LA HABANA, Cuba.- La Conceptualización del Modelo Económico y Social Cubano de Desarrollo Socialista le concede cierto espacio a las relaciones de mercado en la economía, tomando en cuenta la existencia de diferentes actores de propiedad y gestión.
Pero nadie piense que tal condición ha sido un regalo de las autoridades de la isla. La propia realidad se ha encargado de imponer la presencia de los trabajadores por cuenta propia, los cooperativistas, los usufructuarios de tierras, y los arrendatarios de locales estatales, entre otros actores que vienen a ocupar un lugar que el Estado pretendió infructuosamente abarcar por completo.
Y en los últimos tiempos hemos presenciado un incremento de algunos de esos espacios donde actúan esos diferentes actores de propiedad y gestión. Si bien es cierto que ha disminuido el número de cooperativas en el sector agropecuario, han aumentado los trabajadores por cuenta propia, los usufructuarios de tierras ociosas y las cooperativas no agropecuarias.
No obstante, la referida Conceptualización del Modelo Económico y Social, en su acápite 94, reafirma que los elementos del mercado interactuarán en un contexto donde la planificación permanecerá como la vía principal de dirección de la economía.
Entonces valdría la pena preguntarse que ¿con qué tipo de planificación se cuenta para neutralizar a los elementos del mercado? Para responder a la interrogante no vamos a acudir en esta oportunidad a las tantas voces que, distanciadas de la óptica gubernamental, insisten en la superioridad del mercado. Ahora veremos las consideraciones del señor Ariel Terrero, un economista que frecuenta los medios oficialistas.
En el artículo “De la planificación y otros apuros”, aparecido en la edición del periódico Granma del pasado 31 de marzo, el señor Terrero admite que “un largo expediente de incongruencias, papeleo, reservas ociosas y otros enredos acumula la planificación centralizada en Cuba”. Y añade que “las demoras para recibir los recursos programados hacen peligrar la producción planeada y agudizan la desconfianza en este método de dirección”.
A renglón seguido apunta que “la confección de los planes económicos adquiere más sabor a fastidio burocrático que a ejercicio de creatividad. El corta y pega de datos de un año a otro suele sustituir el estudio de mercado, oportunidades, inversiones, riesgos, beneficios, nuevas metas y la calibración de los recursos necesarios”.
Y finaliza con la desavenencia habitual entre los niveles superiores e inferiores de la economía: “En una suerte de pugna tácita, los de abajo reportan capacidades productivas inferiores a las reales y necesidades sobredimensionadas, convencidos de que los de arriba les aprobarán recursos menores a los solicitados y les exigirán resultados más altos”.
Después de semejante radiografía acerca de las calamidades de la planificación centralizada, cualquiera podría esperar una renuncia a ese método de dirección. Sin embargo, eso sería pedirle demasiado al señor Terrero.
En el artículo citado, él celebra que “el país transite hacia un modelo que se aferra a la planificación socialista como vía principal de dirección de la economía, aunque ahora entregue gradualmente mayor autonomía a las empresas y los territorios”. Y en otra parte del escrito llama a exorcizar la rectoría de lo que califica como “el polémico mercado”.
Tamaña terquedad, que por supuesto representa la línea de pensamiento de la cúpula del poder, se constituye en uno de los factores que impiden el despegue económico del país.