LA HABANA, Cuba. – Circula de mano en mano el cortometraje cubano Crematorio, en fin… el mal (2013), del cineasta cubano Juan Carlos Cremata. Otra versión de la Muerte-del-Viejo-Comunista-Odioso. Una especie de, digamos, segunda wikitemporada de Video de familia (Humberto Padrón, 2001). Una convulsión de 32 minutos que quiere hacer reír.
Lo primero que aparece en pantalla es la dedicatoria: “A la memoria de Daniel Díaz Torres (1948-2013)”, director de filmes como Alicia en el pueblo de las maravillas, Kleines Tropikana y Hacerse el sueco.
Luego leemos una cita bíblica: “Oiréis, pero no entenderéis; miraréis, pero no veréis. Porque el corazón de este pueblo se ha embotado”.
A continuación vemos unos créditos que anuncian al Instituto Cubano de Arte e Industria Cinematográficos (ICAIC) como coproductor y las letras se derrumban solas. Moraleja: seguimos documentando el Gran Derrumbe.
Y se nos advierte, por supuesto, que lo que veremos está “basado en hechos reales”, porque el cine cubano parece presumir de que somos muy fantásticos pero seguimos siendo verdaderos, o de que no nos hace falta la imaginación. Algo así.
En fin, ha muerto el-Viejo-Hijo-de-P… Este es el velorio, el Supremo Esperpento, y acuden todos los lugares comunes, que son pocos, todos nuestros males, que el cine cubano cuenta con los dedos de una mano y todos son bailables.
Vienen las burlas chirriantes de la imaginería espectacular política, desde las tribunas pioneriles hasta el Che y el Fidel Momia de la Banderita. Hay muchos insultos al muerto y hasta una referencia a “la trabazón en los cielos”.
Un ejemplo perfecto de lo que muchos cineastas actuales creen que necesita el público cubano. Muchísimos espectadores deben estar de acuerdo con eso. Nos reímos del viejo dictador, de la muerte y hasta de nosotros mismos. Somos tremendos.
Cremata parece querer decir que eso es lo que somos los cubanos, que debemos reconocernos en esa imagen que él nos da.
Este humor
Hace unos años, este director había declarado en una entrevista que, entre sus varios proyectos cinematográficos, se encontraba uno compuesto por tres cortos escritos en colaboración con tres jóvenes escritores, Carlos Lechuga, Eduardo Eimil y Carlos Ramos: “Algo más personal, en que nos atrevemos a hablar con un lenguaje diferente y hasta un poco más contemporáneo, digamos un poco más experimental”.
La película se llamaría Mar(l) de muchos consuelo de tontos, y estaría compuesta por En fin… el mal, Más allá del bien y del… mar y En el mal… la vida es más sabrosa. Aunque ya el ICAIC exhibió en una ocasión los dos primeros cortos, ignoro si el tercero se llevó a cabo.
Recordemos que al final del largometraje Nada, de este director, mientras el personaje Carla se dirige al aeropuerto se escucha en off la carta que le escribe su amigo cartero, donde dice: “si todo el mundo se va Nadie cambia Nunca Nada”.
Crematorio, por su parte, parece reducirlo todo a que, en conclusión, el anciano dictador cabeciduro lo único que ha dejado es basura en Cuba y basura en Miami, que da lo mismo que uno se haya ido o se haya quedado.
El corto termina con el personaje al que llaman “monga” revelándose como la única “humana”, la universitaria (“escribo en computadora aunque no tenga internet”). ¿Es esto un intento de final “aceptable” u otra broma excesiva y grotesca en un filme que persigue lo supergrotesco?
Hay que tener en cuenta que no nos hallamos ante una obra de arte demoníaco en ningún sentido, sino solo ante un ejemplo de humor negro cubano estridente: un crematorio donde se quiere poner a arder la realidad, donde hay un gran chisporreteo verbal y visual, una buena dirección de actores y un guion logrado a pesar de su abuso de eso que llamamos habla “popular”.
Con los créditos finales surge la voz de Tito Gómez cantando “Voy a ser feliz a pesar de ti y a pesar de mí, voy a ser feliz para demostrar que aún estoy aquí… Porque salió el sol y a esta realidad le tocó su fin. No lo dudes más, todo terminó, se acabó el sentir, se murió el amor. Y a pesar de ti y a pesar de mí, voy a ser feliz”.
Por último, como toda película cubana que se respete, los realizadores se deshacen literalmente en agradecimientos.
Este director
Juan Carlos Cremata ha demostrado su compromiso teatral llevando varias piezas de las tablas a la gran pantalla y ha realizado filmes de ficción y documentales como Diana (1988), Oscuros rinocerontes enjaulados (1990), La Época, El Encanto y Fin de Siglo (1999), Nada (2001), Viva Cuba (2005), El premio flaco (2009), Chamaco (2010) y, recientemente, Contigo pan y cebolla.
La beca Guggenheim obtenida anteriormente por el director lo ayudó sin dudas a culminar esta producción, que, por otra parte resulta muy minimalista. Haber vivido más de un año en Nueva York y viajar por Estados Unidos, fue, en palabras del cineasta, como convertirse en otra persona y completar, vivencialmente, “al artista que venía forjando en mí. Allí volví a nacer y me sentí todavía mucho más cubano”.
Por cierto, Cremata confiesa que, precisamente allí, aprendió a conocer mejor su propia cultura, además de que reafirmó su voluntad de regresar a su país y “hacer por nuestra cultura desde aquí”. Ese regreso, asegura, fue el inicio de su verdadera vocación de creador. “¡Tengo tanto por hacer!”
La verdad es que Cremata —aun cuando por momentos parezca un poco extraño y estridente el resultado de su búsqueda— no pierde impulso, ni siquiera cuando ha tenido que sufrir en su obra, o sea, en carne propia, la brutalidad de la censura.
Según dice él mismo, “todos los pasos que doy están encaminados a cumplir mi su sueño más ambicioso: la adaptación al cine de la genial novela de Carlos Montenegro Hombres sin mujer”. Si ese gran sueño deviene una buena obra cinematográfica, todos saldremos ganando.
Ojalá, al final, Crematorio quedara como una obra lograda pero menor en el catálogo de este notable realizador. No está mal el humor con los detritus; está bien que seamos tremendos y que estemos basados en hechos reales, pero este corto debiera ser el punto para un salto mayor, más allá de las obsesiones cubistas o cubanistas.
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