LAS TUNAS, Cuba.- Quejándonos unos por el concubinato entre la Unión Europea y el castrismo, y lamentando otros la conclusión del amorío Castro-Obama, los cubanos entramos en 2018 al modo de siempre: soslayando nuestras flaquezas y cargando de culpas el macuto del prójimo, a decir de un babalawo, “sin sombras.”
Sombras, en el sentido de alter ego, otro yo, alma propia.
Asisten razones históricas al sacerdote yoruba. Su porqué se funda en esos narcisismos cubanos a la hora de fundar el alma mayor: el de la nación toda.
Ya lo dijo Máximo Gómez: “Los cubanos cuando no llegan se pasan”. Claro, José Martí también un día debió decir a Gómez: “Un pueblo no se funda, General, como se manda un campamento”.
No voy a teorizar. Ni falta que hace. El próximo 10 de octubre se cumplen 150 años del inicio de la Guerra Grande; grande, por prolongada, 1868-1878.
Independencia mediada comenzaríamos a tener 20 años después de concluida esa contienda contra el colonialismo, aunque no entre nosotros mismos.
Bajo una ceiba en el camino de San Juan, el general español José del Toral rindió Santiago de Cuba al vicealmirante Sampson y el general Shafter el 17 de julio de 1898. Y, por supuesto: no había sombras de Maceo ni de Martí en el Ejército Mambí que, por “incivilizado” según el mando estadounidense, no debía entrar en Santiago de Cuba.
“Lo quiero menos de lo que lo quería”, había dicho Maceo a Martí en el ingenio La Mejorana, pocos días antes del Apóstol caer baleado en Dos Ríos. Cinco días antes de morir, Martí había anotado en su Diario: “Escribo mal y poco porque estoy pensando con zozobra y amargura”.
Son apuntes de nuestros próceres. La historia republicana, y particularmente la de los últimos 60 años, la de Fulgencio Batista, el robo de la democracia y el traspaso de la dictadura a Fidel Castro, son hechos criminales públicos y notorios, conexos hasta en las sucesiones por venir, donde, salvo honrosas excepciones, todos los cubanos somos por acción u omisión autores y cómplices.
“En la vida de un pueblo, el momento crucial es aquel en que el pueblo deja que el poder vaya a parar a manos de criminales”, dijo Willy Brandt. Es nuestro caso, ¿no?
“Palabras sacan palabras”, decía mi padre, y como implicaría torrentes de voces, no siempre afectuosas, decirnos los cubanos de dónde venimos, (de nuestras incongruencias, digo yo), y a dónde vamos de proseguir a la deriva con nuestro tribalismo (a permanecer en la diáspora unos y otros uncidos al yugo de la dictadura, pienso), propongo al lector, un pasaje del capítulo “El Padre de la Patria y otras versiones menos patriotas de los patricios”, de la novela Bucaneros, más, para labrar la tierra de promisión, que es donde nacimos, que para encontrar imágenes en esta suerte de espejo que dice:
“Y los más de once millones de habitantes de la Isla del Aplauso, arrodillados en el lodo de sus cenizas mezcladas con sus lágrimas, prorrumpieron en un aplauso ensordecedor (luego del discurso del Máximo Líder).
“El eco del palmoteo ovejuno retumbó en la Calle Ocho de Miami, rompiendo la cristalería del restaurante Versalles, en el instante en que los casi dos millones de isleños de la diáspora, esparcidos por las tierras de Caballo Loco, Toro Sentado, Gerónimo y tantos otros guerreros, comenzaban la cena por el Día de Acción de Gracias, y el Presidente de la Unión Americana, el Presidente de Rusia, el Rey de España y el Presidente del Parlamento Europeo, tomados de las manos, decían dulcemente (refiriéndose a Cuba), a Dios gracias. Amén”.
Bien. Podemos olvidarnos de Raúl Castro, Barack Obama y Donald Trump, de Vladimir Putin y de Felipe VI de España, y por supuesto, bien podemos olvidarnos de la señora Federica Mogherini y todas las incongruencias dichas por ella de la realidad cubana.
No podemos olvidar nuestros desencuentros para no reiterarlos; se demostró en la primera semana de 2018: uniéndose pronta y espontáneamente, un grupo de vecinos de un humildísimo barrio de La Habana enfrentaron a la policía castrista y evitaron un arresto arbitrario.
“Una rebelión puede llevarse a cabo por un 2% de activistas y un 98% de simpatizantes pasivos”, dijo T. E. Lawrence.
“El hombre que no arriesga nada por sus ideas, o no valen nada sus ideas, o no vale nada el hombre”, decía Platón.
Es, a decir del babalawo, “tener sombra”.