MIAMI, Estados Unidos. — El 15 de abril de 1959 el gobierno de Panamá denunció ante la Comunidad Internacional un plan de invasión por parte del recién instaurado gobierno de Fidel Castro. Días antes, un grupo de jóvenes que pertenecían al Movimiento de Acción Revolucionaria (MAR) habían asaltado una armería para acto seguido internarse en las montañas, haciendo un llamado a la insurrección.
Durante los siguientes seis días, la Guardia Nacional desplegó un operativo que puso fin al alzamiento, con la muerte y captura de varios guerrilleros. Así se supo que doscientos hombres estaban siendo entrenados en la provincia cubana de Pinar del Río, bajo las órdenes del comandante de la Revolución, Dermidio Escalona. La acción militar estaba siendo promovida por Roberto Arias, sobrino del expresidente de Panamá, Arnulfo Arias Madrid.
El 19 de abril, un buque con 85 tripulantes y armamento pesado partió de las costas cubanas. Dos panameños, entre ellos Enrique Morales —líder de la invasión—, y un estadounidense formaban parte de la expedición. El resto eran cubanos.
La Guardia Nacional de Panamá intentó impedir el desembarco, pero los invasores, imitando el modus operandi de Fidel Castro, se dividieron en varios grupos para establecer las bases del levantamiento en distintas localidades. No obstante, en los días siguientes, tres guerrilleros fueron capturados y presentados a la Comunidad Internacional como prueba de la operación militar organizada desde Cuba.
A finales de abril, una comisión de la Organización de Estados Americanos (OEA) se presentó en Panamá. Para entonces, la Guardia Nacional tenía rodeados a los insurgentes, quienes propusieron rendirse a cambio de que los retornaran a Cuba, a lo que las autoridades panameñas se negaron. El 1 de mayo, por orden expresa de Fidel Castro, los alzados se rindieron.
La intentona provocó un escándalo internacional que dañó la imagen de la Revolución Cubana y su caudillo. De inmediato llovieron justificaciones por parte de Ernesto Guevara, quien alegó que la Revolución “exportaba ideas revolucionarias, pero no la Revolución en sí misma”.
Fidel Castro, que se hallaba en Estados Unidos, se lavó las manos y calificó la invasión de vergonzosa, inoportuna e injustificada. El gobierno cubano tuvo que ofrecer garantías a Panamá de que un suceso similar no se repetiría.
La fracasada invasión fue el primer paso del enfriamiento diplomático entre La Habana y Washington. A partir de entonces, medios de comunicación y grupos de poder en Estados Unidos y América Latina, modificaron su percepción sobre las intenciones de Fidel Castro, cuyo interés siempre fue exportar la Revolución cubana a otros países del continente.
Las acciones en Panamá fueron el punto de partida para la diseminación de grupos guerrilleros y terroristas en varios países latinoamericanos, con el propósito de exportar la revolución cubana y desestabilizar la región.