MIAMI, Florida, mayo, 173.203.82.38 – La noticia de la muerte de Osama Bin Laden provocó una variedad de reacciones. Ellas conforman un diapasón que va desde los extremos de la celebración hasta la condena del hecho. La alegría ostensible de los que festejan, en algunos aflora como desmedido sabor de venganza ante el acto de justicia. Del lado contrario surgen las críticas y reproches del grupo que condena, en forma solapada o abierta, la liquidación del buscado terrorista.
Muchas de estas posiciones condenatorias en verdad encierran un aspecto que no tiene nada que ver con sentimientos de cercanía o identidad con el líder de Al Qaida, sino que se corresponden con la expresión del anti norteamericanismo militante, con el que hacen causa común una variada gama de personajes.
Tres ejemplos de estas posturas coincidieron en las planas principales de las noticias. Desde la provincia argentina de Tucumán, el matrimonio compuesto por Santiago Torres y Musa Isa envió un mensaje de pésame a la extensa familia de Osama, proclamando además el criterio de que este debió ser sometido bajo los requisitos que exige la Ley. O sea detención, juicio y penitencia. Lo más posible es que la pareja no conozcan a ninguno de los dolientes del cabecilla ultimado en Pakistán. Pero lo que sí puede ser seguro es que tras la ardorosa defensa del derecho ajeno, al que esta gente se dice tan apegada, existan connotaciones de carácter ideológico.
Otro pronunciamiento, aunque de manera mucho más equilibrada en esta ocasión, vino de Michel Moore, quien denunció la ultimación del extremista árabe como una “ejecución” deliberada efectuada por los efectivos militares de Estrados Unidos. Moore atempera su reparo argumentado los actos y dichos de aquellos que celebraron la muerte de alguien, por indigno y execrable que este pueda haber sido. Siguiendo la ética cristiana en la que se educó el cineasta norteamericano se puede compartir el razonamiento sobre el comportamiento que debe marcar la diferencia entre los hombres apuestan por el amor y los que toman el camino del crimen y el horror contra la humanidad.
Pero que se puede hacer cuando estamos frente a un individuo que torturó inmisericordemente a personas indefensas. Cómo apelar sobre la “ejecución” se aplica a los creadores de proyectos diabólicos al estilo de campos de exterminio masivo o masacres. Qué decir cuando se escuchan expresiones como las manifestadas por los seguidores de Bin Laden que le sobreviven en su nada heroica tarea, en sus amenazas horripilantes prometiendo hacer encanecer prematuramente a los niños de occidente.
La nota estridente fue colocada bajo la firma de Fidel Castro, al calificar de asesinato la muerte del buscado criminal. El Comandante utiliza un dramatismo peculiar para describir imaginariamente el momento en que se produce el desenlace. Bin Laden sorprendido en la oscuridad de la noche, rodeado de familiares y afectos, desarmado mientras descansa en su alcoba, recibe la muerte de mano de sus ejecutores. Castro no solo reprocha la acción militar efectuada por el comando norteamericano sino que la tilda de acto aborrecible.
Lo mejor viene cuando el retirado gobernante proclama su oposición a las acciones violentas y nos cuenta que esa actitud venía planteada desde la lucha contra la dictadura batistiana. Los sabotajes, bombas en lugares públicos y acciones similares efectuadas por miembros del Movimiento 26 de Julio fueron hechos al parecer en contra de la voluntad del líder guerrillero.
No es incierto que acciones militares desatadas en el mundo por diferentes naciones, en las que se incluye el propio Estados Unidos, hayan causado dolor y sufrimiento en millones de personas inocentes. Pienso en Vietnam. Pero lo mismo se puede decir de la ex Unión Soviética, China, Francia, Gran Bretaña, como potencias que intervinieron en los asuntos de otros pueblos. Tampoco hay que ignorar a decenas de países del tercer mundo que sirvieron a las potencias en asuntos regionales o generando conflictos internos que provocaron la acción externa para frenar verdaderas orgias de sangre. El propio Comandante en Jefe involucró a soldados cubanos en guerras que sembraron luto en hogares ajenos, para imponer una ideología o apoyando tiranuelos peores que aquellos que pretendían combatir.
Mucho más terrible es cuando los gobiernos desatan la muerte contra su propia gente. Lo hizo Sadan Husein en su país y en Kuwait, Pol Pot en Kampuchea o Milosevic y sus cómplices en Sarajevo. Lo hacen ahora mismo los regímenes dictatoriales de Libia y Siria. Pero esas realidades no conmueve la compasión de estos cocodrilos que solo dejan escapar sus falsas lágrimas cuando se trata de condenar al imperialismo.
“¿Cómo impedirá ahora que las mujeres y los hijos de la persona ejecutada sin Ley ni juicio expliquen lo ocurrido, y las imágenes sean transmitidas al mundo?” Se pregunta Castro. El mismo que nunca se cuestionó lo que sentirían aquellos afectados por la administración parcializada de “leyes y juicios revolucionarios” de su sistema totalitario. El mismo que nunca se preocupó por verdaderos actos criminales atribuidos a su ordenanza ante los que no mostró reparos ni arrepentimiento.