LA HABANA, Cuba. — Que me disculpen los estudiosos de la música afrocubana y los seguidores de la polirritmia hecha con los tambores batá, yuca y el bongó, pero lo cierto es que géneros musicales como la rumba y el guaguancó excitan y le ponen “la cabeza mala” a elementos marginales de la sociedad.
No es que yo sea elitista y me quiera hacer el fino. Admiro el ritmo y la sensualidad de la rumba, la columbia y el guaguancó. Son símbolos de cubanía, junto a la tumba francesa y el punto cubano, y parte del patrimonio cultural inmaterial de la nación.
No puedo negar que se me iban los pies al escuchar a Los Papines, Bakuleyé y Los Muñequitos de Matanzas en los teatros América y Carlos Marx, pero el efecto que produce la mágica sonoridad de los tambores no es el mismo en un recinto cerrado que en la calle, los carnavales, una fiesta de santo o el patio de un solar, alcohol mediante.
He visto ponerse violentos con el repicar de los cueros a muchos de los que asisten al Palacio de la Rumba durante la conocida Fiesta del Tambor. Hasta “El Necio” de Silvio Rodríguez, con su texto de reafirmación castrista, provoca riñas cuando es interpretada a ritmo de guaguancó por el grupo Timbalaye.
Dígame usted cuando a la intensidad del ritmo se le agrega un texto agresivo y procaz con un coro que incita a la violencia y pide sangre, como el cantado por un grupo de jovencitas con el estribillo “¡Pincha, que yo te subo la jaba” (a la prisión), que escuché ayer, durante los ensayos de una comparsa en la esquina de San José y Escobar, en Centro Habana.
Se trata esta última de una esquina rechazada por el vecindario debido a los niveles de ruido, las palabras soeces, las borracheras, las riñas y otros actos que alteran la tranquilidad. Los ensayos de la comparsa provocan que al primer repique de tambor, todos —incluido yo, que vivo a menos de 20 metros— cierren puertas y ventanas en espera de que pase lo peor
Sé que Chano Pozo con el cuero de sus tambores enriqueció el jazz de Dizzy Gillespie en Nueva York; que Tata Güines dio esplendor al son tocado por Arsenio Rodríguez y Chapotín, y que Los Papines llevaron la música de sus tumbadoras, en su estado puro, a los escenarios más selectos y glamorosos del mundo. Pero no se puede negar que el ritmo de las tumbadoras, acompañado por cantos que exaltan el machismo y la guapería, igual que el monótono reguetón y el trap, generan violencia entre jóvenes marginales sin otras opciones culturales a su alcance.
No pretendo establecer paralelos ni diferencias entre la llamada “música culta” y la popular. Coincido con la opinión autorizada del pianista Frank Fernández: existe la buena música y para de contar. Pero sí de algo estoy seguro es que un grupo de jovencitas que salga de un concierto que culminó con la interpretación de La Comparsa, de Ernesto Lecuona, no cantarían a coro, en medio de una riña tumultuaria entre muchachos de su misma edad, “¡Pínchalo, que yo subo la jaba!”, como sucede a menudo en la esquina San José y Escobar.
ARTÍCULO DE OPINIÓN
Las opiniones expresadas en este artículo son de exclusiva responsabilidad de quien las emite y no necesariamente representan la opinión de CubaNet.
Recibe la información de CubaNet en tu celular a través de WhatsApp. Envíanos un mensaje con la palabra “CUBA” al teléfono +1 (786) 316-2072, también puedes suscribirte a nuestro boletín electrónico dando click aquí.