la diplomática Yisel González había asegurado en la Comisión de los Derechos del Niño de la ONU que “en Cuba no se reclutan niños” y que “los ciudadanos de ambos sexos se incorporan de manera voluntaria al Servicio Militar”.

Todo el que pasó el servicio militar en Cuba puede hablar de las pésimas condiciones de vida de los reclutas, de las humillaciones en los cuarteles, del relajo de los ascensos, la entrega de premios y estímulos.

Recientemente, una camagüeyana nombrada Damaris denunció las malas condiciones en que su sobrino pasa su servicio. Según esta tía preocupada, los conscriptos se cocinan los alimentos ellos mismos y duermen en albergues en deplorables condiciones, en el kilómetro 41 de la carretera a Santa Cruz del Sur.

Un padre habanero, con su hijo cumpliendo el servicio en la División de Tanques de Managua, habla de las magras raciones alimenticias a los soldados y de la mermelada de sabor indefinido que tienen de desayuno.

La familia de un soldado recién desmovilizado dijo que durante el primer mes de reclutamiento, el muchacho sufrió una desnutrición tan severa que perdió siete kilogramos de peso corporal. Pero no fue solo por la mala alimentación. Hay otros problemas que provocan inestabilidad, depresión y ansiedad en los reclutas.

Refiere el joven desmovilizado que era frecuente el robo de los uniformes de los soldados —que se guardan en el cuarto del sargento mayor y al que solo tienen acceso los oficiales— para ser vendidos a los campesinos que viven en las cercanías de la unidad militar.

Se habla, además, de una denuncia presentada ante la Policía Nacional Revolucionaria de San Antonio de los Baños por un hecho así.

En contradicción con lo que dijo en la ONU la diplomática Yisel González, confirma el sitio web de las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR) que el Servicio Militar es de carácter obligatorio por ley: “Todos los ciudadanos cubanos del sexo masculino están obligados a cumplir el Servicio Militar en la forma y términos que se establecen en la Ley de la Defensa Nacional, en el Decreto-Ley 224, y en las disposiciones establecidas”.

No se reconoce al objetor de conciencia ni tampoco razones religiosas eximen del reclutamiento.

El Servicio Militar Activo obligatorio se impuso en 1963, unos meses después de la Crisis de los Misiles de octubre de 1962 y en medio de la guerra civil en el Escambray. Se estableció como una orden nunca publicada en la Gaceta Oficial de la República, y dispuso la preparación obligatoria para la guerra de todos los hombres disponibles.

El ejército cubano llegó a tener hasta 250 000 efectivos bajo el supuesto de la inminencia de una agresión norteamericana. La cifra se redujo a menos de 70 000 luego de 1989. Hoy, con el descenso de la natalidad y el éxodo migratorio, las FAR andan escasas de reclutas varones, por lo que tienen que recurrir cada vez más a las féminas para que ocupen su lugar.

El 11J no solo marcó el rechazo de los jóvenes al régimen por la represión de la policía y el ejército, sino que también provocó una estampida migratoria de más de 300 000 cubanos, la mayoría en edad militar.

Acaba de empezar un nuevo año de instrucción militar, y el alto mando de las FAR debe estar preocupado. El año transcurrido desde el inicio de la genocida invasión rusa a Ucrania ha demostrado lo obsoleto del armamento ruso. ¿Pueden imaginar ustedes de qué serviría ese mismo armamento ruso en manos de los reclutas cubanos, y en las condiciones de guerra postmoderna y asimétrica?

El otro problema es la moral. Si la mayoría de los reclutas, y hasta también muchos oficiales quieren irse del país, ¿quién se quedará, ya no para combatir en caso de guerra, sino para apagar el Morro?

ARTÍCULO DE OPINIÓN
Las opiniones expresadas en este artículo son de exclusiva responsabilidad de quien las emite y no necesariamente representan la opinión de CubaNet.




“Tenían que dar por perdido el primer tanque y trabajar en el segundo a distancia”

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MADRID, España.- Un estudio realizado por expertos en incendios explicó esta semana por qué fue una imprudencia enviar a primera línea de fuego a los bomberos que fallecieron en el incendio de la Base de Supertanqueros de Matanzas, desatado el pasado 5 de agosto.

Especialistas de España y México señalaron que hubo errores desde la respuesta inicial, entre ellos la excesiva aproximación a los tanques en llamas, los medios empleados y la estrategia para combatir el fuego.

El bombero español Joaquín Marfil declaró que “es una locura acercar personal” a la distancia que lo hicieron.

Un experto antiincendios de Pemex dijo a la agencia española de noticias EFE: “Veinte metros es una imprudencia, en especial con un tanque de esas dimensiones.

Mientras que otra especialista de la misma empresa afirmó que intentar bajar la temperatura de los tanques a corta distancia no funciona.

“Con el análisis de las imágenes de medios oficiales, como las difundidas por la revista Bohemia y la prensa local, los expertos afirman que la estrategia adecuada habría sido dar por perdido el primer tanque y trabajar en el segundo a distancia con maquinaria como cañones de agua con servocontrol”, cita EFE a los analistas.

“Hay materiales que puedes instalar y monitorear en la distancia sin ponerte en riesgo. Si es que no los tienes, y definitivamente no puedes apagar el fuego ni evitar que se propague, ¿cuál es el punto de arriesgar a tu personal?”, consideraron.

En agosto pasado el especialista ruso Alexandr Gofstein ya había explicado que la rápida propagación del fuego entre los tanques de petróleo en la Base de Supertanqueros demuestra que había defectos en su estructura.

Gofstein señaló que al construirse depósitos tan grandes para combustible se debe respetar cierta distancia entre ellos y el vallado de cada uno, precisamente para evitar que el derrame en uno afecte a otro.

El socorrista, quien fuera jefe del Centro de Preparación de Rescatistas de su país, se refirió también a la necesidad de crear vías de accesos a estos lugares que permitan a los bomberos hacer su trabajo en caso de siniestros como el de Matanzas.

Campaña #NoAlServicioMilitarObligatorio coge fuerza en las redes

Los expertos citados esta semana por EFE también condenaron la corta edad de los bomberos que fueron enviados a apagar el fuego y que muchos tenían muy poca experiencia.

Los analistas insistieron en que para afrontar este tipo de incendios es necesario “personal con formación específica y continuada”.

Luego de la muerte de 14 bomberos que intentaron apagar el incendio, de los cuales varios fueron enviados allí por estar pasando el servicio militar, y cuyos cuerpos no pudieron ser identificados, se desató una campaña en redes sociales contra el servicio militar obligatorio en Cuba.

Se hicieron virales las etiquetas #NoAlServicioMilitarObligatorio y #NoAlServicioMilitarObligatorioEnCuba.

“No solamente porque la vida de un joven peligra en mano de militares… También en ese tiempo se pierden las energías más valiosas y se posponen sueños y deseos que corren igual riesgo de perderse para siempre. #NoAlServicioMilitarObligatorio en  Cuba”, tuiteó el artista plástico Julio Llópiz Casal.

“Basta ya de niños convertidos en mártires”, escribió el activista Magdiel Jorge Castro.

Mientras que Leo Fernández Otaño pidió: “Ni una sonrisa más truncada. Ni una familia cubana más fracturada. Ni un proyecto vital más incinerado”.

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“A mi hijo lo defiendo a todas”: Raisa contra el Servicio Militar

Raisa

CIUDAD DE MÉXICO.- Antes de que el incendio en Matanzas calcinara los cuerpos de cuatro reclutas del Servicio Militar, dejando solo unos restos anónimos, Raisa Velázquez ya había gritado que a su hijo no se lo iban a llevar.

Ella podría, como han hecho la mayoría de las madres cubanas, resignarse a que el reclutamiento es obligatorio y que eso no puede cambiarlo. Con el pecho apretado pudo haber despedido a su hijo, pidiéndole que obedeciera, que no se metiera en problemas, que aguantara allí un año o dos, para entonces regresar a casa.

Solo que Raisa siempre ha tenido claro que ella a Josué no lo iba a entregar resignadamente a un régimen en el que no confía. “Tienen que pasar por encima de mí para llevárselo”. ¿Qué teme ella? Que tomen represalias contra él por nacer de una opositora, que lo sometan y violenten cuando se niegue a repetir doctrinas, que lo obliguen a reprimir como ya pasó el 11 de julio de 2021. Pero sobre todo, le aterra que se lo devuelvan muerto en una caja.

“No solo fueron los chicos del incendio en los Supertanqueros, han muerto jóvenes en el SM por décadas y los padres siguen acatando la orden cuando vienen por sus hijos. Yo le digo a todos los padres que no lo hagan. A nuestros hijos los educamos nosotros, y también nosotros tenemos que protegerlos. A mi hijo lo defiendo a todas”.

El 13 de mayo empezó la batalla pública de Raisa contra el Servicio Militar Obligatorio. Un día antes CubaNet expuso a una funcionaria cubana que en la Organización de Naciones Unidas (ONU) afirmó que el SM no era obligatorio. Raisa leyó, compartió la nota y escribió: “Madres cubanas, no sé ustedes, ya yo dije mi última palabra: NO al SERVICIO MILITAR”. Aún a su hijo no le habían entregado la primera citación, pero ella sabía que era cuestión de tiempo.

Raisa Servicio Militar
Raisa y su hijo Josué. Foto cortesía

En efecto, a inicios de julio comenzaron a recibir las llamadas para que se presentara al chequeo médico previo. Desde entonces esta madre cubana le ha repetido a cada funcionario que si Yisel González dijo en la ONU que era voluntario el Servicio, Josué no va. A cada citación en lugar del chico va ella sola. Es Raisa quien se enfrenta a los militares y ella misma sacó de su casa al Jefe de Sector cuando fue a llevarse a Josué, porque desde el área de atención lo denunciaron al no presentarse.

A Rafael Navarro, el mayor que acusó a Josué, le recalcó que si ella no era confiable para trabajar en un puesto estatal porque era opositora, su hijo, que creció en un hogar donde se disiente del gobierno, tampoco podía tener un arma. Raisa exige un lógico pedido: si a ella la despidieron por no ser confiable, que a su hijo le den la baja por lo mismo.

“Trabajé varios años como cajera, primero en tiendas y luego en el Banco Metropolitano. Ahí por mi buen desempeño me designaron especialista de los cajeros automáticos y supervisora de efectivo”. En todo ese tiempo Raisa fue una trabajadora ejemplar. Luego, incorporarse al movimiento opositor Unión Patriótica de Cuba (UNPACU) no fue bien visto por un gobierno omnipotente que no admite disenso. Sin embargo, fue después del 11J cuando detuvieron a su esposo el opositor Néstor Vega que ambos quedaron en la mira constante de la Seguridad del Estado.

“A partir de ahí hemos tenido seguimiento y no nos dejan ni trabajar”.  Hace poco conseguí una contrata como cajera dependiente en una tienda de Artex aquí mismo en Alamar, y cuando vieron casualmente un vídeo mío en contra del Servicio Militar esperaron a que se cumpliera el tiempo y no me dejaron seguir. Así es Cuba, un país donde dejan sin trabajo a una madre con dos niños por defender a su familia, pero a mí no me van a parar”.

Esta no es la primera batalla que libra Raisa en defensa de sus hijos. Antes de convertirse en un rostro visible contra el Servicio Militar, su voz se había alzado en apoyo a Amelia Calzadilla y las madres cubanas. Raisa, quien prefiere escribir largos textos en lugar de mandar audios, enfrentó su timidez y filmó un video para exigir una vida digna para los suyos.

Fuerte y claro dijo en junio: “estoy cansada de tanta miseria, de tanto descaro del gobierno, burlándose del pueblo. Estoy cansada de que suban los precios de todo y una no tenga cómo adquirir la comida. Los cubanos merecemos una vida mejor. Nuestros gobernantes son nuestros peores enemigos”.

Según regula la ley cubana, el Servicio Militar es obligatorio desde los años 60, quien se niegue, así sea por objeción de conciencia, será procesado y posteriormente encarcelado.

Josué sueña con ser pintor o artesano. No con portar un arma. Foto cortesía

Josué, el hijo de Raisa, ni siquiera es mayor de edad. Quizá por eso lo amenazan, lo intimidan, lo acusan; pero no se lo han llevado. El 18 de noviembre, cuando cumpla 18 años, entonces irán por él. Raisa dice que si ese día llega, no sabe qué hará, pero que no está dispuesta a entregarles a su hijo.

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Cuba y Corea del Norte: los únicos países que reclutan menores de edad en el Servicio Militar Obligatorio

Servicio Militar, Cuba

CIUDAD DE MÉXICO.- Tras el siniestro en la Base de Supertanqueros de Matanzas, donde murieron al menos cuatro jóvenes cubanos del Servicio Militar, se ha activado en redes sociales una campaña contra la obligatoriedad del servicio. Madres y padres están manifestando públicamente su desacuerdo y se niegan a entregar a sus hijos. A la par, los medios de comunicación oficiales han omitido cuántos y cuáles de las víctimas eran reclutas sin la preparación requerida. En su lugar, han presentado como héroes a los muchachos sobrevivientes, sin ofrecer más detalles sobre las víctimas.

Junto al silencio oficial y la manipulación de los hechos, también se ha desplegado un ejército de cibercombatientes que defiende al Estado, atribuyendo que en la mayoría de los países del mundo es obligatorio el Servicio Militar; y que por tanto Cuba no estaría haciendo nada condenable.

Estos perfiles están compartiendo información falsa.

Actualmente no es la mayoría, sino menos de un tercio del total de países, los que mantienen el servicio militar obligatorio cada año, según pudo comprobar CubaNet al consultar una base de datos de la Agencia Central de Inteligencia (CIA) de Estados Unidos.

La CIA ha registrado que unos 66 países mantienen el Servicio militar regulado en la legislación como obligatorio. Sin embargo, de estos hay 14 que solo lo aplican excepcionalmente o de modo selectivo, afectando a una parte mínima de su población masculina de modo aleatorio. Por ejemplo, en el caso de Brasil, aunque no es voluntario, solo entre un 5 y 10 % de sus jóvenes son reclutados cada año. Algo similar ocurre en Guatemala y Guinea Ecuatorial. Mientras que en Países Bajos, Indonesia, Somalia y El Salvador no se aplica desde hace años, aunque sigue regulado en la ley.

Cuba también destaca entre los países con un mayor período de duración. Mientras que a nivel mundial regularmente se establecen 12 meses de servicio, Cuba somete a dos años a quienes no ingresarán a la universidad, solo superado por Chad y Egipto (3 años), Israel (32 meses) y, por supuesto, Corea del Norte.

 

Cuba sí recluta niños

El pasado mes de mayo, este medio expuso a la diplomática cubana Yisel González García, quien negó ante la ONU la obligatoriedad del Servicio Militar en Cuba. La funcionaria del Ministerio de Relaciones Exteriores (MINREX), durante el examen del Comité de los Derechos del Niño a Cuba en Ginebra, también evitó responder directamente la pregunta sobre la edad del reclutamiento militar. En su lugar dijo que en la isla no se reclutan niños. La funcionaria mintió.

El Servicio Militar cubano incorpora a chicos desde los 17 años (menores de edad según estándares internacionales), lo cual es inferior a la media de edad de reclutamiento en el mundo (18 años), aunque algunos países como Angola, Senegal y Turkmenistán disponen como edad mínima los 20.

Según pudo comprobarse en la base de datos de la CIA, solo Cuba y Corea del Norte reclutan menores de edad cada año de modo forzado. De hecho, la nación asiática dispone del mayor período de reclutamiento, a pesar de haberlo reducido en 2021 a 7-8 años para hombres y 5 años para las mujeres.

El régimen cubano viola el protocolo facultativo del 2000 relativo a la convención de los derechos del niño, porque sí se permite el reclutamiento de menores de edad. En teoría este debería ser excepcional, voluntario e informado. Pero en la práctica los adolescentes y padres son intimidados y forzados a firmar su aprobación. No existe la voluntariedad de la que habla la funcionaria.

Además, en Cuba se quebranta un derecho que es absoluto y ni siquiera en situaciones de emergencia puede ser irrespetado: el derecho a la libertad de pensamiento, conciencia y religión. La imposibilidad de apelar a la objeción quedó blindada en la Carta Magna.

¿Por qué mantienen el servicio militar?

La conscripción obligatoria fue eliminada por la mayoría de los países de Europa tras el fin de la Guerra Fría, exceptuando a algunos de los exsoviéticos y países nórdicos vecinos. Sin embargo, tras la anexión de Crimea a Rusia y las tensiones geopolíticas en la zona, la obligatoriedad del servicio reapareció en el continente. Suecia, por ejemplo, lo readoptó en 2018 luego de 10 años sin tenerlo; y Grecia lo hizo en 2017, debido a los dilemas con Turquía. Mientras que Noruega extendió la obligatoriedad a las mujeres. Actualmente, tras la invasión rusa a Ucrania, se ha revivido una vez más el debate al respecto sobre si es necesario o no.

Precisamente son los conflictos bélicos o la inminencia de estos la principal motivación para mantener el Servicio Militar obligatorio en un país. De igual modo, en América Latina, Asia y África la mayoría de los países que mantienen la conscripción sufren contextos adversos o conflictos armados en su territorio, como ocurre en Colombia.

En Cuba el discurso de plaza sitiada ha sido la justificación empleada históricamente. Seis décadas después de que instauraron el Servicio Militar, la supuesta invasión norteamericana para la que dicen prepararse no ha ocurrido, ni tampoco hay indicios de que suceda. Cada año, adolescentes y jóvenes cubanos son forzados a incorporarse a estructuras despóticas e impositivas que los dañan física y psicológicamente.

“Cuba necesita tener un Servicio Militar, pero eso no implica que tenga que ser obligatorio. Todo país que tenga un ejército requiere personas en reserva; en caso de una agresión”, explica Laritza Diversent, directora de Cubalex.

La abogada añade que las probabilidades de agresión a Cuba están muy disminuidas. “En la práctica, se ha demostrado que Estados Unidos no tiene intención de invadir el país”. La experta en Derechos Humanos también cuestiona si es realmente necesario que un país empobrecido sostenga el gasto considerable de mantener su ejército. Para ella, si el gobierno insiste en reclutar reserva, lo ideal sería que dispusieran este servicio como opcional e hicieran ventajosa la incorporación para estimular que los jóvenes elijan sumarse a él, no forzarlos. Tal y como ocurre en otros países.

El gobierno cubano, que no ha tenido por seis décadas que participar en un conflicto bélico propio, se regodea en esta retórica guerrerista a la par que habla de educar a los jóvenes en determinados valores. “Hacerlos hombres” es una de las líneas habituales con las que promocionan sus defensores la utilidad del servicio. Aunque lo que realmente significa es naturalizar la violencia y someter a todo tipo de vejaciones a miles de muchachos, incluso la muerte. CubaNet presentó en julio pasado una incipiente base de datos que recoge 16 casos de muerte en el Servicio Militar cubano.

Además de la motivación de enfrentar este ataque imaginario, ¿por qué Cuba mantiene el Servicio Militar obligatorio?

“Constituye una fuente inagotable de recursos humanos, de los que pueden disponer indiscriminadamente en su beneficio. Bien sea en procesos vinculados a la militarización o también a la producción con mano de obra barata. Los muchachos del Ejército Juvenil del Trabajo son usados a gusto y placer no solo en los campamentos sino también en cuestiones menos conocidas, e incluso disponen los altos mandos en cuestiones personales”, opina el abogado de Cubalex Alain Espinosa.

Efectivamente, Yoel Alejandro Cala manifestó a CubaNet que una de sus tareas en el servicio militar era visitar a la amante de uno de los jefes a cargo de la instalación y llevarle alimentos que salían de los propios almacenes militares.

“Era trabajo forzoso, esclavitud casi. Un día nos pusieron a reparar una carretera porque Raúl Castro iba para Camagüey, que la provincia había ganado la sede por el 26 de julio. Nos tuvieron trabajando un día entero sin darnos comida. Solo una naranja podrida y dos galletas de sal nos dieron, mientras los militares sí comieron bien”, declaró a CubaNet el memero conocido como Barba Memes.

En este período a los jóvenes no solo se les entrena militarmente. El gobierno dispone de brazos jóvenes para trabajar sin que tengan otra opción que acatar órdenes. Rolando Leyva relató a este medio que una de sus obligaciones era trabajar las tierras de la finca Sábana Ingenio, de la Asociación de Combatientes de la Revolución Cubana. “En la práctica, una de las tantas propiedades del comandante de la Revolución Juan Almeida en los alrededores de Santiago de Cuba”.

Que Cuba emplee a los chicos como mano de obra barata no sería un caso único. De hecho, Benin ha sido alertado por la Organización Internacional del Trabajo (OIT) de usar los reclutas en trabajo forzoso y ha tenido varios llamados de atención.

“Otro punto no menor es que constituye una forma de control de un grupo poblacional grande. Este control se manifiesta en dos modalidades. La primera es evitar cualquier tipo de acción en su contra, y la segunda es que pueden usarlos para reprimir al resto o para enfrentar a los que puedan mostrarse descontentos”, agrega Espinosa.

El 11 de julio de 2021 jóvenes del Servicio Militar o próximos a ser llamados fueron convocados para reprimir las manifestaciones que sacudieron todo el país.

El gobierno cubano no había tenido una crítica tan fuerte de parte de la ciudadanía contra el Servicio Militar Obligatorio como hasta ahora. La muerte de los reclutas en Matanzas ha sido la muestra más visible de las consecuencias del servicio militar, donde disponen cada año de jóvenes asustados e indefensos. Donde sufren castigos desproporcionados si se atreven a pensar en lugar de acatar, si se atreven a cuestionar algo en voz alta, si se atreven a comportase como los adolescentes que son. Pero eso no es nada nuevo. Afuera de los cuarteles, el mismo gobierno totalitario dispone de otras maneras, pero con el mismo autoritarismo de una sociedad también indefensa y asustada.

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No todos regresan a casa

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CIUDAD DE MÉXICO.- “El 21 de julio de 2018, un sábado, no se me olvida, llegó a mi casa un grupo de militares para decirme que mi hijo había muerto en el servicio militar. Ariel era mi único hijo, el centro de todo. Ahí se acabó mi vida”.

Odalis Cardero tenía entonces 38 años y era una mujer emprendedora y alegre. Actualmente sufre crisis depresivas y ha atentado tres veces contra su vida. “Cuando me dieron la noticia perdí la cordura y los médicos me internaron en un hospital psiquiátrico. Estuve varios días allí pero mi familia decidió que recibiera el tratamiento en casa bajo el cuidado de ellos. Han pasado cuatro años pero no me recupero. No sé si algún día lo haré. Es un dolor muy grande”.

La causa oficial de la muerte de Ariel Díaz Cardero, el hijo de Odalis, tuvo tres versiones que no convencieron a su familia. La primera fue que un infarto fulminante lo mató a sus 18 años. Luego, en el acto de defunción leyeron: “causa desconocida”. Tres meses después, y debido a los reclamos, una investigación dictaminó que había sufrido una miocarditis (inflamación de la capa media de la pared del corazón).

Sin embargo, las circunstancias de la muerte del muchacho siguen siendo un misterio. No solo porque Ariel era un joven sano, sino porque no les permitieron ver el cuerpo o estar a solas con él.

Ariel fue enterrado con una ropa ajena, que los militares eligieron. La que llevó su familia y pidieron colocarle no tocó su cuerpo. Tampoco permitieron que sus padres y tíos estuviesen solos con el cadáver. Ante cada reclamo de ellos para revisar el cuerpo del muchacho, o que al menos los dejaran despedirse en privado, la respuesta de los oficiales fue un silencio inamovible.

El sepelio ocurrió bajo militarización impuesta y cuando los vecinos y amigos manifestaron enojo por la presencia de uniformados, en claro acto de intimidación llegó un autobús repleto de reclutas que ni siquiera conocían a Ariel.

Hasta hoy su familia no sabe qué sucedió realmente con él.

Odalis y Ariel. Su última foto juntos. Cortesía

Según la ley de Defensa Nacional, en el Decreto-Ley 224, los ciudadanos del sexo masculino entre los diecisiete y los veintiocho años deben cumplir el Servicio Militar Activo por un plazo de dos años. En el caso de los que alcanzaron plazas universitarias este período se reduce a la mitad, pero sigue siendo forzado. El Servicio Militar ha sido obligatorio en Cuba desde junio de 1963, como respuesta, según el gobierno, a una posible invasión norteamericana que nunca ha ocurrido.

En cambio, lo que sí ocurre cada año es que miles de jóvenes, algunos menores de edad, salen de sus casas para unidades militares o de trabajo que operan estructuras de mando despóticas e impositivas. En estos espacios los muchachos no solo están expuestos a tratos degradantes que los pueden afectar de modo irreversible, sino también a desenlaces fatales.

A pesar de que el gobierno cubano no expone estadísticas al respecto y silencia el tema en medios de comunicación, Ariel Díaz no es un caso aislado. Durante los últimos años la prensa independiente ha divulgado varios registros de muertes en el servicio militar.

En la mayoría de los casos documentados la causa de deceso oficial fue lesiones autoinflingidas.

¿Qué los lleva al suicidio?

Un año después de la muerte de su hijo Annier, aún Alfredo González no sabe por qué se quitó la vida. Probablemente no lo sabrá nunca. Su hijo apenas pasó 13 días como recluta en la prisión Combinado del Sur, en Matanzas. El 4 de julio de 2021 se disparó con el mismo fusil que habían puesto en sus manos para que estuviese de guardia. Alfredo piensa que pudo haber sentido miedo o ansiedad.

A pesar de sus múltiples reclamos, las autoridades se deslindan de cualquier responsabilidad. Le han dicho que entre todos los chicos que hicieron juntos la previa solo Annier se suicidó, y que por tanto no es una responsabilidad directa de ellos. Su hijo al parecer era un eslabón débil y no resistió. No ha pasado un día en estos casi trece meses que no se pregunte qué pasó esa noche.

servicio militar

En la madrugada del 5 de mayo de 2020, en el Combinado del Este, Ruben Armando Ponce Monteagudo también se disparó. El muchacho había sido trasladado en marzo desde Villa Clara, donde vivía, hasta la capital. Unos 250 kilómetros lo separaban de su familia a la que no pudo ver mientras estuvo en el servicio, pues la movilidad interprovincial estaba restringida por la pandemia.

“Cuando le daban pases iba para casa de unos tíos que viven en La Habana, ellos lo notaban triste, pero pensamos que era transitorio”, explica su hermana, Elizabeth Ponce. Todo indica que el detonante fue que se extraviase en su guardia una pieza de un fusil. “Los militares nos dijeron que el parecía muy afectado porque eso le traería problemas”.

¿Cuánta presión debe haber sentido este muchacho para dispararse ante el extravío de una simple pieza? ¿Cuánto miedo?

“Hay un costo psicológico para estos jóvenes, en mayor o menor medida según las particularidades del caso. De repente sufren una separación forzada de su familia y amigos”, explica el psiquiatra Emilio Arteaga.

“Los chicos están aplastados por dos vías. Por un lado están bajo las órdenes de militares que los maltratan, humillan, les quitan el pase por cualquier cosa y en general los someten a vejaciones. Por otra parte padecen también la presión del grupo. Ahí tendrán que convivir con otros muchachos que están en condiciones psicológicas similares a las suyas, y que tampoco se sienten bien porque están recluidos en contra de su voluntad. En esos grupos emerge el típico abusador que somete a otros”. En general son adolescentes o jóvenes que se enfrentan a un entorno adverso y que no todos logran asimilar.

El suicidio constituye la tercera causa de muerte para este grupo etario en Cuba. Investigaciones académicas al respecto sitúan entre las principales causas el acoso (bullying), la depresión, pertenecer a familias disfuncionales y el consumo de estupefacientes.

Arteaga, quien ha atendido a jóvenes con secuelas psicológicas producto al servicio militar, apunta que durante este período aparecen alteraciones emocionales como trastornos en el sueño, en el control de los impulsos, tendencias depresivas, estrés y cambio de conducta. Este último caso puede desencadenar comportamientos agresivos.

“Ya hay un estado de base de molestia que te lleva a responder a cualquier incidente con poco control de impulsos y violencia. Violencia que puede estar dirigida hacia afuera o hacia adentro. Es decir, puedes atacar a otros o a ti mismo hasta llegar a las autolesiones o suicidio”.

No hay opción para escapar

La obligatoriedad del Servicio Militar cubano quedó blindada en la Constitución de 2019, la cual prohibió utilizar la objeción de conciencia para evadir el cumplimiento. Los jóvenes que se nieguen a incorporarse alegando, por ejemplo, que tomar las armas no es compatible con su religión, son procesados. Como ocurrió en diciembre de 2020 con Oscar Kendri Fial en Santiago de Cuba. Una práctica que sigue ocurriendo.

Este 20 de julio la activista de la Unión Patriótica de Cuba Raisa Velázquez fue citada por la policía tras la ausencia de su hijo, Josué Menéndez, al chequeo médico previo al Servicio Militar. El joven no desea incorporarse y ella lo apoya. “Nosotros estamos en contra de este gobierno y mi hijo no será usado para reprimir o seguir órdenes de la dictadura. Además son frecuentes las noticias de que mueren muchachos en esas instalaciones y tenemos miedo a que le ocurra algo”, explicó Raisa a CubaNet.

Cortesía

Sin embargo, la ley es clara, de continuar negándose al reclutamiento Josué será procesado y puede terminar en prisión. Negarse no lo exime, como tampoco las frecuentes autolesiones le garantizan a los reclutas poder escapar.

De un tajazo se cortó en la mano el periodista Rolando Leyva hasta exponer el hueso cuando cumplía el servicio militar. Mutilarse en ese momento parecía más sencillo que seguir sometido a las duras jornadas en las que utilizan a cientos de muchachos en instalaciones de la FAR como miembros forzados del Ejército Juvenil del Trabajo. Antes había fingido apendicitis, y estando sano se dejó operar para que le permitieran estar un mes en casa, recuperándose.

Las autolesiones con el fin de obtener la liberación o al menos un breve descanso están muy extendidas entre los reclutas. Incluso entre ellos comparten recomendaciones de cómo fracturarse huesos, contraer conjuntivitus, o tragarse cuchillas envueltas en hilo.

Tan frecuentes son las autolesiones que en 2019 el Tribunal Supremo Popular a través de una publicación extraordinaria de la Gaceta Oficial anunció que se comenzaría a sancionar a los reclutas que apelaran a esta práctica. La entidad reconoció que la medida respondía al “incremento de hechos de autolesiones cometidos por soldados”.

Sobre esta medida opina Arteaga: “Los chicos que se autoagreden poniéndose en peligro deberían causar baja inmediata”. El psiquiatra califica como “criminal” que un médico no asuma una autoagresión de esa es envergadura con la gravedad que lleva y niegue la necesidad de una desmilitarización. Sin embargo casi nada permite que estos muchachos evadan el SMA, excepto la muerte.

Las madres

Dayron Carbonell murió tras 35 días luchando por su vida ingresado en el hospital Hermanos Amejeiras. Allí llegó en 2010 luego de manipular en el servicio militar, sin protección, productos químicos y materiales bélicos con un olor muy fuerte. A pesar de su alergia fue ubicado en un refugio bajo tierra con alto grado de humedad y muy sucio. Al tener las botas en mal estado, trabajaba descalzo. A su madre, Bárbara Ramos, le negaron la historia clínica y la hostigaron por denunciar la muerte de su hijo ante la prensa independiente.

Dayron Carbonell. Foto redes

Aniuska Monteagudo Solís, de 56 años, ha logrado sobrevivir al suicidio de Rubén gracias a la iglesia que empezó a visitar después de perder a su hijo. Allí ha encontrado fuerza y un poco de resignación. Solo así se ha mantenido cuerda.

A Odalis Cardero, la madre de Ariel, su psiquiatra le ha recomendado que tenga otro hijo. Ella se niega. Dice que tiene miedo, que la agobia la idea de que tenga que salir de casa, de que le hagan algo. En parte ella se responsabiliza por la muerte de Ariel, porque no estuvo con él y no pudo protegerlo.

***Debido a la falta de transparencia sobre el tema y la ausencia de información sistematizada, CubaNet ha construido esta incipiente base de datos donde registramos los decesos de jóvenes mientras cumplían el Servicio Militar Activo.

Esto es apenas un subregistro que seguirá actualizándose. Como fuentes hemos utilizado notas de los medios de prensa e información recopilada para esta investigación a partir de entrevistas de los familiares.

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Fallece joven de 18 años mientras cumplía el Servicio Militar Activo en Camagüey

Servicio Militar Activo

MIAMI, Estados Unidos. – Un joven de 18 años residente en Nuevitas, provincia Camagüey, falleció el pasado domingo mientras cumplía el Servicio Militar Activo (SMA) en una unidad de tanques del municipio Minas, según informó este martes el medio independiente CiberCuba.

De acuerdo con “una fuente conocedora del caso” citada por ese portal informativo, los hechos se encuentran bajo investigación. No obstante, la versión oficial apunta a que el joven, identificado como Elvis, se habría suicidado disparándose a sí mismo con un fusil automático AKM.

En redes sociales y en declaraciones a CiberCuba, amigos y fuentes allegadas al joven fallecido han cuestionado esa versión de los hechos.

“Cuando lo trajeron, estaba vestido de militar y la mamá no quería que lo enterraran con esa ropa. Cuando le quitó la ropa estaba lleno de moretones y quemaduras por fricción”, dijo al medio independiente una fuente que solicitó condiciones de anonimato.

“Puede que tu paso por el mundo fuera fugaz, pero la llama que dejaste encendida es inapagable. Gracias por tanto, amigo. Descansa en paz”, publicó en Facebook un allegado del joven.

Mientras, otro de sus amigos escribió: “Hoy ha sido un día duro para muchos de nosotros, la herida está en nuestros corazones porque a muchos de nosotros nos pasó lo mismo por la cabeza, incluyéndome. Hoy por mucho que quise ir a la funeraria no pude porque no sabía cómo iba a reaccionar al encontrarme con tales personas tan crueles y sin corazón como lo son los jefes de esa unidad. Preferí llorar solo en mi casa. Pero tendrán su castigo, con lágrimas en los ojos he escrito esto”.

Las noticias sobre jóvenes fallecidos durante el cumplimiento del SMA, de carácter obligatorio en Cuba, a menudo trascienden a los medios de prensa independientes.

“El peor año de mi vida”: seis testimonios del servicio militar en Cuba

En diciembre de 2021 se conoció que el joven Carel Gutiérrez Durán, de 18 años de edad y residente en el barrio Calle Ancha, del municipio Guanajay (Artemisa), había fallecido a causa de una negligencia en la unidad militar “Los Jejenes”, donde cumplía el SMA, según informó el Instituto Cubano por la Libertad de Expresión y Prensa (ICLEP). 

De acuerdo con una nota publicada en El Majadero de Artemisa, el joven falleció por aplastamiento, después que le cayeran encima siete tubos de acero. “Los tubos colocados negligentemente en el techo rodaron bajo el influjo de una brisa cuando el joven chapeaba”, indica la fuente citada.

Blanca Rosa Durán, madre del joven fallecido, dijo a El Majadero de Artemisa que “lo que más dolía” era que su hijo había hecho “hasta lo imposible para no ir” al Servicio Militar Obligatorio. “No quería y a seis días de estar forzado por esta dictadura en ese lugar sucede esto”, lamentó.

En la Isla a menudo trascienden noticias de jóvenes objetores de conciencia que se niegan a ingresar al SMA. En mayo de 2021 se supo que Raidel Antonio Martínez Guzmán, militante del Frente Juvenil del Foro Antitotalitario (FANTU), había sido amenazado por funcionarios del Ministerio de las Fuerzas Armadas Revolucionarias (MINFAR) con ser enviado a prisión por continuar negándose a entrar al Servicio Militar.

En un video compartido en redes sociales, Martínez Guzmán aseguró que prefería la cárcel y ser preso político y objetor de conciencia que utilizar las armas contra su pueblo. “Soy un objetor de conciencia, yo no quiero la vida militar, prefiero ir preso”, se le escucha decir en la grabación que se difundió en redes sociales.

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“El peor año de mi vida”: seis testimonios del servicio militar en Cuba

CIUDAD DE MÉXICO.- El 12 de mayo expusimos en este medio a una funcionaria del MINREX que dijo ante la Organización de Naciones Unidas (ONU) que el servicio militar en Cuba era opcional. De inmediato hubo una avalancha de reacciones en las redes sociales. Cubanos de todas las edades desmintieron a la diplomática y narraron algunos de los eventos de lo que calificaron como el año más terrible de sus vidas.

CubanNet se acercó a algunos de ellos para contar sus testimonios completos. Estas son sus historias.

Verde y con punta, guanábana. Testimonio de Rolando Leyva Caballero, 41 años

Fue el peor año de mi vida. Enseguida supe que todo iría de mal en peor cuando me rechazaron para servir en la Brigada de la Frontera debido a una miopía leve, que en teoría me inhabilitaba para ser un buen soldado con espejuelos. Entonces apenas tenía 17 años y era muy de mi casa, en el centro de Santiago de Cuba.

Fui a parar a la Escuela del Café, en Dos Palmas, un lugar donde pasé 48 días de mierda de los que no guardo ningún recuerdo agradable. El hambre tenía cierto regusto bíblico y los robos entre reclutas que no se conocían, ni se respetaban, estaban a la orden del día. Las botas, las camisas, las medias y los pantalones que lavabas desaparecían y entonces tenías que robárselos a su vez a otro. De lo contrario te castigaban marchando, en solitario o acompañado, hasta las tantas de la madrugada.

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Rolando Leyva. Foto cortesía

Luego veías los trueques indios a través de la cerca perimetral del lugar. Los guajiros de la zona aprovechaban para pertrecharse de calzado y ropa de trabajo a cambio de unas pastas granosas de boniato, de las que partían el alma y los dientes.

Para colmo ni siquiera íbamos a ser soldados de fuerzas regulares, de los de verdad. Estábamos allí para luego incorporarnos al Ejército Juvenil del Trabajo. Éramos una tropa un tanto peculiar, integrada por guajiritos de los alrededores, altamente entrenados en la supervivencia diaria, y otro grupo de gente citadina, que en la vida habíamos tenido una guataca en las manos. Lo peor del caso es que ni siquiera vestíamos de verde olivo, a excepción de la gorra y las medias. Camisa y pantalones eran de un azul oscuro que una vez lavados nos hacía ver como una banda de atracadores y pelagatos desalmados. Todos estábamos muy demacrados debido a la dieta defectuosa, y en mi caso, a una convalecencia prolongada producto de la epidemia de dengue que azoló Santiago de Cuba un año antes y que me tuvo muy mal de salud.

La única vez que disparamos con fuego real de AKM fue un completo desastre por razones muy diferentes. Primero, durante un ejercicio táctico, temprano en la mañana, uno de los cadetes de la Escuela Inter Armas Antonio Maceo Grajales casi mata a uno de los reclutas. En medio de un ataque psicótico, debido a que alguien anónimo emplazó su autoridad, empezó a manipular el fusil automático hasta que se le disparó y el proyectil pasó rozando la cabeza de un chico que apenas se dio cuenta que estuvo a punto de morir cuando la sangre, que le manaba desde encima de la oreja, empezó a mojarle el cuello. La gorra quedó completamente deshilachada del lado derecho y una herida larga en forma de surco le iba desde un poco más atrás de la sien hasta casi la nuca. Tuvo mucha suerte.

Casi peor fue cuando ese día, otro de los cadetes olvidó el fusil en uno de los pozos de fusileros del campo de tiro, y entonces se armó un corre corre tremendo. Al final una señora de la zona lo entregó después de haberlo encontrado justo donde lo habían dejado antes.

Eso no evitó que los sargentos instructores castigaran a muchos como hacían con los desobedientes y los fugados, obligándolos a correr en el polígono con las caretas antigás puestas y el peso de algún compañero encima. Una delicadeza de tortura, por asfixiante.

Al final nos mandaron una semana a casa antes de reportarnos a nuestras respectivas unidades, en mi caso, la finca Sábana Ingenio, de la Asociación de Combatientes de la Revolución Cubana. En la práctica, una de las tantas propiedades del comandante de la Revolución Juan Almeida en los alrededores de Santiago de Cuba.

Este, durante una visita, nos confundió con reclusos al ver nuestros uniformes desgastados que habían pasado de ser azules a grises debido a la mugre. El sudor petrificado conseguía que las camisas y los pantalones se pudieran sostener de pie y casi en firme.

Fueron meses muy duros, trabajando desde que amanecía hasta que se ponía el sol en el horizonte. Varias veces a la semana teníamos que empatar la jornada diurna de trabajo en el campo con una larga noche de guardia. La misión era resguardar el corral de las ovejas y una yunta de bueyes. Para ello nos armaban con un machete mohoso y una escopeta artesanal que tenía un solo cartucho vencido.

El primer teniente al frente de aquella pequeña tropa de 11 soldados era tronco de hijo de puta. Un guajiro cerrero del Segundo Frente que calzaba un 47, y amenazaba con meternos la bota en el culo si no hacíamos lo que debíamos y más. A uno de nosotros lo acaballó bien.

Cuando aquello, parece que el señor oficial estaba construyendo su casa. En la finca había abandonado a ras de suelo un enorme poste eléctrico de hormigón y al hombre se le ocurrió reciclar el acero de la estructura. Para ello puso a Caney, así le decíamos al chico, a demoler aquello a golpes de martillo de carpintero, para sacarle las cabillas y los alambrones.

Fueron demasiadas mierdas insoportables en muy poco tiempo, empezando por la alimentación porcina que recibíamos hasta las condiciones infrahumanas en que dormíamos de noche. Nos tenían en un pestilente barracón de madera ensamblada donde se guardaban los fertilizantes y pesticidas de la finca.

Llegó un momento en que me empecé a deteriorar desde el punto de vista psicológico. Quizás tuvo mucho que ver la semana que pasamos comiendo calabaza hervida en su cáscara. Y nada más. O que lleváramos meses desbrozando un espeso monte de cañas y marabú quemado a filo de machetes que, de lo pequeños y finos de hoja que eran, parecían cuchillos. Me estaba volviendo loco.

Además, escuchamos el rumor de que uno de los que había estado con nosotros en la previa había matado a un suboficial a golpes de mocha en el Central Harlem de Pinar del Río. Así de tremendo estaba aquello.

Un día en que me dieron pase para dormir algunas horas en mi casa decidí no regresar, pero no podía arriesgarme a que mandaran a los de Prevención a buscarme, así que busqué una buena justificación y por ello fingí una apendicitis aguda. No fue difícil. Tenía tan mal aspecto que el médico civil de guardia en el Policlínico Camilo Torres no lo pensó dos veces e insistió para que me metieran cuchilla en el Hospital Militar. De ahí me enviaron de vuelta para el Hospital Provincial Saturnino Lora, adonde llegué montado en una ambulancia destartalada porque allí no había camas disponibles. Es decir, para salir del servicio fingí que estaba enfermo y dejé que me operaran cuando realmente estaba sano.

Fue un largo mes de baja en mi casa que me vino muy bien para recomponerme un poco, pero que también me convenció que volvería a recaer en mi estado depresivo. Eso si antes no me volvía loco del todo y acababa acuchillando a alguien, fuese el primer teniente hijo de puta o alguno de los otros reclutas de aquella tropa, que tampoco eran unos santos.

Semanas después volví a desesperarme. Esta vez, lo de auto lesionarme fue la opción. El machete con que chapeaba los jardines de las casas de seguridad estaba rematado con una punta que había afilado a conciencia. En realidad, fue muy rápido y sencillo. Lo puse sobre la espinilla y empujé de un golpe el machete hasta hacerme un pequeño corte de unas dos pulgadas de largo. No dolía ni sangraba demasiado, pero se veía dramática la tibia expuesta. El tajo fue muy limpio y precisaba sutura así que fui a parar al policlínico más cercano, donde me cosieron la herida y me recetaron analgésicos, antiinflamatorios, antibióticos, y una semana de reposo, otra vez en mi casa. Empezaba a disfrutar lo de escaquearme.

Ya cuando faltaba menos de tres meses para darnos la baja definitiva nos desplazaron de la finca Sábana Ingenio y nos mandaron a todos para Tercer Frente. El fin era chapear en los cafetales de la zona, una labor urticante y rastrera que nos dejaba con dolores hasta en el hueso de la alegría, después de jornadas laborales de diez o doce horas, con apenas un pequeño descanso para comer e hidratarnos al mediodía.

Esta vez estaba más lejos de casa y decidido a no permitir que me siguieran jodiendo más, así que aposté por una táctica sutil. Aproveché el calor constante y la humedad que cuarteaban la piel de las botas agrietadas, hasta conseguir hacerme sangrar y supurar los dedos de mis pies escachados. Para ello debía untarme cuanta mata pudiera causar alergia, escozor o una infección. También fue fácil. Solo debí preguntarle al cocinero del campamento con qué plantas debía tener especial cuidado al caminar descalzo después de un largo día de trabajo con las botas puestas. Esta vez sí acabé en el Hospital Militar, en la Sala de Dermatología, con los dedos negros como butifarras y a punto de perderlos si se descuidaba el médico, que me retuvo por tres semanas pues estaba haciendo la especialidad y necesitaba un conejillo de indias para practicar. Al final, estando allí, me llegaría la baja definitiva.

Pero tampoco sería fácil esta vez. Para dejarme ir del Hospital Militar alguien conocido, de mi familia, o no, debía realizar una donación de sangre como parte del proceso de recibir el alta médica. Al parecer ya estaba del todo recuperado cuando aceptaron que fuera yo mismo el voluntario a ser desangrado, esta vez de manera también literal.

Y así nos fuimos al Banco Provincial de Sangre, con mi anatomía desgarbada a cuestas, la de un joven que ya con 18 años de edad y seis pies de estatura pesaba poco más de 60 Kilos. Era toda una belleza de campo de concentración. Apenas sentí el pinchazo en el brazo. Una aguja enorme me taladraba la vena mientras una manguera de aspecto gomoso y poco higiénico me chupaba la vida a borbotones. Increíble pero cierto, resistí hasta que me desengancharon de aquella máquina infernal, sobre la cual pusieron una bandeja saltarina con una bolsa que acumulaba lo que me habían sacado.

Intenté ponerme de pie y dar algunos pasos en dirección a la salida y el piso desapareció debajo de mí. El desmayo debido a la debilidad fue fulminante, pero nadie se dio cuenta. El pasillo en forma de U con ángulos rectos dificultaba la vista del personal sanitario, que chachareaba sin percibir que al otro lado del cristal yo caía por un hueco sin fondo. Fue el vuele más dulce de mi vida y reaccioné, calculo, que unos diez minutos después. Todo a mí alrededor era verde y con puntas como alfileres en los ojos: una guanábana.

En ese instante descubrí que aún llevaba puesto el pijama mugroso del Hospital Militar, que sería, el último uniforme que usaría en toda mi vida. Afuera del Banco de Sangre esperaban el chófer de la ambulancia y el dermatólogo, que me preguntó, con algo de sorna: ¿Y esa cara, soldado? Usted ya es un hombre libre.

Roides Javier Cruz, 32 años: “Fue el peor año de mi vida”

La mayoría de los que pasamos el servicio tenemos pesadillas recurrentes con eso, una clara señal del trauma que te deja. Para mí fue el peor año de mi vida.

No se me olvidan frases como: “El Soldado ejecuta, no piensa” o “Eres propiedad de las FAR”. Vi muchos abusos y vejaciones a la dignidad de los jóvenes. Tanta deshumanización, dinámicas de cárcel, en fin, un montón de historias tristes.

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Roides Javier Cruz. Foto cortesía

Pasé el servicio de 2007 a 2008. Como sabía que tenía que entrar al año siguiente a la Universidad mis padres me sugirieron que me presentara cuanto antes en una oficina de captación. Cuando fui solo había un tipo trabajando que siempre me cayó mal porque tenía como cara de descarado, una risa de socarrón.

Ahí me dieron una fecha de entrada a la previa, que fue la peor parte en mi caso. Me tocó en la escuela de la defensa. Yo venía del IPVCE (Instituto Preuniversitario Vocacional de Ciencias Exactas), así que yo nada que ver con el sol, el trabajo manual y esas cosas.

Tampoco soportaba seguir órdenes, de hecho, tuve muchos problemas con profesores en el preuniversitario por lo mismo. Lo mío era la guitarra, el arte, matemáticas, computación, la fiesta en El Mejunje. Entré predispuesto porque ese lugar no tenía nada que ver conmigo y sabía por mi hermano que era como ir a la cárcel.

Además, se comentaba en el IPVCE que un conocido había perdido un dedo en un simulacro. A eso agrégale que dos años atrás un muchacho se volvió loco y salió disparando por toda la unidad hasta que se gastó el cargador. En fin, sin llegar sabía que iba a cumplir condena sin ser culpable de nada. Así me sentía.

Era tanto el desgaste que en la previa me senté al lado de uno de mis mejores amigos y llevábamos como 10 minutos juntos sin reconocernos porque estábamos uniformados, rapados, sucios, quemados y con gorras. Se nos aguaron los ojos cuando nos reconocimos.

Allí todo es terrible, pero lo peor son los sargentos instructores. Son tipos descarados, abusadores, gente enferma. Son los que te dicen que el soldado tiene que ejecutar la orden y no puede pensar. Te repiten que mientras cumples el servicio militar eres propiedad de las FAR, y que ellos son tus dueños y te pueden joder la vida en cualquier momento. A un muchacho de mi pelotón, que una vez protestó porque nos habían hecho marchar demasiado bajo del sol, se lo hicieron.

El sargento instructor le dijo: soldado (seguido por el número, porque te llaman por número), arrastras adelante (es una orden que te tienes que arrastrar por el piso como si estuvieras pasando una alambrada). El muchacho se tuvo que arrastrar hasta los pies del sargento y los demás militares se rieron. Cuando le dio la orden de firme el muchacho le metió un piñazo al sargento y salió corriendo. Entre todos los sargentos lo alcanzaron y le cayeron a golpes en el piso, a botazos.

Por otra parte, la comida era una basura. Nos daban para desayunar y merendar huevo con un agua con chocolate que se cortaba enseguida, y me cayó mal varias veces. La última vez fue cuando ya estábamos en los últimos días de la previa que te meten en el monte a vivir.  Ahí me dio diarrea, sumándole que mi cantimplora estaba rota y, aunque lo reporté me ignoraron. No pude tomar casi agua, así que me deshidraté.

Me empezaron a dar mareos y caí casi desmayado. En efecto, estaba deshidratado me dijo después la doctora. Así acabé la previa. Baje muchísimo de peso, tanto que mi mamá lloró cuando me vio.

Han pasado años, pero no olvido cómo los oficiales nos maltrataban en las prácticas de tiro. Ahí se ensañan porque tienes que entrar al campo arrastrándote o en cuclillas, y ellos son los únicos parados. Todos te daban patadas cuando te tocaba entrar o hacías algo mal. El abuso era mucho. Algunos soldados se escapaban de noche a comprarle chispa de tren a los guajiros. Tomaban alcohol para poder aguantar aquello.

Luego, en el servicio militar, me ubicaron en el Estado Mayor, haciendo guardia. Todos los militares me caían mal. Todos estaban gordos, bien comidos y uno con tremenda hambre en la posta, sin fuerza para cargar el armamento.

Una vez se me metió una polilla en un oído y cuando intenté sacarla se metió más profundo. El bicho no se murió. Al contrario, duró toda la noche dentro de mí y aunque le avisé al oficial de guardia no me creyó porque se metió bien adentro casi en mi tímpano. Al otro día es que pude ir al médico y el animal salió cuando me lavaron el oído.

Un detalle interesante es que conmigo ahí en el Estado Mayor también entró un muchacho que era de apellido Díaz-Canel. La verdad no recuerdo exactamente qué parentesco tenía con el mandatario, pero con ese apellido, de Santa Clara y teniendo en cuenta que el chamaco hizo lo que le dio la gana, es bastante sospechoso. Se ausentaba a las guardias, que eso es tomado como que te escapaste, y no pasaba nada. Faltaba cuando quería. Era un farandulerito, onda Sandro Castro.

Generalmente el reclutamiento es súper corrupto y con nepotismo. Casi todos los que pasan el servicio en lugares tranquilos o en instituciones civiles tienen palanca. Los que no, les toca unidades de combate, y esas son las calientes de verdad.

Alejandro Morales, 32 años: Todo el tiempo nos decían: “tú eres propiedad de la FAR, de la Revolución”

Mi unidad era más rigurosa que la de muchos de mis amigos. Nosotros hacíamos maniobras militares reales, con cañones, tanques, tiros, bombas; solo que todo era muy rústico y viejo. No eran armas modernas sino cosas que en el mundo están en desuso. Es muy ridículo que crean que pueden ganar alguna guerra con esa basura. Aunque con esa basura ponían en peligro nuestras vidas. Había una frase que siempre decían como si fuera un chiste, y que se la atribuían a Raúl Castro: “Una maniobra militar sin muertos es como si no hubiese pasado”. Aunque no hubo accidentes fatales en mi tiempo allí estuvimos varias veces a punto de desgraciarnos.

Piensa que entras allí en la adolescencia. Todo te asusta. Es una locura darnos armas, bombas. Podíamos haber muerto. Es que realmente han muerto muchos, lo que de eso no se habla.

Alejandro Morales. Foto cortesía

Lo peor es tener a gente tan estúpida y con tanto poder sobre ti, y tú estar indefenso. Estuve más de tres meses sin pase. Me lo quitaban por cualquier bobería: un zapato mal lustrado, la camisa con una esquina afuera. También me gané un castigo porque se me ocurrió rectificarle algo de historia a un militar.

Cuando no había maniobra lo que hacía era chapear y darle mantenimiento al lugar. Chapear marabú era muy duro. La primera vez que tuve que cortar la planta me puse tan histérico que empecé a patear el marabú, a ver si desaparecía. Una locura. Allí todos enloquecemos un poco. Era normal escuchar a varios bromear con que se iban a suicidar, pero algunos sí lo hicieron. En mi año un chico se tiró una ráfaga de madrugada. Puso el arma contra una piedra y se disparó. Ahí te hacían la vida imposible y algunos no lo aguantaban.

Te trataban como si no valieras nada. Me puse muy mal una vez, me deshidraté y hasta sueros me pusieron. En esas condiciones el teniente Sosa me arrancó los sueros y me obligó a salir de la sala médica para una maniobra militar. No lograba ni mantenerme en pie, pero así me llevaron. Son unos abusadores.

No se me olvida que un chico dijo muy bajito y en broma, en una formación, que había que darle un tiro a Raúl, en aquel entonces ministro de la FAR, para que se terminara el infierno del servicio. Un sargento lo oyó y le gritó: “Paredón, te voy a fusilar, gusano”.

El muchacho se puso tan mal que se desmayó del miedo y lo tuvieron que trasladar a la enfermería. El militar fue tras él y cuando recobró el sentido le gritaba que lo iba a ajusticiar. Lo médicos no podían sacar al sargento de allí, y quería llevarse al muchacho. Ese tipo actuaba como un loco, pero parece que algún jefe lo paró, aunque allí no perdonan.

Un día en una guardia me puse a jugar con el arma. Era un niño de 17 años y me pusieron en la mano un fusil, era normal que fuese curioso. Como castigo por mi imprudencia me llevaron primero para el calabozo y luego para un área que es un centro disciplinario.

Al principio me puse contento porque lo tomé como unas vacaciones de las fuertes jornadas de trabajo a las que éramos obligados, pero nada que ver. Lo primero que pasó fue que me quitaron el colchón y la tabla para que no durmiera o me acostara durante el día. Y yo dije bueno ok, me acuesto en el piso.  Pero esos hijos de puta tiraban cubos de agua por debajo de la puerta de la celda para que no pudiera acostarme. Igual estaba tan cansado que me dormí en el piso sobre el agua.

En el calabozo estábamos uno seis reclutas y nos daban la comida sin platos, una comida asquerosa. La echaban para todos juntos en la caldera grande de la cocina. Nos turnábamos para comer, primero unos y luego otros. Recuerdo que había una caldera inmensa con yogur en el fondo que era la que más trabajo daba. Los otros soldados tenían que ayudarte. Imagínate tomar un vaso de yogur en una caldera.

De ahí me mandaron para el centro, que era peor. En ese centro ni en la noche te dejaban en paz.  Luego de una jornada larga te ponían a leer el reglamento y a ver programas de política.

Los baños de ese lugar no tienen techos. Arriba en las postas ubican a reclutas con armas que te vigilan mientras te bañas para que no te vayas a suicidar. Imagina lo que estoy describiendo. Era un infierno.

En ese centro el entrenamiento era muy duro. Te levantaban a las 5:00 a.m., y estabas haciendo cosas hasta las 6:00 p.m. Solo parabas para comer. El otro tiempo era entrenamiento físico. En la última media hora apretaban el ejercicio para ya reventarte.

Todo eso era en un rectángulo y si ya no podías más había una línea amarilla donde te tirabas, pero si lo hacías ese día ya no te contaba. Es decir, si tenías 10 días allí de castigo y te rendías, la cuenta no iba a disminuir. Era obligatorio acabar toda la jornada.

Fue duro, era el más flaco de toda la unidad, y mi ametralladora la más grande de todas. Me dieron una RBT 44 que venía con 404 balas de 7.62mm. Todo eso pesaba más que yo. Los militares te humillaban, te ofendían. Si no lo lograbas te calificaban de “desfondado”.

Realmente era gusano desde antes, pero me radicalicé en el servicio. Solo se ganan el odio. Todo el tiempo nos decían: “tú eres propiedad de la FAR, de la Revolución”.

La baja me llegó el 28 de julio del 2008. Aún la tengo guardada. Catorce años después, tengo dos pesadillas recurrentes. Una que estoy en Cuba y no puedo salir, y la otra que estoy en el Servicio Militar de nuevo.

Yoel Alejandro Cala Pérez, 31 años: Los militares eran déspotas y muy corruptos

Soy cristiano, Adventista del Séptimo Día, así que no debo empuñar un arma. Cuando fui a inscribirme, el mayor Marrero me dijo que estaba escrito en los registros que yo era religioso. Entonces me preguntó cómo yo pensaba defender a mi país en una guerra. Le respondí que había muchas maneras de hacerlo, que podía ser enfermero, estar en la producción de alimentos. Parece que no le gustó mi respuesta porque de inmediato me dijo: “tú vas a pedir a gritos un fusil cuando veas la mocha de cortar caña en tu mano”. A mí me hubiese tocado quedarme en una unidad agropecuaria cerca del IPVCE de Pinar del Río, pero ese señor decidió mandarme para Bahía Honda.

Debo decir que respetaron mi religión, pero fue muy duro. Eran jornadas intensas de trabajo, desde las 5:00 a.m. nos despertaban. Teníamos una hora de descanso en toda la jornada.

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Yoel Alejandro. Foto cortesía

Allí convivimos chicos de todo tipo, muchachos con historias de vida muy duras que no tenían mucho que ver conmigo, pero nos hicimos amigos y me protegían. Yo era pequeño de estatura y ellos me cuidaban. Sentía que admiraban a los que teníamos carreras, y que afuera nos esperaba el proyecto de una mejor vida.

En ese lugar estuve tres meses cortando caña, hasta que me sacaron del campo a trabajar en oficinas porque tenía conocimientos de matemática. También estuve de sanitario en la enfermería. Recuerdo que un día trajeron un ventilador y el jefe de logística de la unidad se lo llevó e hizo que la enfermera firmara como si se hubiese roto.

Ese militar tenía una amante que se llamaba Cora. Él me mandaba a mí con su chofer a llevarle comida que se robaba del almacén. En la sala de esa mujer yo vi el ventilador que se llevó de la enfermería. Sabía que estaba mal pero ahí uno no puede ni chistar. Los militares eran déspotas y muy corruptos.

Ese mismo hombre intentó violar a otra enfermera, pero ella se defendió y él se detuvo. A pesar de eso la amenazó y la obligó a pedir la baja. Ella, que era cercana a mí, me confesó que en esa vida militar a las mujeres no se les respetaba.

Allí vi cosas horribles, como a un chico clavar un cuchillo a otro en la espalda. Eso fue ante mis ojos. Jamás había visto yo la violencia. Lo otro que no voy a olvidar tampoco es que una vez se acabó el agua en la unidad y trajeron una pipa que era de combustible. Aquello no se podía tomar, ni servía para bañarse. Los muchachos se intoxicaron con esa agua. Esa información nunca se reportó, la ocultaron.

También vi gente autolesionarse para escapar del campo. Se infestaban las heridas a propósito, se lastimaban. Tengo un amigo que se traumó tanto que estuvo varios meses en tratamiento psiquiátrico. Percibí como un muchacho alegre y bueno empezó a cambiar, a deprimirse, se puso agresivo. Vi cómo se apagaba y se convertía en otra persona.

La Barba Memes, 32 años: Era trabajo forzoso, esclavitud casi

Estuve 14 meses de servicio entre 2007 y 2008, en Nuevitas, en la unidad de Guardafronteras. El resumen de mi día era despertar a las 6:00 a.m. y limpiar los barcos o las lanchas, lo que tocara. No había descanso. Te explotan bastante y sin poder protestar. Cuando terminabas de trabajar venía la guardia.

La previa era muy rigurosa, sucia, la comida era poca y no pasaba por la garganta. Estabas con hambre siempre y trataban mal a todos. En 60 días que hice de previa nos dieran pollo una vez y nos dieron menos de 40 segundos para comerlo todo. Era una tortura responder a los caprichos de los militares.

La Barba Memes. Cortesía

Luego en la unidad fue menos drástico, pero igual todo se resumía a acatar órdenes. Era trabajo forzoso, esclavitud casi. Un día nos pusieron a reparar una carretera porque Raúl Castro iba para Camagüey, que la provincia había ganado la sede por el 26 de julio. Nos tuvieron trabajando un día entero sin darnos comida. Solo una naranja podrida y dos galletas de sal nos dieron, mientras los militares sí comieron bien.

Mi mamá principalmente estaba muy preocupada, porque yo navegaba mucho a mar abierto. Una vez fueron tres días sin tocar tierra firme en el barco.

Cuando me tocaba navegar eran mínimo ocho horas de viaje y a veces con mal tiempo. Me daba miedo y vomitaba mucho. Siempre digo que si me toca irme del país y la única opción es en lancha no me voy. El mar es muy peligroso y el servicio me traumó.

Alain: “Me tragué seis cuchillas, envueltas en hilo para que no me cortaran”

Empecé el servicio en mayo con 17 años, dos días después de terminar mi doce grado. Resido en Pinar del Río, pero me mandaron para una unidad en La Habana. El régimen era 20 días de servicio haciendo guardia un día sí y uno no. Luego te daban pase. Las guardias eran cada tres horas con fusil en una posta.

Una tortura porque no podías dormir. Si pegabas un ojo te quitaban días de pase. De los días de pase a veces me dejaban en dos como castigo, que los perdía en el traslado de La Habana a Pinar.

Recuerdo que había mucho bulling a los chicos gais o que lo parecieran. Mucho acoso. No los dejaban bañarse hasta que todos acabaran, por ejemplo.

En general, la pasé mal, como todos, pero aguanté casi dos años sin autolesionarme hasta que tres meses antes de cumplir y que me dieran la baja tuve un problema con un oficial. Él fue quien me agredió y tiró el primer golpe. Yo sabía defensa personal y boxeo, y me defendí. Al oficial lo castigaron quitándole una jaba de estímulo. A mí me mandaron para la prisión militar, con un delito. Me pedían de uno a tres años más. Ya tenía casi dos años de servicio cumplidos y estaba desesperado por irme, pero todo apuntaba a que me quedaría más tiempo.

La prisión militar fue dura. Literalmente estaba preso, pero con el extra de que allí todo el tiempo era marchando y trabajando, sin descanso, con visita cada 45 días. No podía aguantarlo, así que me planté seis días en huelga de hambre. Quisieron ponerme sonda y no me dejé. Mi papá se puso muy flaco conmigo preso. Mi mamá fue para que yo comiera, pero estaba decidido a hacer lo necesario para irme. También me tragué seis cuchillas, envueltas en hilo para que no me cortaran. Me arriesgué. Tenía miedo, pero me asustaba más quedarme allí. No podía más. Necesitaba que me sacaran de allí y en la placa se vieron las cuchillas que me tragué. Eso junto a mi huelga de hambre llevó a que me dieran la baja y no me sancionaran más tiempo.

Estando ingresado coincidí con muchacho al que los oficiales golpearon en la misma sala frente a mí por una bobería, hasta hacerle chorrear la sangre. Él se puso como loco y empezó a embarrar todas las paredes, a escupir. Luego para ocultar lo que le habían hecho los oficiales le quitaron la visita. Allí somos muchachos y nos dejan ver a nuestras familias cada 45 días, si te quitan una visita estás tres meses solo. Ellos hacen eso para ocultar cuando abusan de un recluta. A él le dieron duro, pero lo peor fue que le quitaron la visita para esconderlo. Eso hace que uno se sienta muy solo, se desespere.

De 20 militares, uno te trataba bien y tenía calidad humana. Solo recuerdo uno bueno que actualmente le doy un abrazo cuando lo veo.

Siento que ese período me cambió por completo, maduré de una forma muy dura.

Autolesionarse era lo normal ahí, o intentar suicidarse a ver si te dejaban ir. Los muchachos se tragaban llaves de ventanas, que son unas mariposas chicas. Hay quienes no tienen la fuerza para aguantar, y terminan pegándose un tiro con tal de salir, o echándose desodorante en los ojos para causar una conjuntivitis y estar unos días de pase o dejar de hacer guardias un rato. Había quienes metían la mano dentro de una toalla húmeda durante toda la noche y se la partían al otro día.

Otros se rayaban las manos con cuchillas con tal de simular un corte de venas o se las cortaban de verdad.

Son “trucos” que se pasan de soldado a soldado. Todos están para lo mismo, hacer lo menos posible, que pase rápido el tiempo y salir de allí. El sueño de todos es recibir la carta blanca de los ocho sellos, la baja.

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La guerra y su preparación son asuntos del diablo

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LA HABANA, Cuba.- La memoria es una de las entidades más prodigiosas que tenemos los humanos. Bien lo reconozco yo que he tenido problemas con eso a lo que los psiquiatras llaman memoria cercana o memoria inmediata, y no es más que esa memoria que, antecediéndolo, con un brevísimo instante anterior, el último, ese que atestigua que le di de comer a mi mascota, me hace dudar si tomé la pastilla. Es complejo, pero por suerte no tengo problemas con esa otra memoria que permite esos sucesos lejanos en el tiempo, como el servicio militar y la guerra.

Ahora mismo puedo recordar, casi con exactitud, esa jornada en la que me vi frente a un grupo de militares que me hacían una pregunta tras otra, esa vez en la que ese mismo grupo de militares me ordenó que me desnudara, que caminara en una dirección y luego en la otra, que me volteara, que les diera la espalda y que volviera a caminar. Recuerdo, recuerdo bien mi nerviosismo y los ademanes que acompañaban esa nerviosidad, los mismos de siempre, solo que esta vez los exageraba voluntariamente, remarcados en cada uno de sus detalles.

Recuerdo el momento en el que me entregaron la boleta, que solo miré cuando abandoné la sala, cuando ya no tenía esos ojos que indagaban en mi gestualidad y en mi desnudez. Creo que ese fue uno de los días más felices de mi vida, ese instante glorioso en el que descubrí, dictado en la boleta, que yo era un joven “No apto FAR”. Así escribieron y yo celebré en silencio, para “no deshacer la decisión”. Yo, que antes crucé los dedos, que imploré a los dioses, lloré entonces de felicidad, pero todavía con miedo, con muchísimo miedo.

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Jovenes del Servicio Militar con apenas 17 o 18 años (foto de archivo)

Ahora, con solo recordarlo, me asusto, ahora mismo puedo imaginarme vestido de verde olivo y recibiendo órdenes, vejaciones, y hasta me imagino en una guerra extraña, en una guerra lejana, fuera de la isla, en distantes territorios de ultramar y en las condiciones más adversas, en las más dolorosas, y enfrentado a ejércitos que no reconozco como enemigos, aunque, y al menos en mi imaginación, vuelvo a escuchar detonaciones, disparos, misiles, “actos sacrificiales” que nada tienen que ver con Jesús, y me asusto mucho, porque no me gustan las guerras, y tampoco prepararme para ellas.

Yo no fui al servicio militar obligatorio, pero no porque yo lo decidiera. No fui porque ellos no quisieron, porque ellos me creyeron débil, y también que ningún entrenamiento haría de mi un buen soldado, un guerrero viril. Y es que muchos no estamos hechos para la guerra, esas de bombas y ametralladoras, de balas y balas y balas, entrando en el pecho de cualquiera, rompiendo el pecho de cualquiera, y la vida. Y aun así tuve que hacer “Concentrados militares” en años de universidad, y hasta vivir simulacros de invasión. Y puedo verme todavía en una loma en la que se simulaba un ataque enemigo, y me recuerdo con mucha sed en aquella batalla de mentira con la cantimplora vacía. Recuerdo muy bien mi boca seca, mi necesidad de tomar agua, y mi protesta, aquel chiste tan “irreverente”…

Recuerdo mi chillido “inconveniente”. “Si no me dan agua gritaré muy alto para que los americanos sepan dónde estamos”. Así grité en un simulacro de guerra en el que el ejército del Norte era el enemigo, y yo harto, desesperado por la sed, y chillé bien más alto para que los americanos reconocieran nuestras coordenadas. Lo que vino después fue casi el infierno. La broma se hizo traición y Lucifer se apoderó del espíritu de toda la jefatura y casi me cuesta la expulsión. Bien que recuerdo yo aquella escena, y todavía me asusto, tanto que pareciera que la estoy viviendo otra vez, y con más fuerza.

Y es que ahora dicen que el servicio militar no es obligatorio, que cada cual decide si quiere enrolarse en esa preparación para la guerra de “todo el pueblo”. Y yo me pregunto cuándo y cómo reconocerán las atrocidades que se cometieron hasta hoy en nombre de “la defensa de la Patria”. Me pregunto quién pagará por los suicidios en esas unidades a las que fueron llevados los jóvenes cubanos que no querían prepararse para ninguna guerra, esos que soñaban con la paz y con la vida. Será que suponen que con esta decisión se olvidarán los muchísimos horrores.

Quisiera saber cuántos hijos de papá, cuántos descendientes de los Castro, cuántos Almeida, cuántos Valdés, García, Lazo, Díaz-Canel, se decidirán voluntariamente por el servicio militar, por un servicio militar real, no de mentirita. Y me preguntó si alguien puede levantar la mano y decir que estuvo en la misma unidad militar con algunos de ellos. ¿Cuándo el internacionalismo de Mariela dejará de ser el casamiento con un extranjero, y con otro luego? ¿Cuándo Antonio Castro irá a una misión en África y no a una playa turca? ¿Cuándo los nietos dejarán de hacer vacaciones exultantes, insultantes?

El servicio militar no debe ser obligatorio; los mambises se fueron a la manigua sin que antes estuvieran en una unidad militar preparándose para la guerra. El inexperto Martí no se entrenó para hacer batallas, tampoco Céspedes o los Maceo, ni Quintín Banderas y Calixto García. Hacer ahora que los jóvenes decidan si quieren entrenarse o no para hacer la guerra, no hará que olvidemos los horrores de esas obligadas preparaciones, ni los suicidios que provocaron, ni las muertes.

Eliminar la obligatoriedad no significa que olvidaremos, que relegaremos todas esas obviedades atroces. Deberíamos entender, como Heráclito, que creyó que por obra de la discordia todo nace y todo muere. El odio y la discordia llevan a la desunión, a la guerra y la muerte. La guerra propicia las más duraderas discordias. Cuba da la impresión de que está exánime, casi extinta, y sin dudas una de las causas es la vocación guerrerista de los Castro, y su empeño en preparar a sus menores para hacer la guerra, y enrolarlos luego en largos conflictos bélicos que le resultan extraños, que no les competen.

ARTÍCULO DE OPINIÓN
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