LA HABANA, Cuba, marzo (173.203.82.38) – Cuando en la década de los años 90 la situación del transporte se tornó insoportable, el gobierno puso en práctica algunas medidas para asegurar la transportación de millones de cubanos. Una de ellas fue autorizar a los ómnibus estatales a recoger pasajes en distintos puntos de las ciudades.
En aquella época circulaban por la capital camiones rastras adaptados para el transporte de pasajeros, conocidos popularmente como “camellos”, que cargaban hasta más de 400 personas. La gente viajaba en los mismos como sardinas en lata, lo que provocaba continuas discusiones y peleas. Aun así, no resolvían la grave crisis de transporte.
Además, se orientó a los funcionarios que se transportaban en vehículos oficiales, que recogieran a los viajeros que se encontraban varados en algunas vías importantes. Para garantizar la operación, se colocaron cientos de inspectores en las calles, que la población bautizó como “los amarillos”, por el color de sus uniformes.
Los choferes de los ómnibus estatales que transportaban a los trabajadores de determinado centro de trabajo, cobraban un peso per cápita, por la izquierda, cuando recogían pasajeros.
En 2006, con la adquisición de cientos de ómnibus chinos, marca Yutong, el régimen trató de resolver una vez más la crítica situación del transporte. Desde entonces, y para desgracia de los capitalinos, desaparecieron los “amarillos”, y junto a ellos la recogida de viajeros varados. Los “camellos” fueron enviados a las provincias orientales, y la capital se vistió de gala con sus nuevas guaguas.
Supuestamente se tomaron medidas para garantizar y preservar el buen funcionamiento de los Yutong. Raúl Castro hasta autorizó enviar a los paraderos de ómnibus a los sentenciados por delitos menores, para que realizaran tareas de limpieza y mantenimiento de los ómnibus.
Poco nos duró el alivio. Mucho antes de cumplir los cinco años, las Yutong comenzaron a romperse en plena vía sin explicación alguna, y los convictos encargados del mantenimiento fueron retirados de su tarea, a pesar del anunciado despido de un millón y medio de trabajadores.
El transporte se tambalea otra vez, y el Estado no tiene cómo apuntalarlo, ya es común ver a los chóferes de los autos estatales, alquilar los vehículos como si fueran de su propiedad. Lo mismo sucede con las guaguas de las fábricas y empresas. Los conductores, una vez que terminan su faena, se dedican a recoger pasaje en la capital por un módico precio, y así resuelven un problema y engordan sus bolsillos.
Es como el cuento de nunca acabar: un paso adelante y dos atrás.