LA HABANA, Cuba.- Desde el pasado 22 de diciembre, el diario Granma cambió su imagen. Un poco, solo un poco. Ahora, al menos en la forma, que jamás en el contenido, se parece más a un periódico moderno. Tiene unas cuantas páginas más, una de ellas dedicadas a artículos de opinión (que obviamente siempre coincidirán exactamente con la del Estado-Partido-Gobierno), más infografía, más y mayores fotos y letras más grandes. Esto último ocasiona que haya menos espacio para los textos. Por ejemplo, ahora en la sección Hilo Directo caben menos noticias de unos cuatro renglones.
Los cambios no son algo especial, como era de suponerse que fueran si se tiene en cuenta que los diseñadores, según se dice, pasaron casi tres meses analizándolos, pero son cambios, al fin y al cabo. Tenían que hacerlos, eran inaplazables, por aquello del deber de “cambiar todo lo que deba ser cambiado…” para que todo siga igual.
Parafraseando al cantor oficial del castrismo, Silvio Rodríguez, en aquella memorable serenata a los muertos de su felicidad, Granma ya “no es lo mismo, pero es igual…”
Después de todo, estaba advertido: el cambio sería de imagen, no de filosofía. Esta filosofía, si es que merece ese nombre, sigue siendo la del Partido Comunista, único e inmortal, del cual el periódico es el órgano oficial de su Comité Central.
Así, Granma, fundado por Fidel Castro en 1965 para que sirviera de vocero del Partido Único, es y seguirá siendo, mientras dure, el equivalente cubano de Izvestia, Pravda, Rude Pravo y otros ilustres antecesores rojos.
De nada vale la sangre joven que han trasfundido en el periódico. La mayoría de los periodistas de Granma (incluido Sergio Alejandro Gómez, el jefe de redacción de internacionales) tienen menos de 30 años, pero no importa, no se hacen sentir. Es como si fueran octogenarios, con el reloj detenido en la década del 60, con el teque armado a partir de los discursos de Fidel en la Plaza y que luego repasaron en el círculo de estudio. Tal vez no piensen exactamente estos konsomoles del Granma como sus mentores y sus jefes, pero escriben al gusto de ellos, para complacerlos; como haría Nicanor León Cotayo, como hace Pedro de la Hoz: con la responsabilidad y disciplina de los bueyes, obedientes al mayoral… que con la revolución no se juega y menos aún con los censores del Departamento Ideológico, que últimamente no lo piensan mucho para poner de patitas en la calle a los comunicadores que se vuelvan majaderos.
En la manipulación y las medias verdades, los censores del Departamento Ideológico, que son los que deciden qué se informará o no, y cómo debe ser informado, han sido tan eficaces que dicen ciertos chistosos que de haber contado Napoleón con el periódico Granma, el mundo no se hubiera enterado de Waterloo o lo habrían tomado por cualquier otra cosa que no fuera una derrota.
Los periodistas de Granma no escatiman en triunfalismo, y cuando tienen que escuchar los regaños del general-presidente y de su vice Miguel Díaz-Canel por el vomitivo antiperiodismo que hacen, los aguantan a pie firme y prometen que ahora sí van a hacer “el periodismo revolucionario que precisan estos tiempos”. Y va y hasta pretendan que nos creamos que el Granma con aspecto renovado es el primer paso de ese periodismo…
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