LA HABANA, Cuba.- Ya no se escucha aquel clamor que nos advertía los deseos de tantos de ir a la ciudad de Bayamo montando en coche. Algunas apetencias cambian pronto, pero los deseos de viajar siguen latentes, aunque algunas veces permanezcan dormidos, disfrazados, hasta que algún día se da la gran oportunidad. Los viajes siempre están en nuestros imaginarios y los destinos son diversos, y dependen de muchas circunstancias.
Los cubanos andamos regados por las más diversas geografías; se nos puede ver en medio del hielo y bajo la peor calidez. Los cubanos estamos en países en los que se escribe con alfabeto cirílico, y también donde se habla inglés, francés, catalán… Hay cubanos en todas partes, lo mismo habitando algunas islas griegas que en el África más austral. Los cubanos viajamos, pero esos viajes no siempre están asociados al placer, y sí con las necesidades, con circunstancias adversas.
Los viajes siempre estuvieron presentes en los principios constitutivos de nuestra nación, pero ahora se han hecho más visibles, imprescindibles. Tan desesperados estamos por emprender cualquier periplo que somos capaces de suponer una suerte mucho más cercana, incluso en el territorio nacional. Y así sucedió en estos días en el que muchos contemplamos la posibilidad de conquistar la felicidad sin cruzar el cielo o el mar bravío. En estos días creímos que podíamos llegar a pie, literalmente caminando, a un gran destino, a Marianao.
Y hasta creímos que allí podría conseguirse la felicidad, con el único sacrificio de montarnos en un “almendrón” o en alguno de esos P que recorren la ciudad. El viaje tenía la apariencia de ser discreto, brevísimo, de solo unos minutos, que hasta podría hacerse en una bicicleta, en patines, y hasta caminando. La felicidad estaba cerca y podría conseguirse con una caminata, y sobre todo sin necesidad de pasaportes y visas, sin recorrer selvas y ríos bravísimos que suelen entorpecen ciertos caminos a Norteamérica. La felicidad estaba al doblar de la esquina, o al menos eso nos hicieron creer. La cosa estaba en Marianao.
La felicidad, la “abundancia”, podía conseguirse en un santiamén. La felicidad era un instante glorioso en Marianao, en aquel Marianao al que se llamó, en la república cierta, “la ciudad que progresa”, porque ciertamente prosperaba: en casinos, en casas de una belleza exuberante, en negocios de todo tipo, en industrias. En Marianao podías tropezarte con Gary Cooper, y con Marlon Brando tocando timbales. En sus calles podría bajarse de un coche Josephine Baker. Al próspero Marianao llegaba Errol Flynn, y Toña la Negra, y María Félix, y Agustín Lara, pero luego no volvieron cuando esos sitios de jolgorio fueron convertidos en círculos sociales y renombrados con los apelativos de falsos héroes.
Marianao, la polisémica y policultural, la de los timbales de Chori, desapareció para dar paso a un discurso de barricada y Patria o Muerte, y comenzaron a destruirse las plazas, y se desplomaron cines, y los mercados se hicieron viejos, se volvieron feos y desabastecidos. Así se esfumó el swing de Marianao, y comenzaron los simulacros de restauración, los simulacros de incendios en círculos infantiles, como el de aquel “Le Van Tam” en el convulso 1980.
Marianao dejó de prosperar y comenzó a empobrecer, y se colmó de fracasos, Y Errol no volvió, ni Toña, ni María, ni Agustín. Marianao comenzó a perecer, y ahora vive su senectud, aunque le maquillen un poquitín la cara para celebrar el asaltito a un cuartel santiaguero. Sin embargo, a Marianao le olvidaron maquillar las espaldas, las nalgas, esas posaderas tan útiles para las largas colas. Y Marianao está ahora de ferias, más bien de exhibiciones, más bien de ostentaciones.
En Marianao vendieron carne de cerdo a precios bajos, o menos inflados, y también otras menudencias que sirven para conseguir nuestros entusiasmos, nuestros aplausos y fidelidades. En Marianao vendieron lo que no hay en otros sitios, y todo para pagar esas euforias que precisa la celebración del asalto a un cuartel en Santiago y a otro en Bayamo, como si una venduta pudiera conseguir fidelidades y convertir lo injusto en justo.
Es politiquería esa componenda que diseñaron tan burdamente. Es una farsa la feria en Marianao, es una comedia descarada, es una desfachatez seducir a los hambrientos con un poco de comida, y todo para que luego aplaudan y sean dóciles, para que no armen rollos y despelotes, para que el 26J no se convierta en un 11J delante de una recua de invitados izquierdosos.
Aun así, muchos quisieran vivir hoy en Marianao, y el ingenio popular hace de las suyas, y hace advertencias: “queremos mudarnos a Marianao”, quizá porque la feria es pródiga donde lo pródigo es escaso. Marianao está pobre y arruinado; por eso le han untado una pizca de colorete. Hasta sus predios llevaron a la televisión, al canal capitalino, para mostrar las bondades de la feria, y toda la ciudad quiso viajar a Marianao a comprar, pero cuando llegamos reconocimos la treta, la exhibición había terminado y solo conseguimos mirar las espaldas traqueadas de la ciudad que retrocedía, y sus nalgas sucias. Cuando llegamos la televisión ya no estaba allí, se había esfumado, como el dinosaurio de Monterroso. Todo había sido una representación, una treta para que los marianenses fueran disciplinados, fieles, delante de la prensa y sus cámaras.
ARTÍCULO DE OPINIÓN
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