LA HABANA, Cuba. — Este sábado se cumple el tercer aniversario de la muerte en Miami de la popular vedette cubana Rosita Fornés.
Un libro titulado Rosita Fornés, publicado por la Editorial Letras Cubanas en el año 2001, recoge una larga entrevista que le realizara a la cantante en 1998 Evelio R. Mora, graduado en Lengua y Literatura Alemanas y en Historia por la Universidad de La Habana.
Independientemente de los extensos testimonios aportados en el libro sobre la trayectoria artística de la Fornés, aparecen declaraciones suyas donde se sincera y que resultan reveladoras sobre la forma de pensar de esta artista, quien sufrió en los primeros años del régimen revolucionario la incomprensión de funcionarios y autoridades de la cultura que consideraban que su arte y proyección escénica y personal no se avenían con la ideología comunista.
Sobre su fe religiosa, expresó Rosita Fornés: “Yo soy católica, sí. Aunque no porque me lo inculcaran…Cada vez que puedo entro en una iglesia y me pongo a rezar. Lo he hecho siempre, incluso en la época en que primaron ciertas corrientes que apartaron a muchos de la religión”.
De las planillas que en los años sesenta y setenta (las llamadas “cuéntame tu vida”) indagaban si la persona tenía alguna creencia religiosa, dijo la cantante: “Yo llené muchas de ellas y siempre dije que sí, que creía en Dios. Aunque veía en aquellas planillas un atentado a mi libertad individual y a mi valor como ser humano, las firmé sin vacilar”.
Expresó que ciertos intelectuales detractores de ella, como Rine Leal, la ignoraron en sus críticas y comentarios: “Para ese señor, Rosita Fornés no existió jamás, como para ciertos intelectualoides que, como un cáncer, se incrustaron en las instituciones culturales y las minaron con criterios estrechos y plagados de fanatismo e intolerancia”.
Al hablar de sus colegas que emigraron, Rosita Fornés expuso: “Nunca, ni siquiera en los peores momentos de enfrentamiento, cuando los exiliados eran designados con los adjetivos más soeces y excluyentes, odié a mis compañeros que decidieron irse; siempre defendí la libertad de cada quien de escoger el camino que más le convenía”.
Al referirse a “la confrontación que tanta tristeza ha traído a nuestro pueblo”, sentenció: “Al final lloramos todos: por los que se fueron, los que quedamos, por nosotros mismos. Por que cuando alguien así muere es como si una parte de sí misma se fuera…”.
En relación a como fue tratada por algunos funcionarios, la mujer destacaba: “Para los nuevos dirigentes de la cultura fui una mujer muy controvertida, una carga muy pesada de manejar. Mi popularidad molestaba a los prominentes del medio. Y eso no les gustaba a los nuevos eruditos, a la capa pseudointelectual que comenzó, desgraciadamente, y por mucho tiempo, a gobernar ciertas zonas de la cultura nacional, aquellos cazafantasmas trataron de eliminar a los famosos (rezagos del pasado). Para ellos, yo era un rezago: la más completa y absoluta representación de la burguesía derrotada, que osaba presentarse en los medios proletarios”.
“El sueño socialista echaba a andar y no era nada descabellado pensar que también el hombre nuevo podía y debía estar frente a las cámaras. Las figuras que veníamos de atrás, del capitalismo, como decían, tenían que ser superadas por la nueva ola de artistas socialistas”, señalaba.
Relató también Fornés un hecho ocurrido en vísperas de una gira suya por varios países socialistas en la cual le prohibieron llevar a su peluquero, al que internaron en las UMAP. Ella fue a razonar con el personaje que dispuso tal medida, le explicó la necesidad de ir con esa persona por las características del espectáculo. El dirigente, sin dejarle terminar de hablar, le preguntó: “¿Usted no sabe trabajar sin esas plumas y esas lentejuelas? ¿Siempre tiene que vestirse así? ¿No cree que ya la época del estrellato terminó, que ya no hay ni habrá más vedettes?” Y ella respondió: “Yo puedo venir mañana mismo con ropas de cortar caña, y seguiré siendo Rosita Fornés. Yo hasta en harapos seré siempre Rosita Fornés”.
Algunas páginas más adelante, dice la cantante: “…Ya pasaron los tiempos en que unos cuantos pretendían erigirse, ellos solitos, en abanderados de la única verdad. Ahora ya no se creen los llamados a salvar el mundo, ni se creen los representantes de toda una forma de expresión social”.
Otro aspecto que menciona Rosita Fornés es la situación en la década de los sesenta cuando el dinero perdió su valor y no había nada que comprar: “Era la época del trueque. Los campesinos solamente cambiaban alimentos por bienes materiales. Armando (Bianchi, su esposo) y yo nos íbamos al campo cargados de cosas para intercambiarlas por malangas, frijoles y carne de puerco. Los que vivieron aquellos años saben que es cierto lo que digo”.
Casi al final de la entrevista, Rosita Fornés aseguraba: “Yo soy parte de este pueblo. Una más. No estoy aislada de la realidad ni mucho menos. Pienso que algún día habrá una salida, una luz. Debe ser así. Tiene que ser así. Así será”.
ARTÍCULO DE OPINIÓN
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