LA HABANA, Cuba. – Luego de los 16 minutos de una suite —llamarla medley sería una irreverencia imperdonable— de rock sinfónico que te dejaba sin aliento, la aguja parecía llegar al último surco del lado B del disco. Pero no. La irrupción de Her Majesty nos sorprendía. Un toque de ligereza, añadido por error pero que quedó más que bien, genial, luego de la verdad elemental e irrefutable de los versos de The End: “Al final, el amor que das es igual al amor que recibes”.
¡Vaya modo de terminar! Ojalá las rupturas entre amigos —si es que tienen que ocurrir, si es ineludible porque ya nos agotamos y tenemos que coger por otros caminos—, siempre tuvieran un final así. Pero, también en eso, en la separación, los Beatles fueron únicos.
Increíble cómo ha pasado el tiempo y cuánto ha cambiado el mundo, en muchas, demasiadas cosas, para peor: el Abbey Road ya tiene medio siglo.
Por estos días de agosto, hace 50 años, en 1969, McCartney, Lennon, Harrison y Ringo, daban los toques finales al disco que sabían sería el último del grupo y en el que trabajaron desde febrero, a saltos y encontronazos, tratando de poner a un lado sus diferencias.
La tarde del 8 de agosto escogieron la foto que se convertiría en la portada más conocida de la historia: la foto de John, Paul, George y Ringo caminando en fila sobre el paso de cebra de la calle londinense que daba nombre al famoso estudio de grabación: Abbey Road.
El día 20 de agosto, cuando terminaron la versión definitiva de I want you (She´s so heavy), fue la última vez que los cuatro músicos grabaron juntos.
El 25 de agosto se hizo el remezcla final de lo que sería el Abbey Road, que saldría a la venta en septiembre.
Abbey Road contiene éxitos como Something, Come together y Oh darling, pero se destaca, sobre todo, por la suite dividida en ocho partes hilvanadas magistralmente por McCartney, con el acompañamiento de una orquesta de 30 músicos dirigidos por George Martin que ocupa la mayor parte del lado B. Es el mejor lado B que se haya grabado alguna vez y donde los cuatro de Liverpool demostraron que, en momentos en que ya había Hendrix, Cream y Led Zeppelin, aún tenían mucho que aportar a la música rock.
Pero el álbum también se destaca, entre otras muchas cosas, por las armonías vocales a tres voces y sobregrabadas tres veces (¡qué coño The Beach Boys!) de Paul, John y George, cantando al amor, la naturaleza y la vida, sobre el majestuoso clavicémbalo tocado por George Martin en Because.
Abbey Road contiene la canción más corta de los Beatles, Her Majesty, de 23 segundos, y la más larga, I want you (She´s so heavy), de 7:47 minutos.
Aclaro que si he hablado de lado B y de la aguja sobre los surcos del disco es porque Abbey Road se debe oír en vinilo, no de otro modo, y siempre observando ciertos ritos. Como hace mi buen amigo Agustín Gordillo, que invariablemente, lo mismo en Alta Habana que en Miami Springs, lleva décadas escuchando el Abbey Road en cada cumpleaños suyo y el amanecer de cada primer día de enero.
Abbey Road es un disco muy especial. Para muchos (entre los que me incluyo) es el mejor álbum de los Beatles. Y parece que no andamos mal encaminados: también Lennon lo prefería al Sgt. Pepper´s.
En Cuba, donde levantaron la prohibición sobre la “nociva” música de los Beatles cuando el grupo estaba ya a punto de desintegrarse, tardamos en saber cuál disco fue el primero y cuál el último, si Abbey Road o Let it be. No sé cuántas veces discutí al respecto con Juanito Beltrán y Carlos Ubieta. Los tres éramos de los mayores fanáticos de los Beatles que había en La Víbora y sus alrededores, con todos los inconvenientes que ello, la WQAM y nuestras melenas acarreaban para nuestra muy maltrecha corrección ideológica.
El Abbey Road nos cayó en las manos sólo unos meses después de salir al mercado británico. En aquella época era mucho el tesón que poníamos para rastrear y que nos prestaran, vendieran o cambiaran, los discos que introducían en Cuba algunos de los pocos afortunados que viajaban al exterior.
Escuché el Abbey Road por primera vez, como todos los demás discos de los Beatles y con la misma devoción, en casa de los hermanos Guillermo y Carlos Ubieta, en la calle Delicias. Y fue el primer disco que grabé, a inicios de los años 70, con un rudimentario plug que inventó Carlos, en la primera grabadora de cassettes que tuve, una Sanyo de teclas que trajo de Damasco el entonces marido de mi hermana, un oficial del ejército que asesoró a los tanquistas sirios durante la Guerra del Yom Kippur.
Abbey Road es mi álbum preferido de todos los tiempos. Lo he escuchado en disímiles circunstancias, buenas y malas. Me trae recuerdos gratos y tristes. Probablemente sean más los últimos, pero no importa: a veces uno precisa, para que no se esfume definitivamente lo vivido, volver a saborear las tristezas.
Por suerte, Abbey Road contiene una de las canciones más optimistas que haya escuchado: Here comes the sun. La oigo una y otra vez cuando el invierno dura demasiado y parece que el mundo se cae a pedazos. Y nunca falla (gracias, Harrison) en levantarme el ánimo.
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