MIAMI, Florida, julio, 173.203.82.38 -Cuando el telón soviético cayó arrastrando consigo toda la tramoya del sistema totalitario con etiqueta socialista, en Cuba tuvimos la esperanza de un cambio. La ilusión se justificaba por el cese de ataduras y compromisos adquiridos con un mundo que dejaba de existir. Pero Fidel Castro anuló todas las expectativas con un lema que convirtió en su eslogan favorito durante aquella etapa: Ahora sí vamos a construir el socialismo.
El proceso de cambios que se producía en la Unión Soviética y que quedó inscrito en la historia con la terminología rusa de perestroika, llegó a Cuba directamente desde el lugar en que se verificaba el proceso. Por primera vez la mayoría de los cubanos nacidos poco antes y después de 1959 escuchaban una versión aproximada a la realidad de la historia que hasta ayer habían percibido deformada. Revistas, libros y la filmografía soviética se encargaron de poner las cosas en su lugar en apenas dos años.
En la isla los ecos de los cambios repercutieron en la manera de pensar de mucha gente. Aunque se hablaba de la perestroika más que de glasnost (transparencia) el régimen cubano no estaba de acuerdo con la primera (renovar) y menos con el concepto de transparentar. Lo peor no estaba en que el aspecto bonachón en el rostro de Stalin diera paso a la verdadera fisonomía del dictador implacable que se nos habían ocultado. Ni siquiera importaban las críticas al sistema económico y productivo de los amigos de Moscú, algo que era ampliamente conocido en Cuba. La gravedad del asunto radicaba en la identificación que se producía entre ambos sistemas dictatoriales y sus prácticas, generando una discusión abierta en la sociedad cubana.
Tras el llamado castrista a construir el verdadero socialismo surgió un lógico reclamo y la primera gran decepción entre quienes se preguntaban que tipo de obra habían construido hasta esa fecha. Otros más ingenuos todavía pretendieron entender que Castro iba a enmendar el daño atribuido a las malas compañías del Este europeo y que se abría nuevamente la posibilidad de retomar un proceso auténticamente revolucionario e independiente, ajeno a todo el despotismo sufrido por rusos, polacos, checos y tantos pueblos tras el Muro. El Comandante se encargó de desengañar a los ilusos. En vez de aprovechar la oportunidad para enderezar el rumbo torcido, ratificó la ruta izando los pendones abandonados por el Kremlin y sus socios. Metió al país en la peor crisis de su historia, llegando al extremo peligroso de reeditar la reconcentración weyleriana. Para ello se inventó una guerra inexistente acuñando aquello de Período Especial en tiempo de paz.
Pero en Cuba nunca se sabe cuan consistentes son los propósitos, sobre todo en estos cincuenta años últimos. El mas reciente anuncio de que todavia no terminamos de enrumbar por el camino correcto fue hecho por Alfredo Guevara, quien en estos días reconoció que Cuba vive una “transición del disparate hacia el socialismo” gracias a las reformas implementadas por Raúl Castro, encaminadas a desestatizar y desburocratizar al país.
Los disparates referidos por Guevara durante el conversatorio sostenido con un grupo de estudiantes universitarios apuntan a lo inaceptable de que la ignorancia siga ocupando cargos y que esta mala virtud todavía abunde en el Estado cubano. El intelectual (atributo que algunos insisten en negarle al fundador del ICAIC) defiende un socialismo donde se tome en serio la creatividad individual mediante el trabajo privado, que esta actividad quede liberada de obstrucciones y no sea condenada por quienes la consideran un vicio capitalista. De esta manera Guevara defiende las reformas de Raúl Castro, aprobadas en el VI Congreso del Partido Comunista.
Igualmente elogió la experiencia reformista de Vietnam y reconoció que los “errores” del ultra centralizado modelo cubano de corte soviético obligan a la población a vivir del mercado negro, en un país donde el salario promedio es de unos 20 dólares mensuales. Por cierto obvió mencionar que la experiencia reformista de Vietnam además de inducir la economía privada promueve una política constructiva de reconciliación que le ha llevado a convertir en amigo al adversario que sostuvo una guerra atroz con el país indochino. En virtud de ello las fuerzas navales de Hanói realizaron entrenamientos conjuntos con su contraparte norteamericana en el 2010.
Todo lo afirmado por Alfredo Guevara es correcto pero no es nuevo. El esperpento había sido denunciado mucho antes por diversas personas. Fue el líder único el que no admitió el análisis y menos la crítica o las propuestas de cambio. Por ello condenó a los que pidieron reformas por revisionistas. Los acusó de confundidos, traidores quintacolumnistas al servicio de los enemigos de la Revolución. A los que no se conformaron con los postulados del Supremo prefiriendo la vida azarosa de la disidencia antes que la del silenciamiento, les tocó persecución, ostracismo, cárcel y exilio.
No obstante siempre hay espacio para rectificar errores. Es mejor dejar abierta la posibilidad que implica retomar y revaluar aceptando las opiniones y criterios de todos, incluso los que son “contrarios” o diferentes. Es una disposición imprescindible para salir del disparate. Y si de verdad se trata de esto surge una interrogante que necesita respuesta imperativa ¿Seguirán ignorando, arrinconando o desestimando a quienes desde hace tiempo notificamos de la existencia del disparate y la necesidad de revertir sus efectos?
Si la respuesta es negativa entonces hay que preparar un paso en grande. Además de recibir con benevolencia la iniciativa privada, signo capitalista aunque lo intente negar o matizar el señor Guevara, hay que volver al origen que dio luz a la Revolución Cubana para devolver la democracia usurpada a la sociedad. Ese será el punto de partida para corregir el disparate con mejor precisión. Si el nuevo proyecto busca construir el socialismo democrático con apego a la soberanía y respeto al derecho ciudadano, no dudo que acudan muchos para ayudar en la intención. Falta saber si estamos ante el “ahora sí” definitivo en una disposición sincera de cambio.