LA HABANA, Cuba. – Los televidentes cubanos se sorprendieron en la tarde del pasado miércoles, 6 de enero, cuando el principal canal de televisión de la Isla, Cubavisión, suspendió su programación habitual para brindar cobertura al asalto al Capitolio de Washington D.C. por un grupo de partidarios del presidente Donald Trump. En verdad se trataba de un acontecimiento importante, pero que pudo haber sido abordado como una noticia más, sin necesidad de interrumpir un programa musical juvenil y el noticiero cultural.
Cabe recordar que, en los últimos años, la programación había sido suspendida solo en tres ocasiones: cuando el fallido intento de regreso a Honduras del depuesto mandatario José Manuel Zelaya, en 2009; a raíz del fallecimiento de Fidel Castro, en 2016; y tras la salida del poder de Evo Morales, en 2019.
La prensa oficialista se lanzó de inmediato a calificar el hecho con titulares al estilo de “Colapsa la democracia en Estados Unidos”, “Caos en el imperio”, “Rompen las vitrinas de la democracia con que Estados Unidos ha pretendido dar lecciones al mundo”, y “Asalto al capitolio: la democracia en Estados Unidos de nuevo en entredicho”.
En el fondo, los gobernantes cubanos hubiesen deseado que la irrupción de manifestantes en el Capitolio de Washington hubiese sido indetenible, que el Congreso no hubiese podido finalmente certificar la elección de Joe Biden, y, por tanto, que las instituciones en el país norteño hubiesen sido destruidas por completo. Claro, de haber sucedido lo anterior, el castrismo, que repite sin cesar que los opositores cubanos desean imponer en la Isla el modelo de democracia que existe en Estados Unidos, habrían tenido más tela donde cortar.
Vale aclarar que quienes anhelamos cambios políticos en la Isla no necesariamente aspiramos a copiar el modelo estadounidense -que en realidad funciona muy bien-, sino que sencillamente miramos hacia las libertades individuales que disfrutan buena parte de los habitantes de este planeta.
Y, una vez más, los gobernantes cubanos salieron trasquilados. La manifestación en torno al Capitolio fue detenida, el Congreso pudo continuar con su labor, y a la postre se realizó la certificación de Joe Biden como presidente electo de la nación. Mención aparte para la manera en que se manifestó la separación de poderes en Estados Unidos, ese baluarte de cualquier sistema que pretenda presumir de democracia.
El poder legislativo no sucumbió ante los deseos del poder ejecutivo. Se reafirmó la fortaleza de las instituciones de nuestro vecino norteño. Muy distinto a lo que lamentablemente vemos en Cuba, donde diputados amaestrados aprueban unánimemente en la Asamblea Nacional del Poder Popular las directivas emanadas de las jefaturas del Partido Comunista y el gobierno. Y también muy diferente a lo que observamos en la Venezuela chavista, donde la auténtica Asamblea Nacional elegida por el pueblo fue desmantelada para instaurar otro órgano legislativo dócil y obediente a los dictados de Nicolás Maduro.
A propósito, no hay que olvidar que los cubanos contamos en nuestra historia con un ejemplo magnífico de separación de poderes. Ocurrió en 1873, cuando, cumpliendo los preceptos de la Constitución de Guáimaro, el poder legislativo depuso al presidente de la República en Armas, Carlos Manuel de Céspedes, debido a indicios autoritarios que se insinuaban en su gestión.
Sin embargo, la historiografía castrista interpreta el suceso a su conveniencia. No alaba la gestión independiente de los legisladores mambises, sino que condena lo que estima como un golpe de Estado contra el presidente Céspedes. Ante semejante evidencia no es de extrañar que la efectiva separación de poderes mostrada por estos días en Estados Unidos no haya significado nada para el castrismo.
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