LA HABANA, Cuba.- El periódico oficialista Granma, en su novedosa sección de Pensamiento, publica en la edición del 5 de octubre un artículo del ensayista Enrique Ubieta titulado “Un almendrón, ¿dos banderas?”
El señor Ubieta viajaba en un almendrón (taxi particular) por las calles habaneras y contempló con desagrado la manera en que el taxista “maniobraba” para burlar el tope de precios impuesto por las autoridades a ese tipo de trabajo por cuenta propia. Mas, otro detalle acabó por irritar al ensayista: encima de la pizarra del vehículo había dos banderas, una cubana y otra estadounidense.
De inmediato Ubieta arribó a la conclusión de que el taxista era una persona inescrupulosa que explotaba al pueblo trabajador con sus tarifas elevadas, y que semejante desvarío era complementado con su admiración al american way of life, representado por la presencia en su carro de la bandera norteamericana.
A renglón seguido, y enarbolando un reduccionismo histórico que solo toma en cuenta los momentos de desencuentro entre ambas naciones, el articulista apunta que “Esas banderas simbolizan también dos concepciones de vida en pugna: la que prioriza el tener y la que prioriza el ser”. Por supuesto que Ubieta ubica, con innegable ánimo despectivo, a la bandera de las barras y las estrellas en la primera de sus clasificaciones.
Sin embargo, el señor Ubieta olvida que nuestra enseña nacional nació en el contexto de la admiración que una parte importante de la sociedad colonial cubana sentía hacia la nación norteamericana. Fue enarbolada por vez primera en 1850 en la ciudad de Cárdenas por el general Narciso López, un hombre que propugnaba la anexión de Cuba a Estados Unidos.
Años más tarde, durante la constitución en la localidad de Guáimaro del Gobierno de la República en Armas, nuestros mambises reafirmaron la fascinación que experimentaban por la patria de Lincoln. No solo declararon que la bandera cubana debía ser la enarbolada por Narciso López, sino que hasta llegaron a solicitar oficialmente la anexión de Cuba al vecino norteño.
¿Y cuál era el motivo de ese deslumbramiento? Al margen de intereses económicos, o aspiraciones de los esclavistas criollos, era evidente que buena parte de los cubanos de la época anhelaban un gobierno de corte republicano que garantizara las libertades ciudadanas, al estilo de lo que acontecía en Estados Unidos.
Y volvamos al taxi. El señor Ubieta pudo pensar que la presencia en el vehículo de la bandera norteamericana se debía al júbilo del chofer por el acercamiento que ha habido últimamente entre los dos países. Pero no, el ensayista prefiere mantener el espíritu de la Guerra Fría al expresar que esa presencia reivindica “la imagen seductora y neocolonizadora” del país norteño.
Al parecer, este artículo de Granma se enmarca en la contraofensiva lanzada por los elementos de línea dura de la nomenclatura raulista, que intentan contrarrestar la influencia dejada por la visita del presidente Barack Obama.
Antes de concluir, una observación sobre esa recurrencia del señor Ubieta —la emplea en casi todos sus escritos— de clasificar a Cuba como la sociedad del ser, y a Estados Unidos como la del tener. Díganle a un jubilado cubano, que percibe como pensión ocho dólares mensuales, que vaya a una shopping, lleno de medallas y diplomas que confirmen su Ser, y que trate de obtener una botella de aceite comestible sin Tener los dos dólares que cuesta ese producto.
De seguro saldrá con una patada en el trasero. ¡Por favor, señor Ubieta!