LA HABANA, Cuba. — El 16 de enero de 1901, un año antes de que se izara la bandera de Cuba libre y se declarara, por fin, la república, nació Fulgencio Batista y Zaldívar en la municipalidad de Banes, provincia de Holguín. De origen humilde, con solo 20 años se incorporó al ejército, más por necesidad que por vocación, y a la par cursó estudios de periodismo.
En 1928 fue ascendido a sargento y destinado al Cuartel General de Columbia, en La Habana, donde se integró al círculo de militares que se oponía a la dictadura de Gerardo Machado. Al calor de la inestabilidad política que se produjo en la isla tras el derrocamiento de Machado, en 1933, Batista y un grupo importante de partidarios descontentos con la situación que atravesaba el país, promovieron un motín militar que concluyó con la instauración de un gobierno provisional encabezado por Ramón Grau San Martín.
En 1940 Batista fue elegido presidente. Durante su primer mandato (1940-1944) legalizó el Partido Comunista y declaró la guerra al nazismo en la segunda guerra mundial, tras el ataque japonés a Pearl Harbor. Impulsó además una serie de reformas que aliviaron la depauperada situación financiera del país: revitalizó la zafra, se produjeron significativos incrementos salariales, se creó la Caja de Retiro y Asistencia Social de los Obreros y Empleados de la Industria Azucarera, se creó la Comisión de Fomento Nacional, se inició el reparto de tierras a familias campesinas y se fortaleció el valor del peso cubano al incrementarse las reservas de oro.
Durante este período se acometieron también numerosas obras públicas: reparación y ampliación de la Carretera Central; ejecución de obras de regadío y refrigeración para optimizar y preservar la producción agrícola; construcción de nuevos alcantarillados, hospitales de elevada calidad, centros educacionales y une buena cantidad de edificios de apartamentos.
La historia de Cuba escrita después de 1959 se ocupó de resaltar únicamente los rasgos negativos de Fulgencio Batista, presentándolo como un dictador sanguinario y servil a los intereses de Estados Unidos, sin otros matices.
Es cierto que en marzo de 1952 cometió el error de dar un golpe militar que disolvió el Congreso y puso en moratoria la Constitución aprobada en 1940, la más adelantada de su tipo en Hispanoamérica.
La decisión de tomar el poder por la fuerza se debió, según varias fuentes bibliográficas, a la galopante corrupción en que se había hundido el país durante el gobierno de Carlos Prío Socarrás, con la proliferación del gangsterismo, la malversación de fondos públicos, los abusos y el desorden.
Aunque el golpe de Estado de Batista no causó muertes, su línea gubernamental de mano dura le ganó un fuerte repudio popular. Durante su mandato anticonstitucional el país progresó notablemente, pero la ola represiva desatada para contener al Movimiento 26 de Julio empañó todos sus logros como figura política, y terminó volviendo en su contra al Ejército y al pueblo.
A pesar de sus graves desaciertos, con su huida en diciembre de 1958 los cubanos no hicieron más que cambiar un tirano por otro mucho peor. Durante sesenta y cuatro años la dictadura instaurada por Fidel Castro no solo se dedicó a destruir metódicamente cuanto hicieron los gobiernos republicanos, sino que ha hundido al país, en pleno siglo XXI, en un nivel de miseria inaceptable, muy superior a la que existía en aquellos años de democracia imperfecta, pero funcional.
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