LA HABANA, Cuba. – En muchas partes del planeta se celebra la Navidad. Para no pocos países la fecha es símil de alegría, de reconciliación, reunificación familiar, generosidad. Grandes y chicos la esperan con ilusión, pues para muchos es la época más bella del año.
En Cuba, desgraciadamente, no es así. Para una gran cantidad de cubanos esta es una época de precaución, de ostracismo, de frugalidad, de preocupación. Las ruidosas celebraciones de ciertos vecinos no son fuente de alegría para el resto, sino de molestias: la música a todo volumen, el humo de alguna fogata, a veces, incluso, en la acera para asar la carne de puerco o, los más pobres, para hervir una caldosa colectiva. Por estos días, el alcohol también comienza a apoderarse de la calle y se hacen frecuentes las manifestaciones de ebriedad en público. “Estoy tomando para celebrar el año malo”, me dijo un conocido. “Querrás decir el año bueno, o el año nuevo”, le rectifiqué. “No, el año malo”, me ripostó, “porque el que viene estará peor que este. Siempre el que viene está peor”.
Quien logró reunir recursos para ello, se apresura a reparar su casa antes del fin de año. Esto resulta casi siempre en abundancia de polvo y escombros, que con una ráfaga imprevista pueden llenar de arena o cemento el pelo, la boca y los ojos del transeúnte. Aunque en honor a la verdad, este año no hubo muchos escombros, pues hace meses que no hay venta de materiales, incluso varios rastros fueron cerrados, y quien ande con materiales por la calle se arriesga a la cárcel, si lo atrapan.
Otro gran contraste entre nuestras navidades y los festejos que se realizan en otros países es la ausencia de adornos en la vía pública. En toda la ciudad, principalmente en barrios como Lawton, hace años que casi nadie se atreve a adornar sus jardines y exteriores, pues no les caben dudas de que les robarían los adornos. Por estas fechas aumenta también la violencia y, en particular, los asaltos con fuerza y los robos al descuido. Durante todo el año, pero especialmente en diciembre, tampoco es recomendable llevar cadenas o adornos que parezcan de valor, pues los delincuentes están desesperados buscando dinero para alcohol y droga y alguna bazofia que puedan comer el 24 o el 31.
El transporte empeora tradicionalmente en diciembre y esta vez no ha sido la excepción. Las nuevas medidas impuestas al sector privado han generado la escasez de transporte unida a la abundancia de borrachos potencialmente violentos hacen desaconsejables los planes de reuniones familiares o festejos en lugares públicos.
Una de las pocas cosas agradables que todavía caracterizan esta época es el delicioso aroma de la carne de puerco, frita, asada o en chicharrones. Pero este diciembre, además de escasear, la protagonista de las comidas cubanas de fin de año ha alcanzado precios exorbitantes (55 pesos la libra de bistec). Por cierto, donde el Estado anunció ofertas más baratas (a 21 pesos la libra) hubo tumultos y batallas campales. El resto de la comida de fin de año (tomate, col, lechuga, yuca, frijoles) desapareció durante días y ahora reaparece a altos precios y provocando largas colas.
El vegetal que sí abunda este mes es la “zanahoria para el burro”, como decimos los cubanos: cada año el parlamento se reúne para dar parte de los resultados económicos anuales y anunciar prosperidad para el año entrante. Como siempre, en el 2018 hubo un “ligero crecimiento”, pero nada llegó al bolsillo ni a la mesa del cubano. “Ya no sé si mudarme para Pinar del Río, para Villa Clara o para Holguín. Cada vez que veo un resumen anual, ¡cada provincia está mejor que la anterior! ¡Y nosotros de bobos aquí en La Habana pasando hambre y necesidades!”, me comentaba con sarcasmo un vecino luego de ver el noticiero:
Este año termina con un presidente distinto, pero con la misma dictadura. El nuevo mandatario no solo no fue elegido por el pueblo, sino que los cubanos no supimos a ciencia cierta quién sería hasta el mismo día que lo anunciaron.