LA HABANA, Cuba. -La sensación de que el régimen cubano cuenta con una especie de cheque en blanco para llevar a cabo sus tropelías es cada vez más notoria.
Los informes mensuales de la Comisión Cubana de Derechos Humanos y Reconciliación Nacional (CCDHRN), que exponen ante el mundo los hechos represivos de la policía política contra los activistas prodemocráticos, pasan sino inadvertidos ante la mayoría de las entidades internacionales encargadas de velar por estos tópicos, sí como documentos a mirar de soslayo en las pantallas de las computadoras y almacenarlos con la misma premura que se leen los encabezamientos.
Es lógico pensar así, ante la avalancha de hechos que nadie con un mínimo de responsabilidad dudaría en calificar como tratos crueles, inhumanos y degradantes, sin que medien censuras que contribuyan a darle relevancia. Mes tras mes se repiten los arrestos arbitrarios y violentos, los actos de repudio que a menudo incluyen el vandalismo y el drama de los presos políticos cuyo encierro los expone a una mayor cuota de arbitrariedades. El interés internacional frente a estos episodios acusa un marcado retroceso, afortunadamente siempre acompañado de excepciones, lo cual ayuda de cierta manera a que el tema no haya desaparecido de algunas agendas.
Una modalidad dentro de la represión científica que aplica el Ministerio del Interior en sus esfuerzos por evitar el crecimiento de los movimientos contestatarios son las amenazas veladas, el chantaje y las acciones encubiertas que concluyen con la pérdida del empleo o el impedimento de ocupar una determinada plaza, todo ello enfilado contra amigos y familiares directos del “contrarrevolucionario”.
En esa jurisdicción del terrorismo de Estado se encuentra ahora el escritor Ernesto Pérez Chang que decidió inscribirse en la nómina del periodismo independiente. Es solo el comienzo de su vía crucis. Él lo sabe y ha asegurado que no hay marcha atrás en su decisión. Algo realmente meritorio en un escenario que demanda la compleja e inexorable combinación de talento y coraje.
Su labor no deja margen para las dudas. Junto a su pedigrí como excelente narrador, ha expuesto en su aún corto periplo por la prensa no oficial, sus dotes para el reportaje y el artículo de fondo. Sin pretensiones de convertirme en ave de mal de agüero ni de asumir poses pedagógicas en el arte de la resistencia al totalitarismo, le sugeriría que no subestimara la capacidad del adversario común para hacer daño, su falta de escrúpulos y determinación en tomar las represalias más descabelladas.
Lo digo con conocimiento de causa. En un abrir y cerrar de ojos, fui arrestado el 18 de marzo de 2003 y un mes más tarde condenado a 18 años de privación de libertad por escribir al margen de las disposiciones establecidas. A menudo se alega que los tiempos han cambiado, pero la naturaleza criminal del poder no. Quizás la cárcel sea el último recurso a utilizar como correctivo, no obstante en el manual de los agentes del G-2, sobran las tácticas “persuasivas”.
Antes de concluir reitero mi apoyo a un colega que tuvo el valor de saltar las barreras del miedo y la censura. No importa cuando lo hizo lo importante es que está entre nosotros compartiendo una experiencia enriquecedora y espiritualmente necesaria. Ojalá y otros escritores oficialistas decidan despojarse de sus máscaras y comiencen a publicar en las páginas disponibles para hacerlo con objetividad y transparencia. Nada que ver con pleitesías a poderes ilegítimos y excluyentes.