LAS TUNAS, Cuba. — Olvidando que los jefes de Estado y Gobierno reunidos en la Tercera Cumbre de las Américas —celebrada del 20 al 22 de abril de 2001 en Quebec, Canadá— adoptaron una cláusula que establece: “cualquier alteración o ruptura inconstitucional del orden democrático en un Estado del Hemisferio constituye un obstáculo insuperable para la participación del gobierno de dicho Estado en el proceso de Cumbres de las Américas”.
Hoy, yendo contra los propios actos rubricado por su país, el presidente de México, Andrés Manuel López Obrador (AMLO), se ha convertido en defensor de las dictaduras de Cuba, Nicaragua y Venezuela frente a Estados Unidos, el país anfitrión de la venidera Cumbre, que, al negar la asistencia de los gobernantes de esos países, sólo ha actuado conforme a la cláusula de Quebec.
Sirva el litigio de AMLO para despejar un mito que, aunque ya ha sido perfectamente documentado por investigadores estadounidenses desde el punto de vista académico, periodísticamente no ha recibido la publicidad merecida por interés público, contribuyendo ese silencio al mantenimiento de una vieja apología, la alabanza de que, por autodeterminación, México no rompió relaciones con Cuba cuando así lo hicieron todos los países integrantes de la Organización de los Estados Americanos (OEA), los que impusieron sanciones colectivas, diplomáticas y económicas al régimen del entonces primer ministro Fidel Castro.
Si bien Cuba ya había sido excluida de la OEA el 22 de enero de 1962, no fue hasta el 26 de julio de 1964 cuando, en respuesta al descubrimiento de un alijo de armas rastreadas hasta la isla en diciembre de 1963 y ante una queja formal presentada por Venezuela, la OEA votó 15-4 a favor de terminar las relaciones diplomáticas y comerciales con el régimen de Castro.
Chile, Uruguay, Bolivia y México votaron en contra de la resolución de la OEA, pero sólo México se negó a acatar el rompimiento de relaciones con Cuba, por lo que el gobierno mexicano fue alegremente ensalzado por el castrismo por “resistir” las “presiones” y el “chantaje” del “imperialismo yanqui” en su afán de “aislar a Cuba”.
Pero todo fue una puesta en escena que Maquiavelo hubiera aplaudido. Y si maquiavelismo es sinónimo de hipocresía, la postura del gobierno mexicano no pudo ser más maquiavélica. Resulta que antes de la votación de la OEA, y según han documentado académicos estadounidenses, Estados Unidos, Brasil y México acordaron la conveniencia de mantener una embajada latinoamericana en La Habana, por lo que un país de la OEA, en este caso México, debía mantener relaciones con Cuba.
El acuerdo fue tan secretamente operativo que ni el mismísimo presidente de los Estados Unidos lo conocía. Fue preciso que el entonces secretario de Estado, Dean Rusk, previniera al presidente Lyndon B. Johnson para que, en su primer encuentro con el presidente electo Díaz Ordaz, no protestara ante la decisión de México de mantener relaciones con Cuba cuando toda Latinoamérica había roto los vínculos diplomáticos con el régimen de La Habana.
Ahora, en lugar de adoptar una falsa rebeldía y en nombre de una justicia social que no es tal aupar a una dictadura, AMLO debía servir a la democracia, pero no de forma secreta, como lo hicieron sus coterráneos el presidente López Mateos y sus sucesores, sino abiertamente, reconociendo que estaba equivocado al negar que en Cuba existe una dictadura. Y en lugar de litigar en favor del todopoderoso Partido Comunista y sus generales, defender a los humildes. La Cumbre de las Américas es una buena tribuna. Vaya, AMLO, y diga, pero apártese del cinismo.
ARTÍCULO DE OPINIÓN
Las opiniones expresadas en este artículo son de exclusiva responsabilidad de quien las emite y no necesariamente representan la opinión de CubaNet.
Recibe la información de CubaNet en tu celular a través de WhatsApp. Envíanos un mensaje con la palabra “CUBA” al teléfono +1 (786) 316-2072, también puedes suscribirte a nuestro boletín electrónico dando click aquí.