PUERTO PADRE.- “Hicimos una revolución para respetar la libertad y la dignidad del ser humano, y me parece ultrajante no respetar su derecho a creer, tanto como el derecho a la vida, a la salud, a la libertad, o a expresarse según sus criterios propios”, dijo Fidel Castro en abril de 2005, en ocasión del fallecimiento de su Santidad Juan Pablo II.
Seis años más tarde, en febrero de 2011, en un encuentro con intelectuales llegados a Cuba desde diferentes lugares del universo, Fidel Castro se preguntó: “¿Por qué no podemos considerar el mundo como la sede de una sola familia?”
Traigo las citas porque según publicó el periódico Trabajadores este lunes, en el Hotel Sheraton, de Lima, en ocasión de la VIII Cumbre de las Américas, la sociedad civil expondrá sus puntos de vista en 28 coaliciones, y la 15, “Por un mundo inclusivo y respetuoso”, estaría coordinada por Cuba.
Pero Yamila González Ferrer, representante de la coalición 15, refiriéndose a cubanos opositores al castrismo días atrás dijo: “La sociedad civil cubana (la que responde al Gobierno) no compartirá espacio alguno con elementos y organizaciones mercenarias que son financiadas desde el exterior respondiendo a los intereses de una potencia extranjera con una clara agenda de subversión y violencia”.
¿A quién creemos, a Fidel Castro o a Yamila González? “A ninguno de los dos”, dirá el lector enterado. Y como creer a Fidel Castro cuando dijo de “expresarse según criterios propios”, cuando antes dijo: “Dentro de la revolución: todo; contra la revolución ningún derecho.
Tampoco podemos creer al difunto Fidel Castro cuando dijo de “considerar al mundo como la sede de una familia”, porque para el difunto, revolución sería algo así como la suma de todas las familias cubanas, esto es, la nación. Y en Cuba, primero la diáspora y luego la hipocresía (eso que llaman doble moral), extendida en latitud nacional, ha venido a demostrar que revolución y nación no son sinónimos, como pretendió hacernos creer Fidel Castro en Palabras a los intelectuales.
Lo dicho por la señora González Ferrer, vicepresidenta de la gubernamental Unión Nacional de Juristas de Cuba, poco concierne desde el punto de vista de la sociedad civil: a esa entidad pertenecen no sólo abogados, notarios y registradores, sino también jueces, fiscales, contralores, y toda suerte de asesores jurídicos de la administración pública, dígase estatal, desde el municipio hasta niveles centrales y ministeriales.
Y refiriendo la vicepresidenta de los juristas la negativa del grupo 15 y otros tantos empleados gubernamentales para encontrarse con cubanos integrantes de “organizaciones mercenarias” financiadas por “una potencia extranjera”, esas palabras me recuerdan sí, cuando Cuba era una base militar de la URSS y cuando tantas actividades no gubernamentales, de “subversión y violencia”, entiéndase guerrilleras en el continente Suramericano, eran financiadas por el oro de Moscú.
Pero más que todo, las palabras de los cubanos castristas repudiando el encuentro con los cubanos no castristas en Lima, Perú, y sobre todo en Cuba, me recuerdan el discurso de Fidel Castro en la inauguración del hotel de 5 estrellas Playa Pesquero.
Era el 21 de enero de 2003 cuando Fidel Castro dijo: “Hoy, a 48 horas de la elección general en la que el pueblo eligió a 609 diputados con la participación del 97,61% de los electores, inauguramos en la provincia de Holguín, región nororiental de Cuba, un hotel excepcional, el más grande del país, y un singular polo turístico internacional que alcanza ya un total de 4799 habitaciones”.
El artículo 43 de la Constitución de la Republica dice: “El Estado consagra el derecho conquistado por la revolución de que los ciudadanos, sin distinción de raza, color de la piel, sexo, creencias religiosas, origen nacional y cualquier otra lesiva a la dignidad humana:
Párrafo sexto: “Se domicilian en cualquier sector, zona o barrio de las ciudades y se alojan en cualquier hotel”.
Pero ni Fidel Castro, ni ninguno de los 609 diputados de la Asamblea Nacional del Poder Popular, ni ningún integrante de la Unión Nacional de Juristas de Cuba, ni de ninguna otra organización que por estos días están en Lima, Perú, haciéndose pasar por organizaciones no gubernamentales, tuvo valor para denunciar que el recién estrenado hotel Playa Pesquero y todos los de su clase, significaban una bofetada a la Constitución de la República, un escupitajo de apartheid para los cubanos, a quienes no se les permitía hospedarse en los hoteles construidos para extranjeros.
Por suerte, esos pocos a quienes los castristas llaman “grupúsculos mercenarios”, tuvieron y tienen el valor que les faltó y les falta a millones de cubanos para decir lo que piensan y denunciar la segregación que sufre la nación cubana; porque si bien hoy les está permitido a los cubanos alojarse en cualquier hotel, todavía hoy no les está permitido domiciliarse “en cualquier sector, zona o barrio de las ciudades”, según expresa el artículo 43 de la Constitución, como tampoco les está permitido a los opositores del castrismo elegir y ser elegidos en comicios plurales.
No. Los castristas no hicieron una revolución para respetar la libertad y la dignidad del ser humano, sino para ultrajarla, y así lo vemos cotidianamente en Cuba, en las paradojas del castrismo: una sociedad murmurante mientras aplaude; donde mujeres honestas son perseguidas cuando pretenden llegar a una iglesia haciendo votos por su credo; cuando hombres pacíficos son acorralados por el simple hecho de fundar una organización gremial o fraternal; cuando niños y jóvenes son acosados en las escuelas por el “crimen” de ser hijos de sus padres, los excluidos.
No. Para que exista un mundo inclusivo y respetuoso, según se proponen teorizar los castristas en Lima, deben cumplir con el sexto de los diez mandamientos del abogado según Eduardo Couture: “Tolera la verdad ajena en la misma medida en que quieres sea tolerada la tuya”.