LA HABANA, Cuba. -El asesor del mandatario cubano, Abel Prieto ha abogado recientemente por la creación de un socialismo digital.
Sería interesante conocer los entresijos de ese híbrido que el ex ministro de cultura sacó bajo la manga y expuso ante los más de 200 delegados de 34 países que participaron en la Conferencia Internacional sobre “Nuevos Escenarios de la Comunicación Política en el Ámbito Digital”, celebrada en el Palacio de las Convenciones de La Habana.
Al margen del embrollo semántico de la propuesta, se sabe que uno de los objetivos es la estabulación de los cibernautas para minimizar las herejías. El ciberespacio, según el consejero en jefe, debe ser para la difusión de las ideas progresistas y el reforzamiento de “una conciencia crítica colectiva”.
Aunque matizó su ortodoxia con algunas alusiones incluyentes y hasta cierto punto liberalizadoras, estuvo lejos de la posibilidad de convencer a los cubanos que siguen mirando las laptops y los teléfonos inteligentes con cara de terneros degollados. Pese a los tejemanejes retóricos con el fin de disfrazar sus fundamentalismos, el señor Prieto dejó una impronta de malos augurios.
Todavía se recuerda su liderazgo en las tentativas de linchamiento que tuvieron lugar en la capital panameña durante la celebración de la VII Cumbre de las Américas. Su defensa a ultranza de las palizas y agresiones verbales contra los grupos de la sociedad civil independiente en la cita regional, evidenciaron la pasión que siente por el uso desmedido de la fuerza frente adversarios ideológicos que solo fueron a exponer sus puntos de vista sin violar las reglas establecidas.
Con tales antecedentes y otros no menos vergonzosos que tuvieron lugar durante su desempeño al frente del Ministerio de Cultura, queda probada su fidelidad a la élite de poder que lo aupó y a la que defenderá sin apocamientos como lo ha demostrado. Que restrinja el uso guayaberas o trajes y mantenga el cabello sobre los hombros, en contraposición a la imagen que proyectan los funcionarios de alto nivel, no indica nada fuera de lo común. En sus comienzos por los ámbitos de la política llegó a confundir con esa imagen transgresora, pero el tiempo se encargó de develar su naturaleza de comisario.
Sus palabras a favor de la creación de una sociedad “más dinámica, eficiente, participativa y justa” a partir del empleo de las nuevas tecnologías de la comunicación, hay que verlas como el entramado de una operación cuyos verdaderos presupuestos están en el reacomodo del modelo a la era digital sin que se menoscaben los controles. Quizás sea una de las últimas tareas a llevar a cabo en la lista de las actualizaciones que el presidente baraja con el propósito de desarrollar la economía.
No sería desacertado pensar que Abel sea quien le advierta, de vez cuando, sobre la necesidad de un alargamiento de las pausas. El socialismo digital tiene que marchar al ritmo que permiten las poleas de la continuidad, no vaya a ser que termine descarrilándose.
Por eso Raúl Castro maneja con prudencia y Abel lleva un farol de repuesto junto al equipo que transmite en estéreo sus recomendaciones.