LA HABANA, Cuba.- En medio de una globalización mundial que funde para bien o para mal símbolos y tradiciones, géneros artísticos y literarios, impone hábitos de consumo, mezcla modelos políticos, económicos y sociales, o acorta la diferencia de sexos y religiones, en Cuba se aferran a los conceptos de cubanía y cubanidad, no por las raíces comunes que muestran los nacidos en el país, sino por asumir o no una ideología que nada tiene que ver con la condición de sentirse o creerse cubano.
Como dijera Don Fernando Ortiz en su ensayo Los factores humanos de la cubanidad (1949), si bien no es suficiente “tener en Cuba la cuna, la nación, la vida y el porte”, pues faltaría más, “son precisas la conciencia de ser cubanos y la voluntad de querer serlo”, y para alcanzar ambos aspectos no es necesario integrar un partido ni apoyar a la revolución, como pretende hacer creer Abel Prieto en su artículo Cubanidad y Cubanía, publicado en el periódico Granma el pasado 19 de julio.
Según este presunto “cubanólogo” y presidente de la Sociedad Cultural José Martí, “hay anexionistas rumberos y divertidos, que dominan un picante repertorio de cubanismos, disfrutan el ron, el dominó, un buen tabaco, el café fuerte, ríen con los chistes de Pepito, lloran con un bolero y llevan siempre al cuello una medalla de la Caridad del Cobre” ̶ aunque no son cubanos ̶ “son practicantes activos de la Cubanidad externa, pero están esencialmente ajenos a la cubanía”.
De ahí que me pregunte: ¿Considera el señor Prieto que son parte de la “Cubanidad externa” quienes portan, mezclados en un bolsillo de su guayabera, el carné del partido comunista de Cuba con el pasaporte español? ¿Los que gritan consignas, desfilan, se desgañitan frente a las cámaras de la televisión jactándose de su identidad, para luego de una reunión correr raudos hacia el aeropuerto a recibir a sus hijos y nietos residentes en Tonga, Burundi Suecia, Perú o Canadá?
Además, en el artículo de marras, y como aporte esencial a sus estudios para una definición castrista de lo cubano, mediante un acto manipulador que lo acerque a la revolución, Abel Prieto aseguró: “Conozco muchísimos emigrados que defienden cotidianamente su identidad, no con rituales vacíos, sino como algo cargado de sentido, y son portadores de la más preciada cubanía”.
¿Se refiere quizás este señor a tipos como Max Lesnik, que integró las filas del Segundo Frente Nacional del Escambray (SFNE), en Las Villas, para contribuir a derrocar la dictadura de Fulgencio Batista, y luego ayudó a imponer otra con el cartelito “del proletariado”, que lleva 60 años en el poder? ¿En Max es preciada la cubanía por oponerse a la política estadounidense contra Cuba, desde Miami, donde goza de la sociedad de consumo que ayudó a destruir en su propio país?
¿O tal vez a esos otros “cubanos” que vendieron hasta los calzoncillos para huir del país, y ahora, desde un puticlub en Madrid, una tortillería en Jalisco, una gasolinera en Chile, o un puesto de flores en Estambul, aclaman –en una reunión de la Comunidad Cubana en el Exterior ̶ a la misma revolución que los ninguneó y obligó a ir, a cambio de que sus verdugos les permitan visitar la isla?
Otro de los términos expresados en el farragoso artículo para definir quién es cubano o no, y quienes merecen serlo, es “Cubanidad castrada”, que si bien Don Fernando lo emplea en su ensayo para definir a “los cubanos que no quieren ser cubanos y hasta se avergüenzan de serlo; Abel prieto lo usa para diferenciar a los que no apoyan a la revolución y califica de “anexionistas rumberos”, de quienes dicen amarla y forman parte, por decreto, de la “cubanidad castrista”.
vdominguezgarcí[email protected]
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