MIAMI, Estados Unidos.- El discurso con el que Donald Trump inauguró su entrada a la Casa Blanca era esperado con gran expectación. Aunque se presumía el enfoque, para muchos era imprescindible constatar que las promesas del candidato no sufrirían mayores variaciones una vez llegado el momento de su entronización presidencial. En realidad Trump no defraudó ni a sus seguidores ni a los que adelantaban que el nuevo mandatario se mantendría en la línea que proyectó durante una campaña tan ardua como polémica.
Donald Trump aseveró que su gobierno se caracterizaría por el empeño en hacer de Estados Unidos una nación nuevamente grande. Un proyecto que se realizará gracias al aumento de trabajos devueltos desde el extranjero, una educación de calidad y la seguridad interna garantizada con fronteras bien compactas. Todo hecho con manos americanas para el bienestar americano, con un claro objetivo: dejar de enriquecer y defender terrenos ajenos al costo de la economía y el trabajo norteamericanos. Promesas por cumplir, cuya implementación será cuando menos problemática, que recibieron el entusiasta espaldarazo de una multitud no menos optimista.
América primero queda como divisa distintiva del período presidencial de Trump. La frase, repetida en varias ocasiones del discurso, fue acogida por sus simpatizantes que la coreaban. Beneficios primero para los americanos. Impuestos, emigración, salud, educación, trabajo… todo en función de que los americanos sean los primeros y mayores favorecidos. América para los americanos en una readaptación del famoso eslogan enarbolado por el presidente James Monroe en la doctrina que lleva su nombre. Aquella que tanto nos recordaron en las clases de historia de Cuba para mostrar la intensión imperial de la incipiente potencia. Interpretación discutible para algunos estudiosos que ponen el énfasis en la visión americanista en busca de eliminar la presencia colonialista europea en esta parte del mundo.
Pero a diferencia de aquel llamado expansionista del siglo XIX, Trump enfoca su renovado llamado de grandeza y exclusividad americana en un atrincheramiento nacionalista en una época donde el planeta se ha convertido en una gran aldea global. A semejanza del viejo lema, la versión de Trump insiste en aplicar el gentilicio “americano” a los nacionales del territorio conformado por Estados Unidos de Norteamérica. Y aunque es cierto que la aplicación de América para referirse a la nación norteña no es única de Trump ni de los norteamericanos, se debe recordar siempre que esa designación describe por igual al inmenso territorio que va desde Alaska hasta la Patagonia y que tan americano es un esquimal del norte como el mapuche que vive en el extremo sur de Chile, convecinos de un continente único que ha sido dividido en zonas hemisféricas por consideraciones geográficas.
El acusado tono populista que imprimió el orador a sus palabras sirvió prontamente para las comparaciones, algunas más acertadas que otras, pero todas justificadas bajo el contexto que Trump describió ante millones de participantes en el acto de juramentación. Dedicó el momento histórico de su asunción presidencial a los olvidados del país, a los que dijo devolvería el poder. Ellos serán los encargados de que las leyes sean nuevamente hechas por y para el pueblo. La fórmula fue recibida con enérgicos aplausos por un nutrido auditorio, aunque menos compacto al que testimoniara la toma de Obama en el 2009. A diferencia de aquella, la congregación reunida frente al National Mall el pasado 20 de enero resaltó por una apreciable ausencia de variedad en los rasgos étnicos y raciales entre la concurrencia. Apenas las cámaras lograron destacar la imagen de un indio con un llamativo turbante y la de dos personas de origen chino, perdidas en una muchedumbre con baja presencia de negros y latinos de tez trigueña.
Las palabras proteccionistas de Trump y la constante alusión a los “olvidados”, “los desarraigados y los humillados de Norteamérica iban dirigidas al sector menos favorecido por las decisiones económicas tomadas en estos años de crisis. Se refería el magnate a los obreros fabriles, mineros, granjeros y una clase media disminuida hasta casi la desaparición. Es la llamada América profunda de gente sencilla, en muchas ocasiones ignorantes de la realidad cambiante que existe más allá de la aislada inmensidad donde viven. En ese cuadro trazado por Trump algunos han encontrado similitudes con el desgarramiento de la mítica Evita Perón hacia sus descamisados. No ha sido la única figura utilizada para ilustrar las posturas de Trump, equiparado con el delirio nacionalista de Adolf Hitler, la soberbia chavista ante cualquier gesto discrepante y las ínfulas de superpotencia esgrimidas por el presidente ruso Vladimir Putin.
No faltó el tema internacional en el breve discurso de Trump. Siempre bajo el presupuesto de la primacía de intereses americanos sobre los foráneos, el mandatario asegura que no va a imponer leyes y visiones a nadie. Quiere tener las mejores relaciones con todos y espera que cada cual imponga sus propias leyes en casa propia, decidiendo sus mejores intereses a defender. La misión de Estados Unidos bajo su presidencia será brillar como ejemplo que cada cual decidirá si debe seguir. La lucha contra el terrorismo queda como factor principal a tener en cuenta en virtud de futuras alianzas. De la lealtad mostrada en ese asunto habrá de esperarse la actitud recíproca por parte de Washington.
Y mientras millones de manifestantes en Estados Unidos se pronunciaban contra lo que afirman es una peligrosa cruzada contra los derechos de las mujeres o la libertad de expresión que identifica la cultura democrática estadounidense, en otras regiones se verifican contrastantes manifestaciones de apoyo y esperanza depositada en el nuevo inquilino de la Casa Blanca. En Caracas Nicolás Maduro lanzaba duras críticas al saliente Obama, afirmando la existencia de una campaña de deslegitimizado contra el flamante presidente republicano. Casi lo mismo repite un Evo Morales conciliador. Y en Moscú celebran con fiestas a lo grande, con pancartas gigantescas de felicitación y la emisión de una moneda conmemorativa que unos obreros metalúrgicos rusos dedicaron al presidente norteamericano con la divisa impresa “En Trump confío.”
Algunas voces piden prudencia y espera paciente. En ese sentido se expresa el papa Francisco. Otras ofrecen una perspectiva más optimista, como la del empresario español Ferrán Fontil, socio del magnate devenido en presidente 45 de Estados Unidos. Según Ferrán todas estas algarabías destapadas tras los dichos de Trump son infundadas. Aclara el empresario que este es realmente una persona atípica, capaz de negociar con su peor enemigo. Afirma Ferrán que el millonario aprieta pero no ahoga. Golpea fuerte para generar tensiones en una estrategia negociadora donde siempre busca lograr obtener ventajas.
Pero mientras se van perfilando las verdaderas intenciones de Donald Trump, sobre aquello que podrá o no poner en marcha en su anunciada política proteccionista, por el momento hay dos acciones preocupantes que merecen ser destacas. La primera en mi opinión es su manera de relacionarse con los medios de comunicación a los que calificó como el sector más deshonesto del mundo. El segundo, si finalmente no se confirma su temporalidad, está relacionado con el cierre de la página web en español de la Casa Blanca. Un gesto que de ser postergado mostraría una faceta aún no desvelada por entero en el rostro de la nueva administración y que habla de su poco aprecio hacia una de las minorías más importantes de Estados Unidos, compuesta por más de 50 millones de integrantes y que se espera en el 2050 haga de esta nación la primera a nivel mundial en cuanto al número de hispano hablantes.