MIAMI, Florida, enero, 173.203.82.38 -La pregunta casi me toma de sorpresa. ¿Considera a Mijail Saakashvili un dictador? El cuestionamiento provenía de un joven georgiano, en el marco del debate posterior a la exhibición del filme En La piel de Fidel. Entre la risa y la reflexión provocadas por el monólogo ficticio del Comandante, surgió la vieja cuestión del dictador carismático y la impronta cargada de contradicciones que deja su paso. Acusar al sátrapa de sus acciones no siempre resulta un acto sencillo, cuando ello supone enfrentar a los admiradores, que nunca faltan, incluso entre las víctimas hechizadas por el encanto de su tirano.
El poder absoluto corrompe de manera absoluta. La perestroika llevó aquella frase a los cubanos en las páginas de las publicaciones soviéticas que llegaban a la Isla. La expresión cobraba pleno sentido en una realidad totalitaria de corte estalinista, engendro que tuvo por origen un movimiento popular devenido dictadura revolucionaria con cuerpo partidista, supeditada al ego abrumador del líder supremo.
Enfocar la realidad cubana se torna un asunto complejo cuando las simpatías se mezclan con la ideología. Resaltar las analogías del castrismo, el comunismo con homólogos tales como el franquismo o el nazismo, resulta inadmisible para los admiradores del experimento fidelista, no obstante las semejanzas de sistemas que ahogan libertades mediante la represión, brutal o sofisticada, buscando el mismo objetivo. Conservar el poder a cualquier precio es la causa común que hermana a los dictadores, no importa el recetario político que usen y la bandera enarbolada.
Es más difícil aún cuando el paralelo se establece entre gobernantes abiertamente totalitarios y los autoritarismos legitimados por las urnas. Aunque no se puede aplicar directamente el calificativo de dictador a un presidente elegido por el voto popular, que de alguna forma sigue el juego democrático, sí es posible identificar en su fuero las características del depredador político que busca el poder ilimitado. Advertir la existencia del dictador en el alma de quienes se presentan vistiendo el ropaje cívico de la democracia se hace un ejercicio útil cuando los hechos y los actos indican la peligrosa vocación.
Esa predisposición por la autoridad absoluta y el culto personal son los puntos que hacen posible poner en un mismo plano comparativo los regímenes de Hugo Chávez, Alexander Lukashenko o Mahmud Ahmadineyad con Fidel Castro, comparación que derivó en cuestionamiento ¿Puede ser incluido el presidente georgiano en el selecto club de los autoritarios?
Mijail Saakashvili fundó un partido propio y se presentó en las elecciones presidenciales del 2003, ganadas por Edward Shevardnadze. La impugnación por fraude condujo a la Revolución de las rosas, movimiento que provocó la dimisión de Shevardnadze y la repetición de los comicios en el 2004, donde Saakashvili logra por mayoría la presidencia. Desde entonces ha permanecido en el puesto.
Algunos detalles ofrecen ciertas pistas. Un reportaje del diario El País describe la participación de Saakashvili en un acto público. “En mitad del campo, una cámara de tres metros de altura, focos y un semicírculo de una veintena de campesinos -hombres a la derecha, mujeres a la izquierda-, cada uno con su micrófono. Por el camino de tierra se aproxima a toda velocidad una caravana de Mercedes y todoterrenos blindados de la que descienden el presidente y sus guardaespaldas. El líder georgiano ocupa el centro del grupo y arenga a los viñateros a plantar Cabernet “porque produce un vino muy demandado en Suecia y Noruega”. Un campesino le cuenta que son 1.000 familias y sólo tienen dos tractores. “Tendrán más en otoño”, les promete el presidente. “ El discurso es sugerente.
Ninó Burzhanadze, ex presidenta del Parlamento y antigua aliada, reconoce que Saakashvili tiene carisma, determinación y espíritu combativo. Cuando asumió el liderazgo de la revolución en 2003 era la persona capaz de destruir el mal sistema que se había formado en Georgia. Por ello justifica su anterior apoyo al actual gobernante.
La líder opositora asevera que el presidente georgiano basa su poder en la “desvergüenza”, en recursos poco controlados por sus donantes occidentales, en el dominio de los medios de comunicación y en la violencia policial. Afirma que en el país, lejos de profundizarse las reformas democráticas prometidas, han aumentado las detenciones ilegales, así como los encarcelamientos bajo falsas acusaciones, juzgadas en minutos.
“En 2004 se aprobó una ley constitucional, a la que después se le añadieron nuevas enmiendas que alteraban el equilibrio de presidente y Parlamento a favor del primero. Luego se dieron pasos para controlar los medios de comunicación y la judicatura. Hasta las elecciones parlamentarias de 2008, este país tenía posibilidad de empezar una democratización real, pero Mijaíl eligió el control sobre el Parlamento tras recibir una mayoría constitucional en comicios falsificados. La concentración de poder y la impunidad le llevaron al 7 de agosto.” La denuncia hecha por Burzhanadze describe una maniobra que se repite, muy parecida a la que intenta el chavismo en Venezuela.
Saakashvili ha sido muy hábil en hacer que la crítica hacia su persona sea equiparada con el apoyo a Moscú. “No voy a darle a Rusia el gusto de acabar conmigo. Tengo una popularidad del 60% y todo el respaldo internacional. ¿Por qué voy a celebrar elecciones si hay gobiernos en Europa con un apoyo del 20%?” El enemigo común, la preservación de la soberanía y el evidente apoyo popular que hace innecesaria las elecciones, resultan temas conocidos en otros entornos.
Los datos permiten aventurar una afirmación a la pregunta formulada acerca de los apetitos autocráticos de Saakashvili. En el 2013 se anuncian las elecciones de Georgia. Será ocasión de comprobar si el influjo del poder era un mal pasajero. No obstante toca a los georgianos buscar la respuesta definitiva al dilema del presidente electo, líder carismático, con ciertas debilidades autocráticas y por curiosidad, nacido el mismo día que su compatriota Iósif Vissariónovich Dzhugashvili, más conocido por el sobrenombre de Stalin.