SONORA, México, 11 de octubre de 2013, www.cubanet.org.- Cuba tuvo su grito, algo tardío pero grito al fin, alrededor de medio siglo después de acontecido el Grito de Dolores mexicano. Ningún cubano ignora que Carlos Manuel de Céspedes, a través del Manifiesto de la Junta Revolucionaria de la Isla de Cuba – la ya para entonces no tan fiel isla de Cuba -, promovía el inicio de la lucha armada por la conquista de la independencia, la abolición de la esclavitud y la igualdad entre los hombres sin distinción de raza u origen.
Todos saben que el grito se dio en el ingenio La Demajagua, y como el momento histórico fuese llamado “Grito de Yara” y no “Grito de La Demajagua”, lo común es que hayamos crecido creyendo que la finca estaba situada en el pueblo de Yara, cuando en realidad se encontraba a escasos quince kilómetros de la ciudad de Manzanillo.
La precisión geográfica del acontecimiento cubano no fue tan exacta como el Grito de Dolores, cuando el padre Hidalgo tañó las campanas de la parroquia de Dolores (hoy municipio Dolores Hidalgo, Guanajuato), para dar inicio a la guerra en contra de la autoridad virreinal, en 1810. Nuestro grito, el cubano, fue lanzado cerca de la ciudad de Manzanillo, y el nombre del acontecimiento que quedó para la historia fue producto de una simple confusión.
Céspedes, de hecho, ni siquiera pensó en La Demajagua como foco inicial de la insurrección. La firma del Manifiesto de la Revolución fue originalmente planificada para la ciudad de Manzanillo, con todo y un himno que compuso (“Marcha a Manzanillo”) cuando con desmedido optimismo pensaba ocupar la ciudad con sus seiscientos hombres.
El momento histórico fue registrado en La Demajagua cuando Céspedes pensaba que, aún habiéndose visto imposibilitado de dar los campanazos en territorio urbano manzanillero, y que lo más sensato era hacerlo en la tranquilidad de su ingenio, el paso siguiente sería la toma de Manzanillo. Aquello también resultaba más idílico que realista, dado que sus tropas no tenían experiencia alguna, ni armas suficientes, pero los ánimos estaban ya lo suficientemente exaltados como para, al menos, intentarlo. Marcharon rumbo a la ciudad después de la reunión, pero el líder consideró los pro y los contra antes de llegar, y determinó que, en efecto, no sería posible tomarla. Dio media vuelta y enfiló la marcha hacia la Sierra de Naguas.
Por el camino se encontraron con el poblado de Yara – una localidad bayamesa también conocida por ser el sitio, más o menos consensuado por los investigadores, donde murió en la hoguera el cacique quisqueyano Hatuey en 1512 – escenario en el que se produjo el primer enfrentamiento entre este embrión de las tropas mambisas y las fuerzas españolas. Yara entonces, lejos de haber sido la sede del primer manifiesto patriótico independentista, fue el lugar preciso donde aconteció la primera derrota de los insurrectos.
La equivocación histórica y el error geográfico tuvieron por causa la lógica lentitud en las comunicaciones isleñas del siglo XIX. El enfrentamiento de Yara fue la primera notificación de la rebelión que tuvieron las autoridades coloniales y los periódicos de La Habana y Madrid, así que, por carambola, quedó situado en el imaginario popular como el sitio en que Carlos Manuel de Céspedes dio su famoso grito y agitó las campanadas anunciando el estallido de la guerra.
Aunque por cronología histórica resulte absurdo, no puedo dejar de pensar en las ironías del destino, cuando un siglo después quedó establecido, casi de manera institucional, la costumbre gubernamental de convertir los reveses en victorias. El enfrentamiento de Yara parece ser pues, la primera ocasión que, dentro de las luchas revolucionarias de Cuba, una penosa derrota pasó a ser, casi por arte de magia, el lanzamiento, mítico y triunfal, de una gesta gloriosa.