LA HABANA, Cuba.- Una táctica recurrente del régimen de la continuidad castrista es la de eludir su responsabilidad por las penalidades que ocasionan a la población su ineptitud y sus políticas fallidas culpando, primero que todo al embargo, y luego, a “personas ambiciosas, inconscientes y que no son capaces de pensar como país y ponerse a la altura del momento histórico que vive la revolución”.
Así, los dirigentes y los medios oficialistas que replican al dedillo su discurso hacen recaer las culpas de la escasez y los altos precios en acaparadores, revendedores, coleros, intermediarios, carretilleros de frutas y viandas, dueños de establecimientos privados.
Utilizando la miseria como herramienta de control social, llevándonos a niveles de indigencia, fomentando la envidia y la vileza, poniendo a chocar a unos cubanos con otros, alentando la chivatería, confunden y distraen a la gente para que no razonen acerca de las causas y los verdaderos culpables de los problemas.
Esta táctica ha sido aplicada sistemáticamente en los últimos dos años para evadir la responsabilidad del régimen por la inflación fuera de control que provocó el fracaso de la llamada Tarea Ordenamiento, implementada en el peor momento posible, en un país azotado por la pandemia de la COVID-19 y en medio de las sanciones impuestas por la administración Trump.
Lo increíble es que todavía logre el régimen que haya personas que crean que los cuentapropistas son los culpables de que no nos alcance el pan en las panaderías, de los elevadísimos precios de los alimentos y del caos en el transporte público, y esperen que sea el régimen, cual justiciero Robin Hood luchando por los pobres, que por algo proclama ser comunista, el que racionando, topando precios, imponiendo multas y decomisando mercancías, resuelva la situación.
Hasta ahora, esos métodos reminiscentes del comunismo de guerra bolchevique, que van en contra de las leyes del mercado y de las reglas básicas de la economía, lejos de aliviar los problemas, los han agravado. Pasa cuando topan los precios de los productos agrícolas y se quedan vacías las tarimas de los agro-mercados. Ha pasado cada vez que topan el precio de los transportistas privados, una medida que al principio es bien acogida por la población pero que inmediatamente después es repudiada, cuando no hay cómo trasladarse porque no hay carros que compensen la escasez de guaguas ya que a los choferes no les da la cuenta con las tarifas que les imponen.
Los precios siguen disparados, hay escasez y muchos compatriotas, bastantes, pasan hambre. Nada mejora. Pero el ministro de Economía, Alejandro Gil, sigue hablando de medidas antinflacionarias que nadie sabe en qué rayos consisten ni cuándo y cómo se aplicarán.
Lo que sí está claro es que las mipymes no forman parte de ese inescrutable plan antinflacionario del que tanto hablan Alejandro Gil y el primer ministro Manuel Marrero. Todo lo contrario. Los precios de los productos que revenden —porque la mayoría de las mipymes no producen, sino que revenden— son más altos, mucho más altos que los de los establecimientos privados y hasta de las onerosas tiendas en MLC, lo que es mucho decir. Y si tienes el dinero, estás obligado a pagar a precios exorbitantes los productos que solo allí se pueden encontrar, como el aceite y la leche en polvo.
La población se queja de los precios abusivos de las mipymes y si no se pregunta con qué dólares las mipymes importan los productos que revenden es porque se sabe que detrás de la mayoría de ellas, de las que tienen productos importados para revender, está el régimen.
Las mipymes son el nuevo invento del castrismo para burlar las leyes del embargo norteamericano y atraer a inversionistas extranjeros para engatusarlos aparentando que en Cuba se están produciendo reformas de mercado.
Estamos hablando de las mipymes que operan con ventaja y respaldo oficial, las que están en manos de exmilitares, exfuncionarios, sus parientes, amigotes y otros aspirantes a la piñata del fiel cardumen que sigue a la elite y que se convertirán en los oligarcas al modo putinesco. Las otras mipymes, las que no tienen padrinos, sobrevivirán unas pocas; las demás serán ahogadas por los impuestos, las restricciones y la competencia desleal. Y como no, también caerán por las quejas y las denuncias de algunos pobres diablos a los que desde niños les inculcaron que chivatear es “un deber de todo revolucionario”.
Hace poco, en una cola, escuché a un anciano, bastante maltrecho y con cara de pocos amigos, que decía que hay que hacer como él, que denuncia todo lo mal hecho, lo mismo por los vendedores callejeros o el bodeguero que por los dueños de negocios o los choferes de alquiler. Porque, decía: “Es importante que los de arriba se enteren, para que no pase como con Fidel, que si no iba a los lugares y veía las cosas, le pintaban maravillas y lo tenían engañado… Y si eso era con Fidel, dime tú con Díaz-Canel que siempre está tan ocupado con las reuniones…”.