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Las transgresiones globales del castrismo 

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MIAMI, Estados Unidos. – Aunque quizás nunca se difundirán suficientemente los crímenes cometidos por el régimen totalitario cubano contra su pueblo, es prudente que se divulguen también los actos criminales en los que ha incurrido el régimen de la Isla, allende sus fronteras; de ahí la importancia de que la Comisión Internacional Justicia Cuba, que preside el jurista mexicano Rene Bolio, esté investigando con severa rigurosidad los actos delincuenciales de La Habana contra países y personas dentro y fuera de la Isla.

Cuando mencionamos algunos de los crímenes del castrismo nos viene a la memoria el fusilamiento masivo de 71 hombres en la Loma de San Juan, el 11 de enero de 1959, y las otras ejecuciones en las que fueron masacradas numerosas personas; así como el hundimiento del Remolcador “13 de Marzo” y de la embarcación “XX Aniversario”, en Canímar, Matanzas, con decenas de víctimas mortales.

Tampoco pueden faltar los crímenes contra la nación, como fue el presidio político, la destrucción de la economía, el éxodo en masa de ciudadanos que buscaban conservar sus derechos, aunque fuera en otras tierras como ha escrito el novelista José Antonio Albertini.

A la par de otras numerosas atrocidades, el régimen totalitario cubano dio inicio a una campaña de subversión y desestabilización del hemisferio que con numerosas variantes se ha mantenido hasta el presente. Las estrategias del castrismo para lograr sus objetivos han incluido la violencia extrema, además de la generación del caos. Hay que reconocer que los gobernantes de la Isla han sido perseverantes en sus propósitos y que nunca, aun en los periodos más difíciles, han claudicado en sus intenciones de imponer regímenes clonados del cubano en todos los países americanos.

Por décadas, los intereses políticos y económicos de ciertos sectores y la memoria selectiva de otros han favorecido que la subversión y el terrorismo que la dictadura castrista auspicia haya ido perdiendo relevancia en las relaciones internacionales, a pesar de que una de las características principales del régimen cubano es su intensa y polifacética agresividad.

En 1959, Fidel Castro intentó derribar cuatro gobiernos latinoamericanos: tres dictaduras (Nicaragua, Santo Domingo y Haití) y una democracia (Panamá).

Cuba: la invasión del régimen a América Latina

Paralelos a estos actos de violencia, el régimen organizó actividades de subversión política y de desestabilización hemisféricas, en las que cumplieron un rol importante organizaciones que se crearon en los países del hemisferio con el objetivo de proteger a la Revolución Cubana, ya que La Habana no perdió tiempo en montar una campaña de victimización para encubrir los actos subversivos que organizaba contra todos los gobiernos constituidos, incluido Estados Unidos.

El gobierno de Cuba se involucró directa o indirectamente en todas las actividades relacionadas con la política en el continente, siendo Venezuela y Bolivia sus principales focos de atención, dos países en los que altos oficiales del ejército cubano actuaron a favor del derrocamiento de sus respectivos gobiernos.

En Venezuela, en 1963, las Fuerzas Armadas de Liberación Nacional ―un estrecho aliado de Castro― cometieron el horrendo crimen del tren del Encanto. El general Arnaldo Ochoa desembarcó por la playa de Túcacas con armas y hombres. Por su parte, Ulises Rosales del Toro hizo lo mismo por Machurucuto. Fue en La Habana, en declaraciones concedidas al periódico Granma, donde Elías Manuit Camero, jefe de la Comandancia FLN-FALN, admitió ser responsable del asesinato del doctor Julio Irarren Borges, hermano del canciller venezolano de la época.

Todo esto y mucho más lo patrocinó el castrismo hasta que Hugo Chávez y Nicolás Maduro le entregaron el país en bandeja de plata.

La injerencia castrista en Bolivia es harto conocida por la importancia criminal de Ernesto Guevara, ajusticiado en ese país, que comandó una guerrilla internacional en la que participaron 16 militares cubanos, más que los insurgentes bolivianos, algunos de los cuales ostentaban el mayor grado del ejército de la Isla.

Los crímenes transnacionales del castrismo no se limitan a acciones militares, también incluyen actos terroristas como fue el respaldo a los insurgentes uruguayos Tupamaros, que secuestraron y asesinaron a diplomáticos; y a los diferentes grupos subversivos argentinos, brasileños y colombianos, que al igual que los insurgentes del Frente Sandinista de Liberación Nacional, de Nicaragua, siempre tuvieron el respaldo del castrismo para la comisión de sus tropelías hasta el presente.

Por estos crímenes, dentro y fuera de Cuba, el castrismo debe ser juzgado.

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La injerencia cubana en Chile precipitó el derrocamiento de Allende

Fidel Castro y Salvador Allende (Foto: Archivo)

LA HABANA, Cuba. – Fidel Castro demoró 35 años en aceptar la posibilidad de que el presidente chileno Salvador Allende no resultara muerto en combate, en el Palacio de La Moneda, el 11 de septiembre de 1973, mientras resistía el asalto de los militares golpistas, como aseguraba la versión oficial cubana. Solo entonces el dictador sugirió que Allende podría haberse suicidado.  

“No hay contradicción alguna entre ambas formas de cumplir con el deber”, sentenció Castro en una de las Reflexiones que firmaba como Compañero Fidel, en junio de 2008, cuando se cumplió el centenario del nacimiento del expresidente chileno. 

Pero hay una insistente versión que nunca ha sido confirmada, la que apunta a que Allende no se suicidó sino que fue ultimado por el cubano Patricio de La Guardia, que formaba parte de la escolta presidencial y tenía la orden de Fidel Castro de impedir que el mandatario cayera prisionero.  

Tal vez nunca se sepa la verdad sobre la muerte de Salvador Allende. De cualquier modo, es poco probable que el exgobernante hubiese aceptado rendirse y que le arrebataran la presidencia. No era su estilo, tozudo como era. 

Recordemos que desde 1952, durante 18 años, Allende, a quien llamaban “el candidato eterno”, participó en cuatro elecciones presidenciales consecutivas, y no cejó en su empeño hasta que resultó electo en los comicios del 4 de septiembre de 1970. 

El hecho de que Allende, a la cabeza de Unidad Popular, una coalición de comunistas, socialistas y radicales de extrema izquierda, cuyo objetivo declarado era implantar el socialismo en Chile pero dentro de las reglas del pluralismo político, hubiese sido democráticamente electo, contrarió a Fidel Castro. Le molestaba que un marxista hubiera llegado a la presidencia por las urnas, dentro de las reglas del juego de la democracia representativa y no a través de la lucha armada, como él preconizaba desde los años 60.  Además, el socialismo democrático de Allende contrastaba agudamente con el régimen de corte estalinista imperante en Cuba. 

Desde los comienzos del gobierno de la Unidad Popular, Fidel Castro quiso influir para que las cosas en Chile se hicieran a su manera. De esa forma, la ayuda cubana resultaría más dañina que beneficiosa para Allende.

Se suele insistir en culpar a la CIA por el golpe militar del 11 de septiembre de 1973, pero se pasa por alto la cuota de responsabilidad que tuvo Fidel Castro por su injerencia en Chile.   

Castro visitó Chile a finales de 1971. Permaneció más de 20 días en el país austral y lo recorrió de punta a punta. Pronunció discursos incendiarios y opinó profusa e imprudentemente acerca de todo. Mientras trataba de convencer a los jefes militares de que el socialismo no era antagónico con los institutos armados, aconsejaba a Allende la formación de milicias obreras para “mantener la adhesión de los vacilantes, imponer condiciones y decidir el destino de Chile”. 

Aquella visita, que pareció interminable, fue el catalizador de la crisis del Gobierno de Allende. 

La ingobernabilidad que condujo al golpe militar se creó entre todos los que quisieron imponer sus puntos de vista a los demás, unos y otros en los extremos del espectro político chileno. 

Allende tuvo que enfrentar el dilema de ser el presidente de todos los chilenos o solo de un sector de la Unidad Popular. Alejado de los métodos leninistas, sus políticas fueron rebasadas por los elementos de la extrema izquierda que exigían una mayor radicalidad.      

La extrema izquierda, con los pistoleros del Movimiento de Izquierda Revolucionaria, la ocupación al estilo bolchevique de fábricas y latifundios, y el amago de armar las milicias obreras, sobrepasó al Gobierno de Allende, que no supo o no pudo lidiar con todo aquello, detrás de lo cual estaba la mano del régimen cubano. 

 Allende recibió la última carta de Fidel Castro el 29 de julio de 1973, 42 días antes del golpe militar, de manos de Carlos Rafael Rodríguez y Manuel Piñeiro, quienes viajaron a Santiago de Chile con el pretexto de asistir a la reunión del Movimiento de Países No Alineados. Su objetivo real era reiterar a Allende el apoyo cubano en la guerra civil que parecía inminente y para la que Fidel Castro se preparaba con el mayor sigilo. 

“Hazles saber a Carlos y a Manuel en qué podemos cooperar tus leales amigos cubanos”, escribió Fidel Castro en aquella carta. 

Allende, para evitar una guerra civil, se negó a formar las milicias proletarias como aconsejaba Fidel Castro. Pero ya era tarde. Todo había ido demasiado lejos. La injerencia cubana precipitó el golpe militar.  

Allende, atrincherado en el Palacio de La Moneda, enfrentó a los militares golpistas en compañía de un puñado de sus más cercanos colaboradores y varios cubanos de las tropas élite del MININT. Cuando los carabineros hallaron el cadáver del presidente en un salón del Palacio, el fusil ametrallador que le regaló Fidel Castro estaba a sus pies.

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