LA HABANA, Cuba. — En este mes se cumplen los 121 años del nacimiento en Camagüey (10 de julio de 1902) del poeta Nicolás Guillén, y los 34 de su fallecimiento, en La Habana (16 de julio de 1989).
Pese a su importancia en la poesía cubana del siglo XX, se hace difícil encontrar valoraciones sobre Guillén que sean justas, objetivas, y que deslinden su poética de la política. Mientras que el régimen, que lo declaró Poeta Nacional, ensalza su figura, el sector más radical de los que adversan al régimen no puede perdonarle a Guillén, amén de los poemas panfletarios que escribió en las últimas décadas de su vida, que haya sido durante 28 años, desde 1961 y hasta su muerte, en su rol de presidente de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba, uno de los principales funcionarios culturales del castrismo.
La cercanía de Guillén con el castrismo le trajo ataques hasta de gentes de su misma bandería. El poeta chileno Pablo Neruda, también comunista y autor de numerosos poemas panfletarios que resultan incongruentes con el resto de su obra, en su libro de memorias Confieso que he vivido, lo llamó “Guillén el malo”. Para Neruda, “Guillén el bueno” era el poeta español Jorge Guillén (1893-1984). Neruda se vengó así de los ataques que había recibido de parte de Nicolás Guillén y de Roberto Fernández Retamar (“el cabo Retamar” lo llamó Neruda) por haber participado en una reunión del Pen Club celebrada en Washington.
Fue un ataque muy injusto el de Pablo Neruda, que en su encono, como sucede a muchos otros, no supo separar al comisario castrista del poeta inmenso que era Guillén.
No abundan los autores que logren en sus versos la musicalidad que tienen los de Guillén, especialmente en Motivos del Son (1930), Sóngoro Cosongo (1931) y Mi son entero (1947), que le ganaron el calificativo de “el poeta del son”. De ahí que no haya resultado demasiado difícil la tarea para los que han musicalizado sus poemas, desde Alejandro García Caturla y Eliseo Grenet hasta Pablo Milanés y la española Ana Belén.
Por cierto, Guillén fue quien popularizó la poesía negrista —que él prefería llamar mulata—, pero antes la habían hecho su amigo también camagüeyano Emilio Ballagas y Ramón Guirao.
Pero no solo se destacó Guillén en la poesía negrista. Autor de excelentes sonetos, con resonancias lorquianas y una versificación muy peculiar, también hizo muy bella poesía de amor.
Luego de que trabara amistad con el poeta y escritor norteamericano Langston Hughes, a partir del poemario West Indies, Ltd. (1934) y Cantos para soldados y sones para turistas (1937), Guillén abordaría profusamente los temas políticos y sociales en su poesía.
Guillén, que había ido derivando hacia la órbita del comunismo, durante su visita a México y sobre todo cuando en 1937, en plena guerra civil, viajó a España para participar en el II Congreso Internacional en defensa de la Cultura, se relacionó con los más destacados escritores, poetas, intelectuales y pintores de la época: Ernest Hemingway, Antonio Machado, Miguel Hernández, León Felipe, César Vallejo, Ilya Ehremburg, Tristán Tzara, Rafael Alberti, Pablo Neruda, Octavio Paz, Diego Rivera, David Alfaro Siqueiro.
Guillén tuvo una activa participación en la política cubana a finales de la década de 1930, como miembro del ilegalizado Partido Comunista, y luego de 1940, de la Unión Revolucionaria Comunista, aliada por entonces a Fulgencio Batista, por la que fue candidato a la alcaldía de Camagüey.
Después del golpe de Estado del 10 de marzo de 1952, Guillén marchó al exilio y no regresó a Cuba hasta después del derrocamiento de la dictadura de Batista.
Guillén, gracias a poemas laudatorios a la revolución como Tengo, fue agasajado por Fidel Castro, que lo declaró Poeta Nacional, quitándole dicho título a Agustín Acosta. No obstante, el Máximo Líder, en memorable ocasión, no tuvo reparos en humillar públicamente a Guillén, calificándolo de vago, porque en la UNEAC solo se dedicaba a alimentar a las palomas.
En realidad, mal se avenía el poeta Guillén a sus funciones como burócrata de la cultura. Su producción poética durante las décadas en que presidió la UNEAC disminuyó en cantidad y calidad. Basta comparar El Gran Zoo (1967), Cuatro canciones para el Che (1969), La Rueda Dentada y El Diario que a diario (ambos de 1972) con la poesía que hizo antes de 1959.
Según me contaba el ya fallecido poeta y periodista Raúl Rivero, que hasta que rompió con el régimen y fue sustituido por Joaquín G. Santana, fue la mano derecha de Nicolás Guillén en la UNEAC, menos aún le placía a Guillén ejercer de comisario. A la hora de presionar y regañar, generalmente se mostraba esquivo y reluctante. Si podía, conciliaba. Solo se mostraba duro cuando se veía precisado por “las orientaciones de arriba”.
Recordemos que en marzo de 1971, Guillén se enfermó repentinamente, lo que le permitió no estar presente en la siniestra reunión reminiscente del Moscú de Stalin donde el poeta Heberto Padilla fue forzado a autoinculparse en presencia de sus colegas y ante las cámaras de la Seguridad del Estado.
En vez de estar horas tras un buró en su oficina de la UNEAC y en estériles reuniones y asambleas, Nicolás Guillén habría preferido disponer de ese tiempo para escribir poesía, y de la buena. Y seguramente le debe haber dolido mucho no haber conseguido interceder y tener éxito en su gestión cuando a su sobrino, el cineasta Nicolás Guillén Landrián, lo encarcelaron por “desviación ideológica” y estuvieron a punto de achicharrarle el cerebro con los electroshocks que le dieron en el Siquiátrico de Mazorra porque “había que estar loco para no ser revolucionario”.
Pero, militante al fin, Nicolás Guillén se tenía que regir, en detrimento de su obra, y aun de sus sentimientos, por las orientaciones del Máximo Líder y la disciplina del Partido Comunista.
ARTÍCULO DE OPINIÓN
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