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Alfredo Zayas, presidente de un país en crisis

Ilustración de Alfredo Zayas

MIAMI, Estados Unidos. — “Gobierno entreguista” y “gobernante títere” han sido algunos de los calificativos otorgados por la historiografía castrista para definir el mandato del Dr. Alfredo Zayas y Alonso al frente de la República de Cuba entre 1921 y 1925.

Nacido en La Habana el 21 de febrero de 1861, Alfredo Zayas fue jurista, orador y poeta. Antes de ocupar la presidencia, desarrolló una extensa carrera política en la que ejerció diferentes cargos.

Zayas fue fiscal, juez y llegó a ser alcalde de La Habana. En 1905 ocupó el puesto de senador y un año después el de presidente del Senado. También fue vicepresidente entre 1908 y 1913.

Cabe señalar que Alfredo Zayas ganó los comicios presidenciales de 1916, pero los Estados Unidos intervinieron con arreglo a la Enmienda Platt y mantuvieron al General Mario García Menocal en el poder.

Finalmente, Zayas, uno de los políticos más influyentes de la isla en la primera mitad del siglo XX, llegaría al poder tras las elecciones realizadas en 1920, aunque su mandato comenzaría oficialmente el 20 de mayo de 1921 en medio de una gran crisis económica, producida por la brusca disminución de los precios del azúcar.

A su llegada al poder, muchos bancos y empresas comerciales e industriales habían quebrado, dejando en ruina a miles de personas. Los ingresos del Estado disminuyeron a causa de la crisis, y no alcanzaban para cubrir los gastos del presupuesto, el cual, como hecho para tiempos de gran abundancia, era excesivamente alto. Ese contexto llevó a que el disgusto entre la ciudadanía se incrementara.

Durante su gobierno, Alfredo Zayas hizo énfasis en tratar de reducir los gastos y obtener recursos con nuevos ingresos para salvar la situación. El gobierno de los Estados Unidos, por medio de su representante el general Crowder, apremiaba para que se mejorara la administración, muy desordenada a causa de la crisis y de los trastornos de los últimos años del gobierno del general Mario García Menocal, y para que se restableciera el crédito del Tesoro Público, invocando los derechos que decía concederle el Tratado de Relaciones Permanentes.

En sus cuatro años de gobierno, Zayas logró impulsar el derecho de la mujer, en particular el derecho al voto, así como reformas en el campo de la educación y del seguro social. Sin embargo, su gestión no escapó a los escándalos de corrupción, lo que generó enfrentamientos con distintos sectores de la sociedad, siendo el más notorio la llamada “Protesta de los Trece”.

También negoció el regreso a la soberanía cubana de la Isla de Pinos (actual Isla de la Juventud), ocupada desde 1898 por los Estados Unidos. Obtuvo, además, un préstamo de cincuenta millones de dólares de J. P. Morgan en para relanzar la economía devastada por su predecesor.

Alfredo Zayas fue el primer presidente que permitió la libertad de prensa sin censura.

Tras no presentarse a reelección en 1924, dedicó sus últimos años a la escritura y reedición de sus obras.

Alfredo Zayas murió en la capital cubana el 11 de abril de 1934 a la edad de 73 años.




Domingo Ramos, el pintor de los paisajes cubanos en la República

Domingo Ramos, Academia de San Alejandro, Cuba, pintores

MADRID, España.- Domingo Ramos Enríquez, uno de los grandes paisajistas cubanos durante la República, nació el 6 de noviembre de 1894 en Güines, Mayabeque.

Su obra trascendió especialmente por sus paisajes dedicados al valle de Viñales, en Pinar del Río. Aunque también recreó otras regiones de Cuba como la zona del río Almendares y la vegetación de la localidad de Calabazar, en La Habana.

Tras haber mostrado desde la infancia vocación para la pintura, en 1907 ingresó en la Academia de San Alejandro, donde tuvo como maestros a grandes pintores como Armando Menocal y Leopoldo Romañach.

Motivado por su talento, su padre lo envió a Madrid en 1912, donde cursó estudios en la Academia de San Fernando.

De regreso en Cuba tuvo una etapa muy productiva, marcada por exposiciones y premios. En enero de 1923 expuso en La Habana 38 lienzos dedicados al valle de Viñales que despertaron la admiración de muchos.

Posteriormente viajó nuevamente a España, donde visitó ciudades como Valencia, Murcia y Cataluña que lo motivaron a incursionar en el paisaje nevado. Su talento fue elogiado por el reconocido pintor del impresionismo español Joaquín Sorolla. Y en 1925 inauguró en Cuba una exposición de temática mediterránea.

Domingo Ramos incursionó también como maestro en la Academia de San Alejandro, con notable influencia en sus estudiantes. De esta Academia llegó a ser director y en 1956 fue nombrado Profesor Emérito.

Además, fue miembro de la Royal Society de Londres y de la Asociación de Escritores y Artistas Americanos de La Habana.

El pintor murió el 23 de diciembre de 1956, dejando al arte cubano valiosas obras como “El hato de Caiguanabo”, “Viejos mamoncillos”, “Abril florido” y “Cueva de los portales”.

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Cuba: a 82 años de la última Asamblea Constituyente en democracia

Constitución 1940, Cuba, Entierro simbólico

LAS TUNAS, Cuba. — La última Asamblea Constituyente que Cuba tuvo en democracia —la que concibió y redactó la Constitución de 1940— acaba de cumplir 82 años. Sesionó en el Capitolio Nacional de forma pública y con transmisiones a través de la radio desde el miércoles 7 de febrero hasta el sábado 8 de junio de 1940, cuando concluyeron sus trabajos. El documento, que recogía 286 artículos, se convirtió en uno de los textos constitucionales más avanzados de América desde el punto de vista jurídico y humano.

La Asamblea Constituyente fue de origen genuinamente plural, democráticamente electa y sesionó sin interferencias ni presiones durante. Cuando concluyó su legislación, produjo la Constitución de 1940, firmada el 1ro de julio de ese año en Guáimaro en honor a la primera Constitución de la República en Armas. Cuatro días después sería promulgada en La Habana, en el Capitolio Nacional.

La Constitución de 1940 estuvo en vigor poco menos de 12 años, desde el 10 de octubre de 1940 y hasta el golpe de Estado del 10 de marzo de 1952. Pero, sin dudas, el mayor mérito de la Constitución de 1940 no radica en el texto y en la hondura de sus postulados, sino en la Asamblea Constituyente en sí misma, electa de forma democrática por el pueblo de Cuba en 1939. Para más avances, en una sociedad abiertamente machista, tres mujeres resultaron elegidas asambleístas: Esperanza Sánchez Mastrapa, María Esther Villoch Leyva y Aleida Hernández de la Barca.

Basada en esa pluralidad democrática integraron la Asamblea Constituyente personas de ocho partidos políticos, 35 representando al gobierno y 41 a la oposición. Tal vez haya sido esa la única ocasión en que los comunistas cubanos tuvieron un escaño de forma legítima. Entonces, cuatro militantes del Partido Socialista Popular (PSP) legislaron codo a codo con sus adversarios políticos, oportunidad que hoy los comunistas del PCC (Partido Comunista de Cuba) niegan a la disidencia.

Respecto a ese apartamiento ideológico por el bien nacional, José Manuel Cortina García, que fue el presidente de la Comisión Coordinadora de la Convención Constituyente, hizo una exhortación a los legisladores en la que pidió que dejaran fuera del Capitolio y de los debates constitucionales los partidos políticos que representaban y que mantuvieran “la patria dentro”.

Para la redacción de la Constitución de 1940 los asambleístas tuvieron en cuenta, entre otros, los textos de diferentes constituciones de la República en Armas, con los conceptos universales Del espíritu de las leyes, de Montesquieu, y de la Declaración de los derechos del hombre y del ciudadano, de la Asamblea Nacional Francesa (1789), traídos a la Constitución de Guáimaro por los padres fundadores (Céspedes, Agramonte y Zambrana). También figuraron en la Constitución del 40 líneas de la Constitución cubana de 1901, inspirada en iguales postulados jurídicos y humanos, de la Constitución de Estados Unidos, la Constitución española de 1931 y la Constitución de Weimar (Alemania, 1919).

Toda esa mezcla de ideas y conceptos haría producir un texto constitucional con vigencia contemporánea, que todavía está llamado a servir como Constitución de la República de Cuba en un futuro periodo de transición a la democracia.

Con el golpe de Estado de Fulgencio Batista ocurrido el 10 de marzo de 1952, tiene origen la inconstitucionalidad que hoy padecemos en Cuba por quebrantamiento de la ley primera, ilegitimidad en la que Fidel Castro persistió, faltando a sus promesas escritas en el Manifiesto de la Sierra Maestra.

Pese a los aparentes cambios del pasado reciente, todos los vicios del castrismo siguen condensados en la hoy titulada “Constitución socialista de 2019” y todo el cuerpo “legal” y gubernamental de la llamada “presidencia de Díaz-Canel”, un sofisma que se hace llamar “Estado de derecho”.

Y sí, en efecto, los actuales gobernantes son continuidad de la dictadura que pisoteó la Constitución de 1940 y, de paso, a la última Asamblea Constituyente que Cuba tuvo en democracia, esa misma que recién acaba de cumplir 82 años.

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4 de septiembre de 1933: la “dictadura” comunista que amenazó a la República

Rebelión de sargentos en 1933, 4 de septiembre de 1933, Cuba

LA HABANA, Cuba. — La asonada militar del 4 de septiembre de 1933 ha sido muy mal versionada en la historia oficial. Fue el sargento Pablo Rodríguez, y no Fulgencio Batista, el promotor del levantamiento militar. Si Pablo Rodríguez y los sargentos José Eleuterio Pedraza y Miguel López Migoya que lo secundaban y contaban con el apoyo de los soldados de Columbia, unieron a Batista a su grupo fue porque tenía un carro y era taquígrafo.

Una muy interesante entrevista a Pablo Rodríguez sobre los hechos del 4 de septiembre de 1933 apareció en abril de 1970 en la revista Pensamiento Crítico. En dicha publicación, Pablo Rodríguez explicaba que junto a otros cuatro militares  que conspiraban desde el 12 de agosto, había formado “una especie de célula comunista”, pues tenía simpatías con las ideas del comunismo. Además, era amigo de Blas Roca, Juan Marinello y Salvador García Agüero. Con anterioridad también mantuvo relaciones con Julio Antonio Mella.

Explicaba Rodríguez que Batista y Pedraza se hicieron abecedarios y que él se fue del ABC cuando aceptó  la mediación de Sumner Welles. Según Rodríguez, los complotados buscaban “ estabilidad en la República, tranquilidad, un gobierno revolucionario de verdad, de hombres responsables…”.

Rememoraba el sargento que al encontrarse con Batista y preguntarle qué hacer ante la falta de gobierno, este le contestó: “Hay que reunirse con el Directorio Estudiantil pues ellos tienen un programa de gobierno colegiado con cinco presidentes”.

Rodríguez refería que había aceptado al Directorio Estudiantil, con el que ya había sostenido una reunión en La Víbora, “porque era lo más revolucionario que había, lo más de izquierda, lo más sano también, porque eran muchachos jóvenes todos y no habían tomado parte en la mediación”.

Sergio Carbó, uno de los pentarcas, nombró a Batista coronel y jefe del Ejército y no a Pablo Rodríguez. Ramón Grau San Martín participó en una reunión posterior con miembros del Directorio Estudiantil en casa de Carbó con la idea de relevar a Batista y arrestarlo por sus contactos con el embajador norteamericano Caffery, lo que consideraban una “traición a la Revolución”. Pero Batista logró convencer a Grau de su arrepentimiento y fue perdonado.

Pablo Rodríguez negó que Antonio Guiteras estuviese en esa reunión y que hubiese querido fusilar a Batista, como afirman algunos historiadores oficialistas: solamente se habló de sustituirlo como jefe del Ejército.

Si en 1933 se hubiera impuesto la línea del sargento Pablo Rodríguez, simpatizante del comunismo, y de otros militantes de la izquierda radical que lo secundaban, hoy Cuba llevaría 88 años bajo un régimen comunista.

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Eduardo Chibás, la muerte que cambió la historia de Cuba

Eduardo Chibás, Cuba

LA HABANA, Cuba. — Este 16 de agosto se cumplen 70 años de la muerte (en 1951) de Eduardo Chibás, un hecho que de no haber ocurrido siete meses antes de las elecciones presidenciales hubiera dado un giro muy distinto al curso de la historia de Cuba.

El líder del Partido del Pueblo Cubano (Ortodoxo), que había acabado de cumplir los 43 años, llevaba once días ingresado en el Centro Médico Quirúrgico de La Habana debatiéndose entre la vida y la muerte a consecuencia de un balazo que se dio al anochecer del 5 de agosto, durante su muy escuchado programa radial dominical Al aire.

Chibás, que era un hombre tan impulsivo y vehemente que muchos dudaban de su salud mental y lo calificaban de histérico, se disparó porque, según alegó, habían desaparecido de su portafolios las pruebas que había prometido presentar para probar que José Manuel Alemán, ministro de Educación del gobierno de Carlos Prío Socarrás, había robado una suma millonaria del presupuesto nacional.

Fue entonces que, trémulo de impotencia, con los ojos desorbitados tras sus gruesos lentes de miope, apoyó el cañón del revólver en su vientre y disparó. La detonación, amplificada por los micrófonos de la radio nacional, estremeció la conciencia de los cubanos. Y eso que no imaginaban cuánto torcería el rumbo político del país.

Siete décadas después todavía siguen sin esclarecerse las circunstancias en torno a aquel dramático suceso, conocido como “el último aldabonazo de Chibás”. Unos dicen que las pruebas contra Alemán las robaron del maletín de Chibás individuos al servicio de Aureliano Sánchez Arango, mientras que otros aseguran que dichas pruebas no existieron, ya que Chibás nunca logró obtenerlas.

Hay quienes afirman que Chibás no quiso realmente suicidarse, sino impresionar. La herida, que fue cerca de la ingle, no necesariamente tuvo que ser mortal. Si falleció fue por una infección y otras complicaciones que se presentaron.

Pero hay quienes aseguran que el responsable de las complicaciones que causaron la muerte de Eduardo Chibás fue el doctor Gustavo Aldereguía. Según estas versiones, sus jefes del Partido Socialista Popular (PSP, comunista), aún con esperanzas de volver a ser del gobierno aliándose con Fulgencio Batista y que no tragaban a Chibás por su anticomunismo, le habían advertido al médico que el líder ortodoxo no podía salir vivo del hospital. Querían impedir que triunfara en las elecciones del próximo año, como parecía que ocurriría.

Cuando estudiaba en la universidad, Chibás se había enfrentado a la dictadura de Machado. Fiel seguidor del doctor Ramón Grau San Martín, fue de los primeros en afiliarse, en 1934, a su Partido Revolucionario Cubano Auténtico. Pero en 1947, desencantado por la corrupción y la guerra entre pandillas políticas que caracterizaron al segundo gobierno de Grau (1944-1948), creó el Partido Ortodoxo, un desprendimiento del autenticismo, que con el lema “vergüenza contra dinero”, y una escoba como símbolo, prometía acabar con la corrupción administrativa y adecentar la política cubana.

En las elecciones de 1948 Chibás fue derrotado por el candidato del oficialismo, Carlos Prío Socarrás, quien era amigo y compañero de lucha suyo desde los tiempos de la Revolución de 1930 y el Gobierno de los Cien Días de Grau.

El tenaz y carismático Chibás, que era un consumado orador y polemista, no se dio por vencido, y como con Prío se agudizaron los males del gobierno de Grau, no tardaron en nutrirse las filas ortodoxas, donde resaltaban figuras como Jorge Mañach, Fernando Ortiz y José Pardo Llada, entre otros.

Tanta esperanza y simpatía generaron Chibás y su partido que a pesar de su muerte, en las elecciones que debieron celebrarse en abril de 1952, el candidato con más posibilidades era el ortodoxo Roberto Agramonte. Pero aquellas elecciones no llegaron a efectuarse porque un mes antes, el 10 de marzo de 1952, Batista, cuya candidatura no tenía posibilidades de triunfar, dio un golpe de estado y derrocó al presidente Prío.

Chibás, un político nacionalista y tan cercano a la social-democracia y el corporativismo como Grau, y quien aseguraba que “Cuba tiene reservado en la historia un grandioso destino, pero debe realizarlo”, padecía de mesianismo revolucionario, pero quizás hubiera resultado otro líder populista y demagogo más de los que tanto abundan en Latinoamérica. Como el brasileño Janio Quadros, por ejemplo.

Tal vez por intentar sacar a Cuba de la dependencia económica de los Estados Unidos habría tenido algún encontronazo de poca monta con Washington. Y difícilmente hubiera podido erradicar la corrupción y el pandillerismo, porque estaba tan comprometido como Grau y Prío con sus antiguos compañeros revolucionarios de las facciones en pugna devenidos en pistoleros.

Pero como fuera que resultara un gobierno de Chibás, o de Roberto Agramonte, su sustituto, no hubiera podido revertir el curso de la constitucionalidad y la democracia y se hubiera evitado todo lo que vino después de 1952: la dictadura de Batista, la insurgencia fidelista y la instauración de un régimen totalitario que ya dura 62 años y que tiene a Cuba, en estos momentos, sumida en la peor crisis de su historia.

Durante el multitudinario entierro de Eduardo Chibás, un joven abogado holguinero que no había logrado ascender en la Ortodoxia porque no era del agrado de Chibás, y que ya empezaba a hacer gala de su mente calenturienta, propuso enrumbar el cortejo fúnebre hacia el Palacio Presidencial, asaltarlo, tomarlo y matar al presidente Prío lanzándolo por el balcón.

De las frustraciones republicanas había brotado, como un genio embotellado, Fidel Castro.

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Al castrismo le preocupa la imagen positiva de la República

República Cuba

República Cuba
Carrera Gran Premio de Cuba, celebrada de 1957 a 1960. Foto tomada de internet

LA HABANA, Cuba.- Es innegable la preocupación de los gobernantes cubanos ante la visión que va apareciendo con frecuencia en las redes sociales de una etapa de la República donde la prosperidad alcanzaba a buena parte de la ciudadanía. Lógicamente la inquietud del castrismo aumenta debido a que esa imagen dorada de la República coincide con esta etapa de crisis en que se halla la sociedad cubana actual.

Al argumento tradicional empleado por la propaganda oficialista para enfrentar la imagen boyante de la República —la existencia de bohíos con sus moradores semiabandonados en intrincadas regiones del país—, se ha venido sumando últimamente la supuesta deformación estructural que padecía la economía republicana.

En ese sentido apuntan a la dependencia que tenía la Isla de dos productos que garantizaban la mayoría de sus exportaciones —el azúcar y el tabaco—, así como la excesiva centralización geográfica de su comercio exterior en el mercado estadounidense. La historiografía económica del castrismo se lamenta de que la Isla no conociese en ese momento de una hipotética diversificación, tanto en los rubros exportables como en el destino de esas producciones.

Semejante punto de vista pasa por alto, por ejemplo, la condición calamitosa en que quedó la economía cubana al finalizar la contienda independentista de 1895, cuando era prácticamente una quimera aspirar a encontrar mercados internacionales para otras industrias o productos que no fuesen los antes mencionados.

Entonces fue poco menos que una bendición contar con la apertura del mercado estadounidense, con preferencias arancelarias en el contexto del Tratado de Reciprocidad Comercial de 1903, para nuestras exportaciones de azúcar y tabaco. Ello permitió que el país se recuperara con rapidez y alcanzara altas cotas de crecimiento económico. A lo anterior agregaríamos que la esencia del referido Tratado de Reciprocidad pudiera oficiar como un precedente de los tratados de libre comercio que actualmente varios países de la región han firmado con Estados Unidos, con buenos dividendos para las naciones de la llamada “periferia”. O si no, que le pregunten al presidente de México.

Mas, en el supuesto caso de que se aceptase la tesis castrista acerca de la deformación estructural de la economía republicana, habría que convenir en que se trataba de una “deformación” sui géneris, pues nuestros establecimientos comerciales se hallaban bien abastecidos (sin colas ni libreta de racionamiento), se lograban zafras azucareras que generalmente superaban los cinco o seis millones de toneladas de azúcar —ahora las zafras rondan escasamente el millón de toneladas—, la Isla casi siempre presentó superávit en su balanza comercial (a partir de 1960 siempre ha habido déficit), y Cuba era un país de inmigrantes, donde chinos, españoles y caribeños venían a disfrutar de las buenas condiciones laborales presentes (ahora todo el mundo se quiere ir de Cuba).

Volviendo a la preocupación castrista, el periódico Granma publicó en su edición del 14 de julio una entrevista con el profesor Fabio Fernández Batista, de la Facultad de Filosofía e Historia de la Universidad de La Habana. El profesor aduce, no sin razón, que la falta de matices con que la historiografía oficial —solo se muestran las sombras— ha tratado la República, ha avivado la expectativa del público por conocer otros relatos.

Sin embargo, el referido profesor parece dar marcha atrás en su “flexibilización” al expresar en otra parte de la entrevista que la única manera de no ser contrarrevolucionario en Cuba es ser anticapitalista. Así, sin matices.

¿En qué plano quedan entonces los cubanos que simplemente simpatizan con el liberalismo, la socialdemocracia, o la democracia cristiana, ideologías que generalmente se desenvuelven en sociedades que clasifican como capitalistas?

Nada, profesor, que usted ha confirmado aquello de que “la cabra siempre tira al monte”.

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20 de mayo: sí, fecha gloriosa

Cuba, efemérides 20 de mayo cubanos

Cuba, 20 de mayo
Bandera cubana ondea en la entrada de la bahía de La Habana (Foto: 14ymedio)

LA HABANA, Cuba. – A raíz de la celebración de la Feria Internacional del Libro de La Habana en el pasado mes de febrero, en la que uno de los escritores homenajeados fue la investigadora (ya fallecida) Ana Cairo, se presentó una reedición de su libro 20 de mayo, ¿fecha gloriosa?, el cual vio la luz inicialmente en el año 2002, con motivo del centenario de la instauración de la República.

Si bien la doctora Ana Cairo no clasifica entre los intelectuales procastristas que con más fuerza han arremetido contra la fecha del 20 de mayo, día de 1902 en que nacimos al concierto internacional de naciones independientes, la propia interrogante contenida en el título de su libro amerita una respuesta, máxime cuando nos acercamos a una nueva conmemoración de esa efeméride.

Cuentan que esa jornada resultó inolvidable para los cubanos de entonces. El gobernador norteamericano, Leonardo Wood, antes de traspasar el mandato de Cuba al presidente electo Tomás Estrada Palma, decretó no laborables los días 20 y 21 de mayo para que la entusiasta población pudiera participar en los festejos.

Al mediodía del 20 de mayo, cuando se arriaba en el castillo de El Morro la bandera de Estados Unidos y se izaba la de la estrella solitaria, el generalísimo Máximo Gómez, pleno de emoción, expresaba: “Al fin, hemos llegado”. De esa manera reconocía que los cubanos asistían a la culminación de casi tres décadas de heroica lucha contra el colonialismo español.

En 1952, al cumplirse el cincuentenario de la República, una nueva generación de cubanos, a pesar de los tropiezos e imperfecciones que había exhibido la vida republicana, festejaron por todo lo alto la fecha del 20 de mayo.

Se confeccionó un calendario de festejos entre los días 14 y 21 de mayo. Arribaron al país numerosas delegaciones extranjeras invitadas a las actividades por el cincuentenario, las cuales serían recibidas en el Palacio Presidencial por el entonces mandatario Fulgencio Batista. Mientras tanto, el cardenal Manuel Arteaga, tras presidir la transportación de la virgen de La Caridad del Cobre desde su santuario hasta La Habana, ofreció finalmente una gran misa en ocasión de la fecha.

La población, por su parte, disfrutó de actividades deportivas, paseos de carrozas desde la calle G hasta el Capitolio, así como retretas musicales en plazas y parques a todo lo largo y ancho de la Isla.

Y nunca el 20 de mayo, aún sin coincidir con un aniversario cerrado, era un día intrascendente para los cubanos. Se trataba de un día de asueto laboral. En las casas se hacía alguna comida especial y casi todas las personas aprovechaban la ocasión para estrenarse alguna prenda de vestir. En las escuelas, alrededor de la fecha, se desarrollaba la ceremonia anual del “Beso de la Patria”, en la que se entregaban regalos y diplomas a los alumnos más sobresalientes durante el curso.

Todo eso iría desapareciendo a partir del 1ro de enero de 1959, cuando Fidel Castro y sus barbudos de la Sierra Maestra se hicieron con el poder en Cuba. Los libros de Historia escritos por autores progubernamentales comenzaron a denigrar todo lo relacionado con la República y, en especial, la emprendieron contra la fecha del 20 de mayo, que, como era lógico suponer, fue sacada del calendario oficial de festividades.

Y cabría la siguiente interrogante: ¿Qué derecho le asistía al castrismo, en aras de legitimar su giro al marxismo-leninismo, traicionando así el ideal de nuestros próceres independentistas, para borrar una tradición de hondo calado entre los cubanos?  Evidentemente, ningún derecho en el buen sentido de la palabra. Solo la fuerza, que como alguien dijo una vez, es el derecho de las bestias.

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A 118 años de la proclamación de la república

Cuba república
Foto archivo

LA HABANA, Cuba.- Según el mal redactado y peor intencionado mamotreto que los mandamases castristas llaman Constitución, Cuba es una república. Pero en muchos aspectos dista bastante de lo que la mayoría de los estados democráticos entienden por “república”. Y suerte que a la república no la llamaron socialista, popular o democrática, algunos de los apellidos añadidos que los comunistas suelen ponerle a las “democracias” entendidas a su modo.

Cuba no tiene día de la república que festejar. El 20 de mayo, que fue el día en que se proclamó la república en 1902, no se celebra en la Isla desde 1959.  El castrismo reniega de esa fecha porque según afirma ese día se instauró “una república mediatizada por el imperialismo norteamericano”.

En la reescritura teleológica de la historia hecha por los castristas, llena de anécdotas mal contadas y peor intencionadas, los 56 años del periodo republicano se reducen a gobiernos corruptos y entreguistas al capital norteamericano, con énfasis en las dictaduras de Machado y Batista —que sumadas ambas, en años y muertes ocasionadas, no hacen ni el calcañal de la dictadura castrista— y la sucesión de luchas revolucionarias que condujeron al primero de enero de 1959, que fue cuando, según afirman, “Cuba alcanzó su verdadera independencia bajo la guía de Fidel Castro”.

Han sido muchos los embaucados con las fábulas de la historiografía castrista sobre la que califican como “la pseudo-república neocolonial”.

Un vecino que se dice comunista, aunque a fuerza de desengaños ya no lo es tanto, me confesó una vez que se asombró mucho al leer una carta en que José Martí llamaba “querido hermano” a Tomás Estrada Palma, el primer presidente que tuvo Cuba luego de la independencia.

No sabía mi vecino que Estrada Palma fue el hombre de confianza de Martí, y el que lo sustituyó luego de su muerte en la dirección del Partido Revolucionario Cubano. Por el contrario, mi vecino, que se había tragado completo el infundio castrista, estaba convencido de que “el primer presidente de la república mediatizada fue un títere anexionista puesto por los yanquis luego de que frustraran la guerra de independencia e impusieran la Enmienda Platt”.

De todos los presidentes republicanos, el castrismo se ensañó particularmente contra Estrada Palma. En los primeros años del régimen revolucionario arrancaron su estatua de la Avenida de los Presidentes: sólo quedaron los zapatos de bronce, tercamente prendidos al pedestal.

Paradójicamente, dejaron intacto el monumento a José Miguel Gómez, el segundo presidente de la república, apodado el Tiburón, notorio por su corrupción y por haber ordenado en 1912 la sangrienta represión contra la sublevación de los Independientes de Color.

Estrada Palma fue el más honesto de los gobernantes cubanos. Su fallo fue haberse creído insustituible como presidente, y haber querido en 1906 reelegirse a la cañona, lo que provocó un alzamiento de los opositores, capitaneados por José Miguel Gómez.   Para colmo Don Tomás, antes que negociar con los alzados, prefirió acogerse a la Enmienda Platt y solicitar la intervención norteamericana.

No estoy seguro de haber convencido a mi vecino con mis explicaciones, pero me aseguró que para entender varios episodios que le resultaban confusos, por lo mal contados, iba a leer con otros ojos, más detenimiento y hurgando entre líneas la historia de Cuba.

Mucha falta nos hace a los cubanos —a todos, no solo a los obnubilados por el pensamiento oficial— profundizar en la historia nacional. En la verdadera, no en la historieta con falsas premisas y moralejas que fabricaron los mandamases y nos embutieron como papilla desde la escuela primaria. Solo así podremos aquilatar en su justo valor, con sus luces y sombras, la República que tuvimos y no supimos componer, porque sin dudas requería componerla, y mejorarla con espíritu cívico, y no dejarla al arbitrio de politiqueros, manengues, demagogos y caudillos aventureros.

La República era ese tiempo ideal en que se comía opíparamente por centavos, todos vestían como dandys y damiselas encantadoras, y las victrolas tocaban boleros y guarachas en cada esquina, pero, ¿cómo en tal edén pudo triunfar algo tan espantoso como la revolución de Fidel Castro?

Cuando alguna vez los cubanos volvamos a tener república, una verdadera, ojalá nos desempeñemos mejor. No podrá ser con los mismos vicios y errores que condujeron al abismo a la primera. Es de suponer que para entonces ya estaremos curados de ciertas manías, como la de brincar, armados y vociferantes, por encima de la institucionalidad y el estado de derecho para ponernos en manos de líderes mesiánicos y carismáticos que nos prometen el paraíso en la tierra. De algo nos habrán tenido que servir los más de 60 años de purgatorio comunista.

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En defensa de Don Tomás Estrada Palma

Tomas Estrada Palma, primer presidente de Cuba, 1902. Foto: reproducción a mano de una imagen del presidente (GettyImages)

LA HABANA, Cuba.- Hace apenas unos días, el investigador y especialista en Estudios Cubanos señor Luis Toledo Sande (1950) soltó una andanada de improperios sobre nuestro primer presidente de la República, Don Tomás Estrada Palma (1835-1908), aquel mambí y gran educador cuyas virtudes son tantas, que bien pudiera llamársele “el presidente más decente y honrado que ha tenido Cuba”.

La vida de aquel primer presidente fue tan transparente que jamás los cubanos del exilio y de la isla hemos dejado de admirarlo y respetarlo.

Cómo olvidarlo, cuando a sus 33 años, después de ser alcalde del entonces Ayuntamiento libre de Bayamo, donde defendió la libertad de los esclavos, se convirtió en uno de los primeros que abandonó sus bienes y se lanzó a la manigua machete en mano, acompañado de Candelaria, su madre, aquel 10 de octubre de 1868. Poco tiempo después fue encarcelado por los españoles y amenazado de fusilamiento, finalmente lo condenaron al exilio durante largos años en Estados Unidos.

Cómo olvidar cuando, ya presidente, lo veían viajando en vehículos públicos, sin cuidarse para nada, porque no tenía enemigos. Estrada Palma, tras dejar su cargo, en vez de aceptar un retiro en Estados Unidos prefirió una choza en su vieja finca bayamesa.

Hoy acusado por Toledo de “abominable”, aquel amigo de José Martí, en quien depositó el Apóstol toda su confianza, no solo ha sido el presidente más honrado de nuestra historia, sino además, uno de los que más se preocupó por conducir a Cuba por senderos de prosperidad y libertad. ¿Acaso Toledo lo acusó de “tacaño” porque no regaló una porción de tierra cubana a un amigo extranjero, ni le envió en un avión particular helado “Coppelia”?

A su llegada al gobierno, Estrada Palma implementó leyes económicas basadas en mayores ingresos y no en gastos. El 20 de mayo de 1902, el tesoro público cubano no pasaba de medio millón de pesos, tres años después, un poco antes de dejar su cargo, y gracias a la firma de tratados con Estados Unidos, logró tener un superávit de 26 millones de dólares.

Sus logros están bien claros en la historia, pese a que los historiadores castristas no quieren reconocerlos: Mejoró notablemente la ganadería; desarrolló la industria azucarera con la apertura de más centrales, lo mismo hizo con la del tabaco y el café. Pagó a los veteranos de forma vitalicia, prohibió los cargos públicos en los que se cobraba sin trabajar y respetó todos los derechos de los ciudadanos.

Uno de sus primeros objetivos como mandatario, como fiel amante de la educación, fue dedicar el 25% del presupuesto nacional a la enseñanza pública y sólo un 10% al ejército, en ese entonces el 64% de la población en Cuba era analfabeta. En pocos meses aumentó el número de escuelas a 3,712, creó las aulas de Kindergarten y sentía orgullo al decir que su gobierno tenía más maestros que soldados

Tanta fue su contribución al desarrollo económico del país, que los gobiernos posteriores continuaron sus pasos, perfeccionando las cuatro industrias que Don Tomás había sacado de las ruinas, gracias a la ayuda norteamericana.

En septiembre de 1906 Don Tomás Estrada Palma, renuente a pactar con la oposición y sí a la reelección, como lo estipulaba la Constitución de 1901, abandonó la presidencia ante la guerrita de agosto y los norteamericanos intervinieron por segunda vez el país.

En esta segunda ocupación Cuba salió ganando: Estados Unidos se dedicó mucho más a la higiene y el alcantarillado del país, invirtió en la urbanidad, tal es el caso del embellecimiento del Malecón habanero, la construcción de hospitales y la pavimentación de calles.

Los procastristas historiadores acusan a Don Tomás por sus fuertes vínculos con los norteamericanos, su admiración por Estados Unidos, sus leyes, su nivel de vida, su libertad. ¿Acaso Raúl Castro no trató de tener los mismos vínculos con Obama?

A Don Tomás lo acusan de reprimir la huelga de los tabaqueros en 1902 para solicitar mejoras salariales. ¿Acaso Fidel y Raúl no suprimieron legalmente las huelgas, para que los trabajadores no reclamaran lo mismo y rechazaran los salarios miserables de hoy?

El 11 de mayo de 1902 llegó Don Tomás Estrada Palma a La Habana. Setenta mil habaneros lo esperaban con los brazos abiertos. “La Patria será de todos”, dijo, y fue de todos hasta el 1ro de enero de 1959, cuando comenzó a ser únicamente de los comunistas.

Fuente: Antes de Cuba libre: el primer presidente, libro de Margarita García, Editorial Betania, 2015, Miami, EEUU.




El beneficio de una ocupación

Leonard Wood entregándole el poder a Tomás Estrada Palma el 20 de mayo de 1902. Foto del autor

LA HABANA, Cuba.-La historia de Cuba está tan mal contada por la dictadura castrista que en el momento más inesperado un viejo documento, empolvado y oculto, sale a la luz y nos brinda nuevos aspectos fundamentales de esa historia.

Si nos referimos al tema del anexionismo con Estados Unidos, por ejemplo, vemos que hay mucha tela por donde cortar.  En ese capítulo tan importante, el gobierno de Fidel y Raúl Castro ha mantenido una censura absoluta, sobre todo con documentos esenciales de nuestra guerra por independizarnos de España.

Aunque el régimen castrista insiste en considerar a Estados Unidos el gran enemigo de toda su vida, en realidad nunca ha sido así.  A partir de los primeros clamores de aquellos que forjaron la nación cubana, la anexión al gran país norteño fue y sigue siendo el sentir de los cubanos de hoy, aunque Fidel Castro y su grupúsculo de alabarderos digan lo contrario.

Importantes jefes de la Guerra de los Diez Años estuvieron de acuerdo en que lo mejor para Cuba era anexarse a los Estados Unidos. Muchos de esos documentos hoy son considerados intocables para los investigadores.

Sanguily, uno de aquellos héroes, dijo: “La independencia, con algunas restricciones, es mejor que un régimen militar”. Otros muchos apoyaron las medidas tomadas por Estados Unidos, ante los beneficios que brindaba  la ocupación en sólo unos meses.

Fue y en eso están de acuerdo los historiadores más serios, una tarea ardua para el gobierno norteamericano ayudar a levantar la isla de sus ruinas, sobre todo porque carecía de experiencia en asuntos coloniales.  Aún así asumió con éxito el desafío y combatió el hambre que reinaba en la población, las enfermedades, la pésima agricultura, así como la industria paralizada, el tesoro público vacío y un ejército revolucionario ocioso.

A partir de las primeras semanas de la ocupación se estableció un sistema para distribuir alimentos, demostrando una gran efectividad, un sistema de guardias rurales que proporcionó empleo a los desactivados del ejército, prioridad a la salud y la sanidad, numerosas escuelas públicas para la educación infantil y se construyeron hospitales para erradicar la fiebre amarilla.

McKinley, en 1898, lo dijo claramente: “El gobierno militar de EEUU estará en Cuba hasta que haya una completa tranquilidad y un gobierno estable”. De esa forma lucharon contra la corrupción, la incompetencia, la vagancia, etc.

Foto tomada de Internet

El 20 de mayo de 1902 terminó la ocupación, el antiguo sucesor de José Martí obtuvo la presidencia de manos de Estados Unidos y Cuba se convirtió en una República optimista, con una favorable economía, gracias a la ayuda del capital de Estados Unidos y los buenos precios del azúcar.

Pocos meses después se celebraron elecciones en Cuba, un gran número de veteranos formaron parte de la política, los jueces cubanos cobraron sus salarios por primera vez y la isla ya tenía su Constitución desde 1901, con treinta y un delegados, en su mayoría representantes del ejército mambí.

La ayuda material de Estados Unidos prestada a Cuba durante el poco tiempo de ocupación jamás ha sido reconocida por Fidel y su hermano Raúl, aunque como fracasados administradores económicos y políticos sí saben el error en el que han caído.

Cuba siempre ha necesitado de la ayuda de Estados Unidos, el país de mayor economía del mundo. Sobre todo en todos estos años de castrismo. Primero, cuando finalizó la insurrección, ante los daños que los actos terroristas ocasionaron a la agricultura y la industria. Luego, cuando se desmerengó la URSS y Cuba se quedó sola, inundada de chatarra soviética y ahora, dependiendo de la dictadura de Maduro, en una Venezuela hambrienta.

Mucho menos reconoce el castrismo la fuerte inyección en divisas que obtiene el pueblo cubano con las remesas familiares, consistente en millones de dólares, mientras ese mismo pueblo recibe salarios miserables, con un socialismo que no da más, a no ser fuegos fatuos y muertas esperanzas.