Metáfora de la cubanía

LAS TUNAS, Cuba. — Dicen algunos que el “orgullo por ser cubano”, entiéndase la cubanía, “se ha perdido” como resultado de carencias materiales; mientras que otros culpan de ese proceso de degradación con los excesos de la dictadura castrocomunista.
Pero como cubanidad y cubanía son nociones etnográficas, sociológicas y antropológicas, de calidad y vocación, y como no creo que ningún cubano por nacimiento jamás tuviera más cubanía que Máximo Gómez ni Cuba más cubanidad que el Ejército Libertador a las órdenes del generalísimo dominicano, para ilustrar que tal “orgullo cubano” no es gozo, sino vanidad, quiero compartir con los lectores esta metáfora de la novela Bucaneros que dice:
Con indumentaria de colonizador español a la usanza de 1511, el bucanero se encaminó a la Aguada del Abanderamiento. Al llegar saciaría su sed de gloria que ya duraba cinco siglos. Andando por el bosque calcinado, el bucanero marchaba sudoroso, con el rostro sanguinolento, surcado de heridas producidas por arbustos de flores aromáticas y púas agresivas.
El bucanero se encontraba en ese andar cuando, ya próximo a la aguada, escuchó el murmullo de una voz, y, cauteloso, se acercó; apartando las ramas pudo ver la cofradía allí reunida. Congregados en el calvero se encontraban en cuclillas trece hombres, seis de raza indígena, seis de raza africana, y el decimotercero, un individuo tricótomo, de los clanes castellanos, siboneyes y congo-carabalíes. El tricótomo era de rostro diáfano, frente amplia, bigote espeso, perilla exigua, barba de cabra y melena rala. Frente a ellos, de pie, un hombre blanco, con armadura de plata y piedras preciosas, cubierto con una corona de oro, hacía ademanes impacientes.
“Su Majestad, todos los que debemos estar en el concilio estamos presentes”, dijo el tricótomo. El rey de España, con el cetro apoyado en las rocas del manantial dijo: “No, falta uno”.
“El que falta es su primogénito en estas tierras, ¿usted no lo ha dispensado?”, dijo el tricótomo.
“No dispenso a nadie”, dijo el soberano.
“Siendo así…”, dijo el tricótomo y, volviéndose a los matorrales donde se ocultaba el bucanero, gritó: “Eh, pirata… ¿qué haces que no te presentas ante tu rey?”
El bucanero, sorprendido en artes de espía en su propia tierra y contra su propia gente, salió de los matorrales a desgano y con reticencia, dijo: “Padre, yo…”
El Padre de la Patria exclamó airado: “¿Quién si no tú, pirata, primogénito del regente de esta patria cautiva?”
Con pasos cautelosos, el bucanero se incorporó a los cofrades de las tribus flageladas; en el momento de hacerlo, el rey dijo: “Hice que vinieran para tratar el asunto de la patria. Quiero que me digan, ¿por qué si tienen la madre patria quieren independencia?”
Con la última palabra del rey se formó la trifulca. Los indígenas sacaron arcos y flechas, los negros garrotes y lanzas; el bucanero, que al instante abandonó la indumentaria de colonizador entorchado, adoptó la propia, empuñando el sable de abordaje. La gritería se tornó infernal y los insultos atroces. Con su machete cañero, acorralado por tres indígenas con azagayas, el Padre de la Patria se defendía del ataque de un negro armado con un garrote de palma real, mientras el bucanero, a mandobles, descalabraba a cuantos se situaban a su alcance; aun el rey debió guardar distancia con la espada desenvainada para exclamar:
“Díganme, ¿para eso quieren una patria independiente…? ¡Para matarse entre hermanos!”
Ya calmados, el rey preguntó: “Por fin… ¿Quién me explica para qué quieren gobernarse si no saben comportarse?”
Otra vez comenzaba la pelea, cuando el Padre de la Patria, señalando al bucanero dijo al rey: “Que lo explique éste, que es de la misma cofradía de los que me delataron y por los que fui asesinado; que éste clarifique la situación infame de su gobierno, que ya va para más de medio siglo de dictadura, y ahora, pretende ser el cacique de todas las tribus aborígenes”.
Y el rey, con una sonrisa benévola, dijo al bucanero: “Vamos, hijo, dime”.
El bucanero asintió, y comenzó a despojarse del atuendo de pirata; en lugar del ropaje filibustero apareció un uniforme verde olivo, con estrellas de mariscal, el sombrero de tres picos se transformó en una gorra de soldado, la enmarañada pelambre de lobo marino se fue degradando, hasta convertirse en fragosa barba patriarcal, y del sable de abordaje surgió un micrófono sensible; ya con imagen de guerrero indomable, el bucanero trepó a un peñasco y comenzó diciendo:
“Compatriotas…”
El discurso duró días, meses y años, en los que las gentes, los millones en que se transformaron los indígenas y los negros, hijos bastardos del Rey Castellano, llagadas las rodillas por la posición de oyentes genuflexos, no cesaron de aplaudir un instante. Ya hacía mucho tiempo que el cadáver del Padre de la Patria había sido abierto en canal de una cuchillada jifera y repartidas sus entrañas entre los oyentes del discurso, cuando el bucanero, ahora transformado el uniforme de guerrillero en indumentaria de soberano, protegido con una armadura de plata y piedras preciosas, cubierto con una corona de oro, terminó diciendo:
“Compatriotas… Patria o Muerte. Socialismo o Muerte”.
Y los más de once millones de habitantes de la Isla del Aplauso, arrodillados en el lodo de sus cenizas mezcladas con sus lágrimas, prorrumpieron en un aplauso ensordecedor. El eco del palmoteo ovejuno retumbó en la Calle Ocho de Miami, rompiendo la cristalería del restaurant Versalles, en el instante en que los casi dos millones de isleños de la diáspora, esparcidos por las tierras de Caballo Loco, Toro Sentado, Gerónimo y tantos otros guerreros, comenzaban la cena por el Día de Acción de Gracias, y el Presidente de la Unión Americana, el Presidente de Rusia, el Rey de España y el Presidente del Parlamento Europeo, tomados de las manos, dulcemente decían: “A Dios Gracias”.
Luego… Perdónenme los lectores el descreimiento en mi tribu, esa cruza de esclavas lucumís, carabalís y congas biringoyas con colonizadores castellanos, andaluces y una ristra de trotamundos, homicidas y ladrones, disfrazados de píos, que en Cuba hemos heredado desde 1511 hasta el día de hoy, genética de la que, desde el punto de vista sociológico, auxiliado por la obra de Jorge Mañach, trataremos en el próximo artículo del que ya adelantamos el título: Del choteo al orgullo cubano.
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