LA HABANA, Cuba. – La vida nos pone frente a algunas circunstancias que muchas veces no somos capaces de entender, pero que el tiempo, y otros escenarios, nos permiten aclarar esos hechos en todas sus dimensiones, y hasta nos deja a la espera de otros sucesos y contextos.
Cuando estuve en prisión quisieron aislarme tanto que me encerraron en una breve celda dentro de una unidad militar de Guardafronteras; sin dudas creían que allí no iba a tener la posibilidad de continuar con mis denuncias contra el régimen ni enviarlas al Comité de derechos humanos en Ginebra, como estuve haciendo durante más de un año, y desde otras prisiones.
En el año y medio que permanecí en aquel sitio me enteré, por las conversaciones entre los presos y los guardias de postas, a quienes podía escuchar con solo acercarme a la ventana, cómo era la vida de generales y coroneles. Aguzando el oído supe que ellos se apoderan, en beneficio propio, de las lanchas decomisadas a los traficantes de drogas y personas cuando entran en aguas jurisdiccionales cubanas.
También supe que cuando pasa el tiempo y no entran lanchas esas aguas cubanas donde pueden ser atrapadas, se mueven más allá de las jurisdicciones marítimas de Cuba para cazar algunas y entregarlas a los altos oficiales, y quienes, si es que no son de su agrado, las regalan a oficiales de menor rango o son enviadas para dar servicios en el turismo.
Es tanto el descaro, que algunos coroneles y generales son capaces de describir a sus marines las características de las embarcaciones que quieren para ellos, y si quedan satisfechos ascienden a sus subordinados y les dan vacaciones o efectos electrodomésticos o cualquier otro premio.
El pasado 9 de octubre murió Curti Singer Cleveland en las celdas del 47 de la prisión del Combinado del Este. Estas celdas solitarias son usadas para el mayor aislamiento de quienes consideran más peligrosos y se les conoce como “el corredor de la muerte”, porque hasta allí envían a los que están condenados a pena de muerte o a cadena perpetua.
Curti nunca entendió qué hacía allí si él no había asesinado a nadie, sabiendo, además, que los extranjeros son enviados a la prisión “La Condesa”. ¿Qué necesitaban esconder las autoridades cubanas? Quizá evitar que una vez que llegara a su país tuviera la oportunidad de declarar las arbitrariedades jurídicas que se cometen en Cuba y la manera en que son despojados de sus lanchas los extranjeros que trafican o que simplemente veranean cerca de las costas cubanas.
Las condiciones de estas celdas son las peores, y muchos piensan que están diseñadas de ese modo para que los presos vayan muriendo en medio de tal hacinamiento, y entre las ratas, mosquitos y cualquier tipo de alimañas que pululan por todas partes, y donde no se conoce el agua potable.
Curtis estaba aquejado de un trastorno gastrointestinal , en ocasiones, le subía la tensión arterial, tanto que hasta le sangraba la nariz. A pesar de eso le negaron una y otra vez la asistencia médica, y tampoco aceptaron que usara los medicamentos que los familiares le hacían llegar, aun cuando reconocían que no existían otros en sus dispensarios. Nunca hicieron a Curtis un chequeo médico para determinar sus enfermedades, siempre con la justificación de que no entendían su idioma, el inglés, aunque en la celda contigua había un preso que era capaz de traducir muy bien.
Llevaba meses sin recibir sol. Tomaba agua contaminada y no fumigaban jamás las celdas, haciendo que los mosquitos y cualquier otra alimaña fueran comunes. Las ropas de cama eran cambiadas cada cuatro meses y los alimentos no iban más allá del picadillo y el huevo hervido, que la mayoría de las veces eran servidos en estado de descomposición.
El 19 de septiembre pasado, como se le había acabado la comida que le enviaba la familia, tuvo que ingerir un hígado cocinado en la prisión. Al día siguiente amaneció hinchado y el reloj no le servía. Los familiares que lo visitaron dieron cuenta a las autoridades de su estado edematoso, tanto que tuvo que quitarse el reloj que ya le apretaba. Su familia pidió a los militares que lo llevaran al hospital con urgencia y una de sus parientes, licenciada en enfermería y especialista en cuidados intensivos, fue enfática en la necesidad de hospitalizarlo con urgencia.
Los guardias prometieron a los familiares que lo harían en cuanto terminara la visita, pero no cumplieron con su palabra y lo devolvieron a la celda. Cuatro días después, y muy empeorado por sus padecimientos, fue llevado de urgencia para el hospital de la propia prisión del Combinado del Este (HNI), y de allí lo remitieron con carácter urgente para el séptimo piso del Hospital Nacional, donde falleció el día 9 de octubre a las 10:00 am.
Los funcionarios de la “Celda del 47” –donde aguardan “las penas de muerte y las cadenas perpetuas”–, le pidieron al bahamés Eugene Sherly Simonetti que llamara a los familiares de Curtis y les explicara que había fallecido. Sherly les aseguró que lo dejaron morir, que llevaba muchos días enfermo, que le habían negado asistencia médica y testificó la indolencia con que fue tratado el preso enfermo, violando así sus derechos más elementales.
Eugene daba detalles, pero cuando comenzó a dictar los nombres de los funcionarios que cometieron el abuso, los guardias, que no saben inglés, pero son muy taimados y suspicaces, comprendieron que los estaba denunciando y le colgaron el teléfono para evitar que continuara. Desde entonces, a Simonetti le han negado la comunicación con su familia.
¿Qué persigue el régimen con la exterminación física de estos extranjeros? ¿Qué intenta esconder la dictadura? No lo sabemos. ¿Qué hacen los funcionarios diplomáticos de la embajada de la Mancomunidad de las Bahamas? Igual respuesta.
Exigimos entonces que les sean devueltos los derechos a estos seres humanos que hoy permanecen en las Celdas del 47, sean extranjeros o nacionales, y por supuesto, que se aclare la muerte de Curti Singer Cleveland, y que los culpables sean procesados y sancionados por la justicia internacional.