MIAMI, Estados Unidos. – En el venerable Teatro Trail de Miami, construido en 1930, el incansable dúo humorístico por excelencia de la cultura cubanoamericana, Los Pichy Boys, ha montado una obra de teatro que revisa sarcásticamente los orígenes del castrismo.
La obra compendia episodios homólogos ―grabados en video―, que habían dado a conocer previamente vía online para deleite de sus cientos de seguidores.
Memorias de la Sierra, una historia de amor rebelde es el regreso apabullante del teatro bufo cubano, que hunde sus orígenes en el siglo XIX donde incluso fuera prohibido por las autoridades coloniales españolas cuando se sintieron aludidas en sus joviales desplantes políticos.
Paradójicamente esta obra sube al mismo escenario donde durante años Armando Roblan hizo feliz a las primeras generaciones de exiliados con su encarnación humorística de Fidel Castro.
Los dictadores no son muy afines a ser ridiculizados mediante la comedia. Luego de 1959 en Cuba el humor político fue siendo paulatinamente cancelado en la prensa, la televisión, la radio y el teatro vernáculo.
Sus principales intérpretes tomaron el camino del destierro temprano y fueron borrados de los anales culturales de la nación, mientras se reinventaban en libertad.
La filmografía donde muchas de estas leyendas de la risa interpretaron sus conocidos personajes estuvo prohibida durante años, incluso por instituciones llamadas a proteger la memoria nacional, como la Cinemateca de Cuba.
Tomás Gutiérrez Alea dirigió algunas comedias donde hizo mofa de absurdos revolucionarios, pero siempre debió buscar una contrapartida o equilibrio ideológico entre los llamados “siquitrillados”, burócratas o personajes inconformes con el régimen, porque no podía perderse la esperanza de la llamada “perfectibilidad” del proceso.
Los largometrajes Alicia en el pueblo de Maravillas (1991), de Daniel Díaz Torres, y Juan de los muertos (2011), de Alejandro Brugués, así como algunos cortometrajes sobre el personaje Nicanor O’Donnell, de Eduardo del Llano, dejaron los eufemismos y las metáforas a un lado para chotear a los culpables de la arbitrariedad nacional y sus disparates.
Al mismo tiempo, solistas y grupos humorísticos lograron marcar pauta en diversos escenarios de la Isla con escarnios a la dictadura, pero fueron sistemáticamente censurados y reprimidos.
Los Pichy Boys, Alejandro González y Maikel Rodríguez, son un referente necesario en el difícil arte de hacer reír. Dominan la modalidad del sketch que diera fama a legendarios humoristas cubanos.
Al apropiarse hábilmente de las oportunidades que brindan las plataformas de medios sociales, luego de haber paseado con éxito por otros sitios de comunicación masiva, han presentado breves cortos como los dedicados a los avatares del exiliado criollo en Miami o los referentes a la revisión de lo sucedido en la Sierra Maestra, que los colocan, por derecho propio, en una suerte de historia alternativa del cine cubano.
Ahora incursionan en el teatro como catarsis necesaria, desmontan mitos y se burlan con sarcasmo de malhechores que dieron al traste con la felicidad cubana, mediante una llamada Revolución, y luego se autoerigieron como héroes.
La acción se desarrolla en los predios de la Sierra con flashback intermedio a una vivienda en la Ciudad de México, donde los tránsfugas planean la transformación de la Isla a su total antojo y beneficio, luego ponen en duda poder acometer tamaña proeza, y finalmente abordan el yate Granma impelidos por un despecho amoroso que sufre el líder de la invasión.
La diversión se acreciente sin embargo en el paraje montañoso del oriente cubano, donde además de las “Memorias de la Sierra”, se da cuenta de una “Historia de amor rebelde”, explícita, entre Raúl Castro y Juan Almeida.
El romance imaginario entre ambos fetiches de la nomenclatura cubana y el uso deliberado de estereotipos da como resultado una propuesta políticamente incorrecta.
En sus fascinantes memorias Antes que anochezca, Reinaldo Arenas se refiere al tipo de gay que paradójicamente tipifica el personaje de Raúl en la obra:
“Primero estaba la loca de argolla; éste era aquel tipo de homosexual escandaloso que, incesantemente, era arrestado en algún baño o en alguna playa. El sistema lo había provisto, según yo veía, de una argolla que llevaba permanentemente al cuello; la policía le tiraba una especie de garfio y era conducido así a los campos de trabajo forzado”.
En el documental Conducta impropia, de Orlando Jiménez Leal y Néstor Almendros, uno de esos gais “de argolla”, quien fuera recluso en el campo de concentración de la UMAP, se refiere burlonamente a la visión que recuerda de una visita de Fidel Castro como la de “toda una marquesa” con su séquito e insospechados camiones de “pollos”.
La obra de los Pichy especula sobre ese surrealismo socialista y le transfiere a Raúl Castro los supuestos “defectos” de sus víctimas, por los cuales fueron duramente castigados.
Camilo Cienfuegos es el guerrillero temerario y risueño condenado a diversas posibilidades de muerte por hacer sombra al megalómano de Fidel Castro, quien solo piensa en un proyecto de nación donde todos sus por cuantos anuncian al dictador que lo hizo tristemente célebre.
El Che no es doctor sino asistente de camillero y se desvanece ante la más mínima mención o visión de la sangre.
Vilma Espín es una agresiva guerrillera llamada a “enmendar” la sexualidad de Raúl que no compagina con la hombradía combativa circundante.
El futuro soñado en la Sierra Maestra predice que habrá libreta de abastecimiento, pioneros que quieran ser como el Che y que la leche no será necesaria como alimento luego de los siete años, entre otros planes para la debacle anunciada.
Cada gag y su correspondiente “punch line”, reciben el beneplácito del público que aplaude y sanciona. En este lunetario del Teatro Trail de nuestros días ―430 asientos totalmente ocupados―, se dan cita diversas generaciones de exiliados. Todos parecen coincidir en que los bandoleros merecen ser anatemizados mediante el choteo que nos caracteriza.
En uno de sus poemas castristas, Nicolás Guillén afirma que no le dan pena los burgueses vencidos. Ahora sus compatriotas no parecen sentir piedad por los causantes de tantos desagravios y si el castigo que merecen viene acompañado de una verdadera fiesta para los sentidos, donde incluso se especula por el futuro que pudo haber sido y ocurrirá alguna vez, la creatividad de Los Pichy Boys ya ocupa un lugar indeleble en la historia de la comedia cubana. Ellos serán más recordados que sus atorrantes guerrilleros.
Cuando Memorias de la Sierra, una historia de amor rebelde pueda estar de gira por los teatros de la Isla, como han soñado Los Pichy, es que la añorada libertad habrá dejado de ser una quimera.
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Los escenógrafos de la obra son Pedro Balmaseda y Jorge Noa. Ramón Sánchez se ocupó del vestuario y Miguel Reyes fungió como asistente de producción.
Vladimir Escudero es Juan Almeida, Adrián Más, el Che; Zajaris Fernández interpreta a Vilma Espín, Yerson Moore se responsabiliza con Camilo Cienfuegos, mientras Jennifer Carballo hace de Lupita.
Alejandro González encarna a Fidel Castro y Maikel Rodríguez a su hermano Raúl.
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