LA HABANA, Cuba.- El 9 de abril se cumplió un aniversario más de la ejecución del Líder antiesclavista e independentista José Antonio Aponte, quien en 1812 encabezó un movimiento que generó el pavor de la corona española. Sin embargo, más de dos siglos después del martirologio, Aponte continúa siendo un prócer desconocido en Cuba.
En los últimos días un sorpresivo spot televisivo expone una imagen dibujada del personaje y recuerda “el 204 aniversario del asesinato del líder José Antonio Aponte”. De seguro la inmensa mayoría de los cubanos se preguntarán: ¿Y ese quién es? ¿Líder de qué?
La mención televisiva puede estar motivada por la presión ejercida en los últimos años por las plataformas antirracistas independientes e incluso por el tímido accionar de personas fieles al régimen que se muestran preocupados por los retrasos y desigualdades que persisten en la sociedad cubana.
Un simple y ocasional spot no llena el enorme vacío acumulado por tantos años en el reconocimiento y la valoración de tantos afrodescendientes cuya contribución a la formación y evolución política, social y cultural ha sido sistemáticamente omitida y silenciada a través de los tiempos y en cualquier circunstancia.
La inmensa mayoría de los cubanos, incluso los graduados de Licenciatura en Historia, desconocen la ejecutoria y el legado de ese personaje cuya muerte ahora se recuerda, lo mismo que sucede con otros hechos y figuras tradicionalmente omitidos o excluidos de las historias oficiales. La revolución no cambió este patrón que sistemáticamente menosprecia y vuelve invisible a un sector social cuyo peso social y cultural no acaba de ser valorado públicamente.
Ahora con Aponte sucede lo mismo que con el Partido Independiente de Color PIC (1908-1912), también precursores políticos. A poco más de un siglo después, se recuerda la masacre de que fueron víctimas a manos del gobierno republicano de turno, pero nunca se hace mención a su obra y propuesta política.
Uno de los historiadores más renombrados y prestigiosos de las últimas décadas, el Dr. Eduardo Torres Cuevas –hoy director de la Biblioteca Nacional y presidente de la Academia Cubana de la Historia–, fue hace treinta y cinco años mi profesor de historia de Cuba en el primer año de la carrera en la Universidad de La Habana. Durante aquel curso no escuchamos una sola palabra sobre las cofradías y cabildos de nación como primigenias formas de organización social de los africanos y descendientes forzosamente asentados en Cuba, ni una palabra sobre los batallones de pardos y morenos adjuntos al ejército español, ni una palabra de las numerosas sublevaciones de esclavos de los siglos XVIII y XIX, nada sobre el pujante desarrollo social, económico y cultural de los cubanos negros y mestizos en el siglo XIX, amén de la increíble omisión del movimiento de Aponte.
José Antonio Aponte fue sargento de los batallones de pardos y morenos, un fino carpintero ebanista y un respetado líder religioso, nieto del capitán Aponte, de esos mismos batallones, personaje también omitido por las historias oficiales a pesar de que enfrentó con heroísmo la invasión inglesa en 1762 y combatió la ocupación británica.
Para 1812, cuando Simón Bolívar todavía era un esclavista convencido, Aponte había estructurado un movimiento con liderazgo horizontal y ramificaciones internacionales destinado a lograr la independencia y la abolición de la esclavitud, además de tener claramente previstas las condiciones de igualdad en que debían convivir todos los habitantes de una Cuba independiente,
Aunque Aponte y varios de sus compañeros fueron delatados, apresados y ejecutados, y su cadáver expuesto en plaza pública, el movimiento generó importantes sublevaciones en diferentes puntos del país y marcó el intento inicial en pos de la independencia más de cinco décadas antes del inicio de la guerra de los 10 años, en 1868, reconocida históricamente como el inicio de las luchas liberadoras en Cuba. Aponte, además, está totalmente libre de los devaneos y coqueteos anexionistas que marcaron a reconocidos líderes del siglo antepasado.
Casi sesenta años de revolución –donde por cierto el alto liderazgo dinástico no se pone de acuerdo, porque mientras el ex presidente Fidel Castro insiste en que el racismo fue suprimido, su hermano Raúl ha reconocido como una desvergüenza el racismo que persiste en la sociedad cubana– no han logrado desmontar la perspectiva racista de una historiografía que desconoce el legado de Aponte y tantos otros afrodescendientes cubanos que han hecho una contribución capital a la conformación de la nación.
Los gobernantes cubanos no se atreven a hacer justicia histórica y colocar esas contribuciones y protagonismos en el lugar que les corresponde. Aponte y sus compañeros, las sociedades fraternales de color, la rebeldía antiesclavista, el movimiento feminista afrodescendiente, el heroico papel histórico de los miembros de la hermandad religiosa Abakuá, la prensa negra del Siglo XIX, los generales afrodescendientes de las guerras de independencia, el legado político del PIC deben encontrar espacio y reflejo en los programas de estudio, en las imágenes simbólicas, en las pantallas, los escenarios y los debates de la agenda pública.
Personalmente considero que los gobernantes cubanos nunca lo van a hacer, puesto que reconocer al movimiento de Aponte y al PIC como precursores de la independencia y el progresismo político en los siglos XIX y XX respectivamente, admitir las contribuciones históricas y los alcances socioculturales de los afrodescendientes cubanos implicaría dejar de presentarse como salvadores y benefactores supremos de ese importante sector de la sociedad.
Es la hora de rescatar la verdad histórica, la identidad y la autoestima cívica como valores indeclinables para que los afrodescendientes cubanos dejemos de ser percibidos como víctimas, culpables o beneficiarios del paternalismo hegemónico, para que Aponte y tantos otros cubanos valiosos dejen de ser desconocidos e ignorados o, en el mejor de los casos, una eventual e inexplicable mención televisiva.
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