LA HABANA, Cuba.- Hace mucho que no me abruma el rubicundo rostro de la doctora Aleida Guevara March. Hace rato que la hija del Ché Guevara no aparece en la pantalla de mi televisor, y eso me alegra. Ella es gorda y rosada, no caben dudas, pero Rubens y Botero me fueron acostumbrando a esas exuberancias, así que el malestar no tiene nada que ver con su rosada robustez; mi enfado viene por otro lado…
Lo que realmente me disgusta de esta mujer cubana y habanera, médico e hija de “héroe”, es su dicción, su manera de pronunciar el español. Lo que realmente me saca de quicio es la construida declamación que exhibe, y sin ningún recato, cada vez que aparece en la pantalla de mi televisor, el único lugar donde la he visto hasta hoy.
Cada vez que miro a Aleida, siempre que la escucho, me viene a la cabeza la cadencia italiana que tiene el español que hablan los argentinos. Cada vez que la escucho pienso en el barrio de La Boca y en de Palermo, en el lunfardo y en Gardel. Esta mujer me hace recordar al Río de La Plata. Aleida, la hija del Ché, hace que yo extrañe las callecitas de Buenos Aires. Supongo que a ella, como a tantos, le guste Balada para un loco de Astor Piazzolla, pero quizá no sepa que Rosita Fornés también decía: “Las callecitas de Buenos Aires tienen ese qué se yo…”.
Siempre que escuché la entonación de esta médico cubana hice todo cuanto pude para no oírla, y no pude evitar recordar a Borges declamando la primera sextina del Martín Fierro de José Hernández; y si volvía a aparecer en la siguiente edición del noticiero, recordaba entonces el Facundo de Sarmiento. Es una pena que esta mujer jamás me llevó a pensar en unos versos de Guillén, ni siquiera me hizo recordar a Martí. ¿Sabrá ella que el Apóstol fue cónsul de Argentina y Uruguay en Nueva York? ¿Habrá aprendido algún verso del hijo de Leonor Pérez?
Sin dudas ella debía pronunciarse, creo yo, de una forma más cercana a como lo hacen los cubanos. ¿Acaso no estudió en una escuela habanera? ¿Quiénes eran sus compañeros de aula? ¿Tuvo maestros argentinos? ¿Qué gritaban sus condiscípulos a la hora del recreo? ¿No había ningún oriental en su escuela que dijera fongo, yuca, ñame? ¿Acaso no matriculó nunca en su colegio algún niño negro de La Timba, que gritara a otro: ‘¡Oye, chico, come gofio’”!?
¿Esta mujer sabrá lo que es jutía, ajiaco, barbacoa, rumba, Yemayá? Sin dudas a esta hija de héroe nunca la durmieron cantando aquello que dice: “Si tu drume yo te traigo un mamey muy colora’o, y si no drume yo te traigo un babara’o”. ¡Pobrecita! Por más que intento explicarlo no consigo entender por qué la hija del guerrillero, que nació aquí, es decir en La Habana, habla como si sus primeros vagidos se hubieran sucedido en alguna ciudad cercana al Río de la Plata.
Su padre no nació en Buenos Aires ni en Montevideo, si no en Rosario, donde esa cadencia no era la misma que en esas dos ciudades del Río de La Plata. ¿Y de dónde le viene entonces el “dejo” rioplatense? ¿Qué diría el guerrillero de esos apegos lingüísticos de su hija? ¿Estaría feliz? ¿Creería que de ese robusto cuerpo, del que salía una voz con tono porteño, podría salir el Hombre Nuevo?
Hace muy poco se cumplieron cincuenta y dos años de que el Ché escribiera aquella carta que envió a Carlos Quijano, director del semanario uruguayo Marcha. Esa misiva que se conoce hoy como El socialismo y el hombre en Cuba, y en ella el argentino explica las enormes posibilidades que tendría, de ser un hombre nuevo, cualquier sujeto que pasara sus días en una sociedad empeñada en construir el socialismo, como era el caso de Cuba.
Yo que he leído la carta, que hasta estuve buscando señales sobre la real existencia de ese hombre tan anunciado, no conseguí encontrarlo todavía; o quizá sí, pero muy desvirtuado, como ahora, en la figura de la hija del gran perpetrador de esas ideas. ¿Aleida podría ser uno de esos seres con los que soñó su padre? ¿Podría alguien que pierde y de manera tan burda sus esencias, convertirse en hombre nuevo? Mucho habrá que hurgar para saber a dónde fue a parar ese hombre que ocupó tanto a Guevara, para descubrir en qué lugar se esconde. Tengo algunas ideas, y me gustaría intentarlo…