LA HABANA, Cuba.- El honorable sitial de “primer poeta de Cuba” ha sido reservado, al menos desde el punto de vista cronológico, a Don Silvestre de Balboa por su Espejo de Paciencia, escrito en 1608. No obstante, se ha considerado que, en sentido simbólico, es el habanero Manuel de Zequeira y Arango (1764-1846) quien ostenta tan distinguido reconocimiento en atención a la calidad de sus versos.
Nacido en una familia noble y acomodada, matriculó en el Seminario de San Carlos cuando tenía diez años. Allí estudió historia, literatura y cultura latina, además de trabar amistad con el Padre Félix Varela, a quien admiraba por su erudición y bondad.
Manuel de Zequeira eligió la carrera militar, que lo llevó a participar en numerosas expediciones tanto en las Antillas como en Venezuela y el Virreinato de Granada, alcanzando el grado de coronel de infantería. Una vez cumplido su servicio, regresó a La Habana para desposar a la aristócrata María Belén Cano y dedicarse de lleno a su pasión: la poesía.
Cultivó con éxito el soneto y la décima, que entonces eran muy populares entre los criollos. Su poema La Ronda está considerado como precursor de tendencias y movimiento literarios posteriores.
Zequeira fue uno de los cubanos que más trabajó en favor del desarrollo social y cultural de la nación. Estuvo muy vinculado al gobierno de Don Luis de las Casas y a la Sociedad Patriótica, que luego se convertiría en la Sociedad Económica de Amigos del País.
Alternó la composición de versos con el periodismo, convencido de que la literatura podía ser una vía eficiente para la reforma social. Colaboró con varios impresos, como El aviso de La Habana, El Noticioso Mercantil, El Observador Habanero y La Lira de Apolo. Fue el primer director del diario Papel Periódico de La Habana y fundó, además, El Criticón de La Habana, publicación que a menudo era redactada íntegramente por él.
En sus artículos para El Criticón… solía hacer gala de una deliciosa prosa humorística y una refinada crítica a la sociedad de la época.
En 1821 Manuel de Zequeira se trasladó a la provincia de Matanzas en calidad de coronel. Allí comenzó a dar señales de locura, mal que se fue agravando con el paso de los años, hasta su muerte, acontecida en abril de 1846.