LA HABANA, Cuba.- El verano de 2016 se calienta en Cuba y no solo por lo cargado de la atmósfera o los efectos del cambio climático, la inquietud por el recrudecimiento de la permanente crisis socioeconómica crece entre los ciudadanos que ya hablan alto y claro de la real posibilidad de una nueva debacle material con nombre amable: “periodo especial”, con todos los traumas y carencias que hacen recordar los duros y tristes años noventa.
El escenario resulta en extremo preocupante: desabastecimiento de renglones de primera necesidad incluso en las tiendas en divisa, insostenible aumento del costo de la vida, imperceptible avance de los publicitados e insuficientes proyectos de desarrollo económico, con los líderes del PT (Partido de los Trabajadores) brasileño, principales patrocinadores de la muy promocionada “Zona especial de desarrollo de Mariel”, sumidos en grave crisis política y de credibilidad. Insoluble desamparo material en los centros hospitalarios, oleadas migratorias —especialmente de jóvenes— hacia cualquier rincón del planeta, lo que incluye la creciente estampida de profesionales y técnicos que cumplen misiones en el exterior. La producción y productividad industrial y mercantil se estancan y no despegan, mientras la corrupción se dispara a todos los niveles, aunque la Contraloría General no publique los resultados de sus investigaciones.
El propio Raúl Castro reconoce tácitamente la debilidad económica y la crisis financiera, mientras lanza a vicepresidentes y altos funcionarios en visitas relámpago hacia los “países amigos” para recibir cinco mil toneladas de arroz donadas desde Vietnam y la reafirmación de que no hay a estas alturas nación capaz de cargar sobre sus espaldas esa rémora de congénita ineficiencia que es la economía cubana.
Ahora mismo va quedando como letra muerta o burbujas en el viento toda esa perorata de la reestructuración del modelo económico, medidas que más allá de la propaganda no causan real efecto positivo en la economía cotidiana del cubano de a pie. Ahora mismo nadie entiende cómo la caída del precio del petróleo es señalada como una causa de la actual debilidad e insolvencia, puesto que Cuba es importador del hidrocarburo y debía beneficiarse de esta coyuntura comercial internacional.
Ni siquiera la explotación y despojo de las decenas de miles de profesionales, técnicos y especialistas enviados al exterior, ni el aumento de las remesas provenientes de extranjero, las cuales según cálculos extraoficiales alcanzan alrededor de tres mil millones de dólares, aunque este renglón de entrada de divisas no es reconocido en las cifras económicas oficiales, ni el aumento del número de visitantes foráneos logran amortiguar los efectos de la actual crisis.
La actual situación confirma la extrema dependencia de la economía cubana de los vínculos establecidos con Venezuela. Hasta ahora no resultaba muy complejo para el poder chavista utilizar una pequeña parte de su multimillonaria renta petrolera para subsidiar y sostener la ineficiente economía cubana, incluyendo los miles de barriles de petróleo diarios a cambio de asesoría especializada en control social y represión y de decenas de miles de profesionales de la medicina, la educación, el deporte y la cultura sustraídos de la sociedad cubana para reforzar los programas y misiones.
En el cenit de la crisis de los noventa apareció para los Castro la tabla salvadora del chavismo y el máximo líder apostó todo a esa carta, cuyos beneficios coyunturales le permitían mantener la precaria estabilidad socioeconómica de la Isla y seguir negando a los cubanos las libertades, espacios y derechos civiles, políticos y económicos.
Sin embargo como dice el viejo refrán, el hombre es el único animal que choca dos veces con la misma piedra y el alto liderazgo de La Habana, como en las pasadas épocas de la Unión Soviética, consagró una dependencia extrema a esa relación basada en la identidad ideológica.
Tanta ha sido la dependencia en uno y otro caso que mientras la Constitución castrista puesta en vigor en 1976, aun antes de definir y caracterizar al Estado cubano reafirmaba fidelidad a la Unión Soviética, quien subsidiaba la desastrosa economía cubana mientras la Isla actuaba como punta de lanza militar del socialismo real en el mundo. En el verano de 2004 en una coyuntura de amenaza de huracán que coincidía con la celebración el referendo revocatorio en Venezuela aseguró por la televisión nacional el exgobernante Castro que a él lo que le interesaba era Venezuela, sin olvidar que el defenestrado vicepresidente Carlos Lage dijo en su momento que Cuba tenía dos presidentes. Sin comentarios.
El recurrente diseño de aferrarse a la dependencia de un poderoso hermano reviste el peligro de que una mínima variable desmonte la ecuación y deja al “hermano” dependiente en grave condición de desamparo.
La dilapidación indiscriminada de la multimillonaria renta petrolera acumulada en los tres primeros lustros del siglo, la caída en picada de los precios del crudo, la incapacidad demostrada para diversificar la economía venezolana, agobiada por la persistencia en el modelo rentista, imponen hoy a Venezuela una gravísima crisis económica matizada por el desabastecimiento industrial, alimentario hospitalario e incluso energético y una galopante inflación, lo cual genera enormes penurias, especulación, crispación, violencia e inestabilidad social.
Tendrían que explicar tanto las autoridades cubanas y venezolanas como si cuando contaban con los multimillonarios subsidios soviéticos o la multimillonaria renta petrolera respectivamente no lograron desarrollar las potencialidades productivas de sus países lo van a hacer ahora en franca condición de depauperación económica.
Los gobernantes cubanos insisten en buscar un poderoso país hermano que lo sostenga materialmente, mientras ata de pies y manos a los cubanos impedidos de convertirse en ciudadanos económicos y obligados a ver como la “economía planificada ha destruido los renglones productivos tradicionales e incluso vaciado los estadios de béisbol.
Todo parece indicar que ahora los gobernantes cubanos no encontrarán una nueva tabla de salvación ante la crisis inminente. La crisis de los noventa obligó a legalizar las divisas, a restaurar el Mercado Libre Campesino y alguna forma de trabajo por cuenta propia. Ahora de nada servirán las soluciones intermedias, Cuba necesita una transformación estructural profunda que devuelva la tierra a los que la trabajan y reconozca a todos los cubanos sus derechos económicos con auténtica personalidad jurídica.
Si las autoridades de La Habana no demuestran ahora la responsabilidad, sensibilidad y valentía política que demanda el momento, el futuro inmediato depara a los cubanos mayores sufrimiento, penuria y desesperanza.