LA HABANA, Cuba.- Yurisnel, quien nació en la provincia de Las Tunas, quiso ser profesor de Educación Física para descubrir el talento deportivo de los otros; antes, cuando era niño soñó con ser basquetbolista, pero a pesar de su recia anatomía muscular, su baja estatura no lo acompañó en sus propósitos. “Si no puedo ser deportista, entonces seré profesor de deportes”, así pensó resignado, y se estuvo preparando para conseguirlo.
Solo que las cosas no siempre salen como uno quiere, sobre todo si la “patria” tiene otros planes para sus hijos. Yurisnel respondió al “llamado de esa patria”, al que muy pocos se atreverían a negarse. Yurisnel se hizo “trabajador social”, de la misma forma en la que se formaron tantos en la isla, en contra de su voluntad. Bien sabían los padres del muchacho lo que podía costar negarse a un proyecto de la “revolución”, bien que sabía lo que costó a su abuelo decir que no iría a Angola.
Yurisnel recuerda aquellos primeros días de entrenamiento en los que le hicieron creer que su labor era la más altruista de todas. Ahora Yurisnel, mientras conversamos, se vuelve a ver montado en un burro subiendo desde Songo la Maya a las alturas, para cambiar los bombillos incandescentes por esos de luz blanca y mortecina que tanto ahorraban. Fue allí donde todo cambió, aquel sería su “bautismo de fuego”.
Fue en la subida a aquellas lomas donde escuchó la primera de todas las propuestas, y aceptó, pero antes dudó un poco. Uno de sus compañeros fue preciso, aquello era también un negocio, y además rentable, sobre todo porque no tendrían que invertir. Y Yurisnel dijo al día siguiente que le faltaban trescientos bombillos por cambiar, aunque solo le faltaran cincuenta. Los sobrantes los vendió a quince pesos, por lo que metió en su bolsillo tres mil setecientos cincuenta pesos, una fortuna para aquel guajirito a quien jamás le pudieron dar, para sus salidas de sábado, más de cinco pesos.
El guajiro le cogió el gusto al dinero, y por eso sacó cuidadosamente las “cajas de bolas” a las lavadoras viejas que cambiaban, para venderlas luego a los “motoristas” de Santiago de Cuba, esos que hacen el oficio de transportistas privados, de “boteros”, en la oriental y “heroica” ciudad.
La Habana sería más pródiga. Cuando llegó lo hospedaron, junto a todos, en un hotel de la Villa Panamericana, localidad habanera donde se creó la escuela de Trabajadores sociales de la capital. Ahí fue donde hizo la “paqueta”, como llama él al bulto de dinero. Para entonces ya se había enterado de aquellos trabajadores sociales de Villa Clara de quienes se dice que vendieron un contenedor de refrigeradores Haier que debían ser repartidos en la comunidad de San Samuel en el municipio de Puerto Padre, y con aquel dinero se largaron de la isla, y llegaron a los Estados Unidos.
Yurisnel recuerda especialmente unas jornadas en el Cotorro, cuando los vecinos los llamaron chivatos, intrusos, y también recuerda la pedrada que le dieron en el tobillo, y que lo obligó a guardar reposo por quince día. Asegura que no vendió ni un solo refrigerador Haier, pero si algunos de los que recogía, y con la anuencia de sus jefes; para entonces ya se había entrenado, y buscó a sus “puntos”, muchos de ellos mecánicos de refrigeración, chapistas, pintores, que trabajando en común dejaban como nuevas a aquellas “bestias” americanas que no se rompían nunca y a las que sacaban muchísimo dinero.
El primero de todos los que vendió, lo recuerda muy bien, fue un General Electric por el que le pagaron cinco mil pesos, doscientos CUC. De esa venta, de su entusiasmo, viene el sobrenombre por el que todo el mundo lo conoce ahora. General Electric le dicen sus amigos. Reconoce que hasta soñó con hacerse un tatuaje en el pecho con aquel símbolo de la marca, exhibir en uno de sus pectorales aquellas dos letras: G y E. Quiso que un tatuador las dejara escritas en su torso, quería que la consonante y la vocal se exhibieran en su pecho, dentro de un círculo y con el mismo trazo que decidieron los diseñadores de la marca hace ya mucho.
Nunca se las tatuó pero todavía así lo llaman sus cercanos, y él se alegra, porque realmente se cree un general eléctrico, como el aparato que vendió, entre muchos otros. Y eso fue lo que consiguió el gobierno con aquellas brigadas de jóvenes “aguerridos” y tan “honestos”, hijos de una “revolución” que creyó en la honestidad de sus jóvenes “hijos”, esos que aprendieron a robar bombillos, gasolina, refrigeradores, para poder sobrevivir.
Esa revolución creyó que su proyecto era único, que se la “habían comido” con la creación de esos trabajadores sociales, negando, olvidando, todo lo que antes se fundó en este país antes del “Triunfo del 59”. Una “revolución” que dejó en las más oscuras sombras a la iglesia católica y a sus proyectos de ayuda a los más necesitados en la Cuba de ya lejanos siglos, olvidando incluso a esa constitución del 40 que dejó muy claro que el gobierno era responsable de la seguridad y la asistencia social a sus ciudadanos.
Con la “creación”, la exaltación, de las escuelas formadoras de trabajadores sociales se ninguneaba a aquella escuela de “Servicio Social” que se fundara un 5 de mayo de 1945 en la Universidad de La Habana, y que fuera anexa a la Facultad de Educación. Aquella escuela sería importante para la vida cubana, y se detuvo cuando cerró la universidad en el 1956; en 1959, cuando se reabrió la Universidad de la Habana, esa escuela de trabajo social solo abrió para los que hacía tres años estudiaban en sus aulas, pero no admitió nuevas matrículas, como si la naciente “revolución” bastara para hacer esa labor sin garantizar la formación.
Yurisnel no sabe que ese trabajo social ya tenía tradición en Cuba, incluso durante el gobierno de Batista; cuando se crearon: la Organización Nacional de Dispensarios Infantiles (ONDI) y también la organización nacional de rehabilitación de inválidos, y la de comedores populares y escolares. Sin dudas la historia que hoy conocen los jóvenes no reconoce la filantropía de épocas anteriores a 1959, y eso es un horror. A esos jóvenes solo se les habla de un pasado muy tenebroso con el que supuestamente “arrasó” la “revolución” después del 59.
A Yurisnel no le importa el antes ni el después, y ahora, aunque se hubiera formado como trabajador social, entrena sinsontes que caza en los montes orientales. Él se empeña en hacerlos cantar, y lo consigue, y luego los vende en veinte y hasta en treinta CUC. Alguna vez logró que un “yuma”, en un parque de Guanabacoa, le pagara ciento veinte CUC por un sinsonte que silbaba la Bayamesa y también un reguetón de Gente de Zona. Yurisnel, el General Eléctrico, se empeña ahora en una labor que supone muy noble, hacer cantar a los sinsontes…