LA HABANA, Cuba.- Me sedujeron los tatuajes desde que era un niño. En esa temprana infancia miraba el cuerpo marcado con jubilosa curiosidad, con encantamiento; apasionado creí que el grabado de una piel era un atributo que probaba una esencia virtuosa y superior. Miré, en el cuerpo adornado con imágenes de colores, una distinción de supremacía irrefutable, hasta llegué a creer que alguna mañana, al levantarme, descubriría la ostentosa imagen de una marca de colores que me integraba a una privilegiada cofradía.
Todavía me atraen los tatuajes, y en mis libros de ficción sobresalen personajes que son distinguidos con esos atributos entintados. En “El paseante cándido” llegué al deleitoso delirio de describir el más escabroso ejercicio de tatuar y de ser tatuado. Todavía recuerdo la primera vez que miré una piel marcada con tintas de colores diversos; en medio del dibujo de un fuego sobresalía una fecha que, “a estas alturas”, no puedo precisar. Luego sabría que el ímpetu de aquella llamarada inscrita en la piel servía al tatuado para recordar la muerte de su madre, y para odiar al padre que la provocó después de conocer la infidelidad de su mujer.
Aunque era un niño no he olvidado aquel dibujo que se hizo trazar aquel joven en la cárcel donde lo recluyeron tras intentar la muerte de su padre. La imagen del fuego, dibujada clandestinamente en prisión, no podía presumir mucho de sus bondades, pero servía al marcado para no olvidar a su madre muerta, para perpetuar el puñal con el que intentó dar muerte al asesino. Aquel hombre pretendió hacer visibles sus experiencias de vida exponiéndolas en su propia piel para que no desaparecieran de su memoria, pero también, para que esas marcas visibles se fijaran en la memoria de los otros.
Sin dudas el tatuaje no es solo una manera de adornar el cuerpo para conseguir diferenciarlo del resto; el tatuaje es también una manera de cifrar, de hacer pública, la existencia de esa mente que rige al cuerpo, pero también sus avatares. Tatuar es mucho más que endurecer y definir músculos, que ataviar el cuerpo con prendas o teñir el cabello. Tatuar es singularizar ese primer reino del hombre, su templo. El tatuaje narra, en algún sentido, la vida del tatuado; sus ambiciones y añoranzas…
En Cuba, en cualquier lugar, esa práctica se vio correspondida con la cárcel, para luego traspasar esas fronteras, y en algo cambiaron las miradas. Desde hace unos años se hacen visibles; lo mismo en el brazo de un preso, que en la pierna de una estudiante universitaria o de la ejecutiva de un Banco, en el torso de un efebo. El tatuaje invadió la isla, y sus portadores los exhiben orgullosos, sabiendo que los acompañarán en la salud y la enfermedad.
El comunismo, siempre piedra en el camino, los despreció, y los repudia aún, aunque en los últimos años, con un crecimiento a partir de los años noventa, se volviera una práctica habitual, pero es común que un policía exija primero la identidad al hombre que hace visible su tatuaje que a quien no lo tiene, o que simplemente no lo exhibe porque decidió representarlo en algún sitio pudendo donde no se haga visible, a menos que se desnude, lo que puede resultar muy atractivo y exultante para algunos.
En Cuba los tribales son de común exhibición en los brazos de los “machos”, mientras las mujeres se deciden muchas veces por la flores o alguna otra representación, y no es tan difícil ver, incluso, una esvástica, aunque muchas veces su portador no reconozca el significado de esa cruz gamada y los muertos que pesan sobre ella. Esa práctica de marcar el cuerpo crece en la isla a una velocidad insospechada.
El tatuaje sigue siendo una práctica mal mirada por el discurso oficial, y la mayoría de sus hacedores no cuentan con permisos legales para ejercer tal profesión; pero si hay demanda ellos ejercerán su arte y llevarán un buen dinero a sus bolsillos, mucho más que cualquier empleado del gobierno, y además se empeñan con fuerza para que las autoridades los reconozcan como trabajadores por cuenta propia, e incluso añoran que en la UNEAC se cree una subsección, dentro de la asociación de artistas plásticos, para ellos que legitime su existencia y sus prácticas.
Los temas patrióticos también aparecen en esas representaciones desde hace mucho tiempo, y es muy común la reverencia a símbolos patrios que nada tienen que ver con esta isla. Son muchas las banderas norteamericanas que exhiben brazos y torsos de muchísimos jóvenes cubanos, y que en la mayoría de los casos pretenden significar sus deseos de habitar esa geografía, mientras escasean los símbolos patrios nacionales en el imaginario de los tatuados cubanos.
Sin dudas ya el tatuaje en Cuba no tiene los mismos significados. No son solo los hombres que viven o vivieron en presidio los que marcan sus cuerpos con tinta, no son siempre prostitutas las mujeres que lo prefieren, y en la marinería cubana de hoy no es una marca distintiva, tampoco en esas guerras ajenas en las que Cuba participó, porque a fin de cuentas no luchaban por la patria, porque no había que hacer reverencias a una bandera, a un escudo, que eran usados para llevarlos a enfermar o a morir, por causas que no eran de sus incumbencias.
La representación en nuestros tatuajes es hoy tan diversa como en cualquier lugar del mundo. Ya vi algunos jóvenes cubanos que distinguen sus cuerpos con el rostro de algunos de esos últimos “héroes” cubanos. Conozco a dos muchachos de amplias y fornidas espaldas que decidieron distinguirlas; con el rostro del Ché Guevara uno, y el otro con el de Fidel Castro, y esas imágenes, no sé si por casualidad, aparecen a la izquierda de sus dorsos. Ambos son prostitutos, entregan sus cuerpos a cambio de dinero, a pesar de las imágenes que se hicieron fijar con tintas.
Son disímiles las reacciones de quienes gozan de sus cuerpos. Según cuentan, esos pagadores que disfrutan de sus “encantos” a cambio de dinero tienen reacciones diversas; están los que se desalientan, los que preguntan cómo es posible tatuar imágenes de esos hombres que despreciaron, condenaron, la homosexualidad y la prostitución, sin embargo a otros se les aviva el sexo y los deseos con esas representaciones, suponiendo que no solo poseerán al joven macho de virtuoso cuerpo, sino también a esos héroes representados en las espaldas de tales “pingueros”. ¿Quién lo iba a decir? ¿Quién podría pensar en las reacciones de estos hombres si se enteraran de esas devociones que muestran los poseídos…, y también los poseedores?
Esos dos cubanos tatuados ya pensaron alguna vez en hacer desaparecer esas imágenes de sus espaldas, pero luego lo dudan, a fin de cuenta, aseguran, no les ha ido tan mal, y hasta bromean cuando aseguran que mientras muchos cubanos culpan a esos hombres, y al comunismo que impusieron, de sus miserias, a ellos les va muy bien cuando aparecen extranjeros “desviados” que se exciten con esas hermosas geografías corporales que exhiben los muchachos, y también con el hecho de que lleven tatuados a unos héroes homofóbicos…, sin dudas el tatuaje en Cuba tiene sus sorpresas.