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¿Volverán los “camellos” a La Habana?

"camellos", Transporte, cuba

LA HABANA, Cuba. — Nadie se dio cuenta en el minuto exacto en que las caras se volvieron alegres: un camión con un arrastre para montar personas llegó a la parada de ómnibus; pero luego de la alegría los que esperaban la guagua, que no pasó, se convirtieron en fieras crueles abordando el armatoste. Le pisaron el pie a la viejita, le metieron el codo en el esternón al joven universitario y el “masajista” se le pegó a la mujer madura.

Los policías de los estudios Keystone no pudieran haber hecho mucho en esa situación propia de los muchachos de Jack Sparrow. En medio de la crisis del transporte público, los “camellos” están volviendo a La Habana.

Nadie sabe de dónde nació el nombre, pero quedó para designar a todo transporte articulado arrastrado por un camión. El difunto humorista Carlos Ruiz de la Tejera decía que habría sido mejor que a los camellos les llamaran “mamellos” porque los nombres de todas las rutas comenzaban con la letra M (M1, M2, M3, etc.) Pero la simpática idea no cuajó en la vox populi y les siguieron llamando “camello”.

Al M-1 (Alamar-Vedado) lo llamaron, por su color, “la pantera rosa”.

Con la vuelta de los camellos, regresan los recuerdos de los años noventa: los repellos y toqueteos que calificarían como violencia de género, los carteristas, las puñaladas traperas, las broncas de cualquier  dimensión, la música escandalosa a todo volumen, las groserías y vulgaridades, los olores inenarrables en aquellos años en que faltaban el jabón y el desodorante.

Los camellos viajaban por un desierto moral. Subías como el doctor Jekyll y, al poner el pie en el estribo,  te convertías en míster Hyde. Todas las bajas pasiones encontraban espacio en ese moderno Paricutín. Y el olor era como si las negras aguas del río Quibú circularan por sus 35 metros de largo y salieran desbordadas por puertas y ventanas.

Se decía que los menores de edad no debían abordarlos, pues en su interior, como en las películas 3X, había sexo, violencia y lenguaje de adultos. Las puertas de los camellos, al cerrarse, sonaban “rastrapatrapallaaa”, como una glosa del final de los tiempos.

En esos años duros, para transportarte o usabas bicicleta o usabas el “camello”. Uno era el transporte privado, el otro el público.

¿Por qué regresan los “camellos” a la capital luego de estar extinguidos durante más de 20 años?

No hay que ser un sabio como Chencho Amargura, gran filósofo de la universidad de la calle, para saber que cada vez hay menos autobuses, que el gobierno no tiene dinero para comprar guaguas y que tampoco da oportunidad a los emprendedores para que inviertan en el transporte.

La crisis se veía venir. El primer aldabonazo lo dio el presidente designado, Miguel Díaz-Canel, cuando en el verano de 2019 habló de “un problema coyuntural” y achacó la crisis del transporte a “la falta de combustible producto del bloqueo”. Pero todos sabían que el mal era más profundo.

Luego, el coronavirus paralizó la capital durante más de dos años y no se notó la hondura del pozo. Pero cuando comenzó a normalizarse la vida citadina, la situación se volvió caótica.

A vuelo de pájaro se nota la reaparición de los “amarillos”, esos inspectores de transporte que, ubicados en las paradas o los nudos viales, detenían a los carros estatales para la recogida de pasajeros.

Hay un relajamiento de la licencia de operaciones de los taxis particulares y en el uso de los ómnibus de Transmetro. Pero no es suficiente. Como Putin necesita el arma total para poder ganar su guerra contra Ucrania, el gobierno castrista hoy necesita el transporte total. Y ese es el “camello”.

Diseñados de manera rústica a inicios de la década de 90, fueron construidos para llevar hasta 185 personas, pero en situaciones críticas cargaron 350 pasajeros o más.

Ahora, nuevamente se precisa de los camellos. Según informaciones que se filtran por aquí, por allá o acullá, hoy están parados, por falta de piezas de repuesto, las tres cuartas partes de los autobuses que había en el año 2016. Y eso que llegaron unas guaguas japonesas, pero se rompieron enseguida por el maltrato de los choferes, la falta de gomas, el mal estado de las vías y hasta un derrumbe que cayó sobre una de ellas en La Habana Vieja.

“Hay ómnibus parados por falta de gomas y de piezas de repuesto, por chapistería, por problemas en los motores”, me dice una de las secretarias de la Dirección Provincial de Transporte bajo condición de anonimato.

Volverán los oscuros “camellos”, parece decirme desde la distancia el poeta Gustavo Adolfo Bécquer. Y el viento le da la razón: Sí, parece que volverán.

Los “camellos” trotarán por La Habana, entre baches y aguas negras. Según asegura el gobernante designado: a los imperialistas eso les duele.

ARTÍCULO DE OPINIÓN
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Un paso adelante y dos atrás

LA HABANA, Cuba, marzo (173.203.82.38) – Cuando en la década de los años 90 la situación del transporte se tornó insoportable, el gobierno puso en práctica algunas medidas para asegurar la transportación de millones de  cubanos. Una de ellas fue autorizar a los ómnibus estatales a recoger pasajes en distintos puntos de las ciudades.

En aquella época circulaban por la capital camiones rastras adaptados para el transporte de pasajeros, conocidos popularmente como “camellos”, que cargaban hasta más de 400 personas. La gente viajaba en los mismos como sardinas en lata, lo que provocaba continuas discusiones y peleas. Aun así, no resolvían la grave crisis de transporte.

Además, se orientó a los funcionarios que se transportaban en vehículos oficiales, que recogieran a los viajeros que se encontraban varados en algunas vías importantes. Para garantizar la operación, se colocaron cientos de inspectores en las calles, que la población bautizó como “los amarillos”, por el color de sus uniformes.

Los choferes de los ómnibus estatales que transportaban a los trabajadores de determinado centro de trabajo, cobraban un peso per cápita, por la izquierda, cuando recogían pasajeros.

En 2006, con la adquisición de cientos de ómnibus chinos, marca Yutong, el régimen trató de resolver una vez más la crítica situación del transporte. Desde entonces, y para desgracia de los capitalinos, desaparecieron los “amarillos”, y junto a ellos la recogida de viajeros varados. Los “camellos” fueron enviados a las provincias orientales,  y la capital se vistió de gala con sus nuevas guaguas.

Supuestamente se tomaron medidas para garantizar y preservar el buen funcionamiento de los Yutong. Raúl Castro hasta autorizó enviar a los paraderos de ómnibus a los sentenciados por delitos menores, para que realizaran tareas de limpieza y mantenimiento de los ómnibus.

Poco nos duró el alivio. Mucho antes de cumplir los cinco años, las Yutong comenzaron a romperse en plena vía sin explicación alguna, y los convictos encargados del mantenimiento fueron retirados de su tarea, a pesar del anunciado despido de un millón y medio de trabajadores.

El transporte se tambalea otra vez, y el Estado no tiene cómo apuntalarlo, ya es común ver a los chóferes de los autos estatales, alquilar los vehículos como si fueran de su propiedad. Lo mismo sucede con las guaguas de las fábricas y empresas. Los conductores, una vez que terminan su faena, se dedican a recoger pasaje en la capital por un módico precio, y así resuelven un problema y engordan sus bolsillos.

Es como el cuento de nunca acabar: un paso adelante y dos atrás.

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