GUANTÁNAMO, Cuba.- Muy pocas veces sigo los debates de la Asamblea Nacional del Poder Popular (ANPP) por la televisión. Prefiero hacerlo por la prensa plana porque los diputados cubanos tienen la capacidad de transmutar lo que debe ser un ameno debate en algo sumamente tedioso.
Muchos pretenden convertir a la ANPP en una barricada. No olvidemos que el oportunismo político aquí sigue “apululu” —como diría el personaje humórístico del programa de TV de Pánfilo—, tanto, que a no pocos diputados, cuando toman el micrófono, les pasa lo mismo que a ciertos corresponsales televisivos, que aunque pasen diez o quince minutos frente a las cámaras hablando cáscara de piña les cuesta muchísimo despedirse del encuadre.
Al parecer ese tipo de gente piensa que el que está del otro lado de la pantalla es otro “militonto” y va a creer en lo que dice porque es diputado. No es su culpa, ellos son el más acabado producto vulgar de un sistema que les enseña que no importa que no conjuguen bien los verbos, que hablen gritando, que no tengan cultura o desconozcan la ley y hasta nuestra historia, pues lo importante es la fidelidad. Y a esta gente les agrada mucho confesar esa fidelidad ante los amos. Un ejemplo de lo que afirmo fue la intervención de Alexander Jiménez en el reciente congreso de la Unión de Periodistas de Cuba (UPEC), aunque en este caso no se trata de un individuo como los identificados precedentemente, pero idéntico en cuanto a su servilismo.
En la misma cuerda de Jiménez danzan Mariela Castro y Miguel Barnet, aunque imagino que este dance mucho mejor que Mariela por las mañas que proporciona su edad. La primera dijo: “Todos los derechos para todas las personas”. La aplaudo siempre y cuando no se trate de otra frase bonita, como aquélla de su tío de que “revolución es no mentir jamás”; el segundo declaró: “En el socialismo no cabe ningún tipo de discriminación a los seres humanos”. Al decirlo ninguno se ruborizó, porque en esa ANPP el cinismo está tan arraigado como el oportunismo.
Me pregunto: Si Mariela Castro Espín y Miguel Barnet son tan demócratas, ¿por qué no pidieron que en el anteproyecto quedara establecida claramente la punibilidad de la discriminación política? ¿Cómo un Estado se puede declarar democrático excluyendo a parte de su gente del ejercicio de elementales derechos civiles y políticos? ¿Cómo un Estado que se dice democrático va a consignar en una Constitución que el papel de un partido al frente de la sociedad no va a ser sometido a la valoración del pueblo?
Si algo tengo claro es que los dos saben muy bien que los homosexuales en Cuba no son los únicos discriminados jurídicamente y que si todas las personas debemos tener los mismos derechos queda mucho por introducir en el anteproyecto, por ejemplo: que los cubanos residentes en el extranjero puedan votar y tener derecho a la herencia, que no tengan que realizar tantos trámites burocráticos para entrar a su país y que puedan hacerlo aunque no compartan la ideología impuesta por la dictadura; que los cubanos que no comparten el modelo de “socialismo de partido único” —una aberración política de la cual Marx jamás habló— puedan legalizar sus partidos políticos, sus movimientos, salir a la calle e interactuar libremente con el pueblo sin ser reprimidos; que esos cubanos no sean detenidos arbitraria e ilegalmente, ni acusados sin haber cometido delito alguno, ni ser despojados de sus bienes por la Seguridad del Estado. Pero sobre todo, que la nueva Constitución cree una estructura verdaderamente garantista de los derechos en ella expuestos, habida cuenta de que la Fiscalía General de la República se ha convertido en un apéndice de la Seguridad del Estado.
Que nadie se llame a engaño. Esas frases de puro marketing político sólo han sido dirigidas a los esfínteres y clítoris oprimidos siempre y cuando sean revolucionarios. De ahí no pasan.
Creo justo que los homosexuales sean respetados y que si desean unirse lo hagan. El meollo del asunto no es ése sino las consecuencias jurídicas en cuanto al derecho de adopción inherente al matrimonio, algo que gran parte del pueblo no acepta pueda ser ejercido por personas de esta opción sexual.
Tan acostumbrados a como están a imponerlo todo por la fuerza los castristas olvidan que un asunto como este necesita —mucho más que de una regulación jurídica— de aceptación común, y que esta pasa por el precedente de la práctica de la tolerancia como una norma de conducta en cada hogar y espacio social, para que los ciudadanos aprendan —y aprehendan— como normal, el respeto a las diferencias y a la dignidad implícita en cada ser humano, independientemente de su raza, color de la piel, sexo o preferencia sexual, creencias religiosas e ideas políticas. Cuba está a miles de galaxias de eso.
Quizás este polémico tema se convierta en el motivo por el cual muchísimos cubanos votarán en contra del proyecto de Constitución que se nos va a imponer, porque ya sabemos que la farsa está bien montada y que el documento va a ser aprobado “a como sea”.
Cuando eso ocurra, quizás también Mariela Castro y Miguel Barnet intervengan en el período de sesiones donde se promulgará la nueva Constitución, y con el mismo cinismo con el que dijeron las lindas frases a las que me referí, aseguren que fue un proceso absolutamente democrático, aunque los resultados reales de la votación sólo serán conocido por unos cuantos testaferros y sus mayimbes.