VILLA CLARA, Cuba. – Propuesto recientemente —por quienes rigen la Dirección de Viviendas— para convertirlo en casas improvisadas para familias damnificadas, la última embestida contra el magnífico edificio del Cine Cinema provino del huracán Irma (2017) que acabó con lo que le quedaba de techumbre e inauguró en él verde piscina.
Tras arrebatársele sin permiso la carpintería metálica, carteleras y cristales, los maderámenes aún útiles y hasta la última plancha de zinc galvanizado, el local devino espacio abierto para que transeúntes urgidos lo orinen, defequen, tengan sexo —con o sin violencia—, se trasiegue cualquier mercadería e intenten establecerse aquí, de manera temporal o permanente, errantes pobres y animales sin dueños.
El cine y salón de proyecciones era uno de los tres en activo previo al caos actual, los que al caerse casi al unísono empobrecieron el ya depauperado horizonte cognitivo del municipio, exactamente cuando la crisis en los noventa cerró la mayoría de las pantallas del país por falta de presupuestos con qué pagar las cintas que, de algún sesgado modo, aseguraban “nuestra indestructible amistad con los hermanos soviets y el resto del campo socialista”, agravado entonces por tan “revolucionaria” política que proclamó —mas prescindió de— “salvar lo que deba ser salvado”.
Considerado en su momento mezcla curiosa de art-decó con el eclecticismo apreciable en la región, la cimentación se produjo durante el esplendor constructivista en los años treinta del siglo XX, obra del arquitecto Silvino Payrol y desarrollada por Álvarez & Cía con los prestigiosos maestros constructores Pompello Prida y Francisco García al frente. Se inauguró el 2 de setiembre de 1948. Y terminó remozado, malamente, en 1982.
A comienzos de esta década, impulsado por clamores inversionistas del gobierno que jamás se concretaron, un cubano-americano rico quiso convertir el cine en discoteca, mediando convenio inconcluso con Madelyn del Río, funcionaria entonces del Sectorial de Cultura, quien resultó desvalijado de todos sus bienes y aquella directora defenestrada por corrupción.
A partir de 1959, la última de las salas de cine que fuera precedida por el teatro Cervantes (1925) y el Atenas (1910) —renombrado luego como América—, organizó proyecciones regulares durante tres décadas de toda la filmografía anterior al triunfo revolucionario, reproducidas en copias sin color por encargo supremo a la Cinemateca de Cuba.
Así, generaciones de jóvenes desinformados sobre acaecimientos precedentes, se dieron cita junto a nostálgicos expertos en matinés de cine que comenzaban a la una de la tarde casi todos los días, y se extendían hasta bien entrada la medianoche, compartiendo espacios donde se exhibieron antológicos ciclos fílmicos que abarcaron a la nueva ola y todos los clásicos del celuloide mundial, sin faltar, por supuesto, Mosfilm y nuestros parientes lejanos y socialistas de Eurasia.
La exciudad —y expuerto— que fuera alguna vez la próspera Villa Blanca, hoy no cuenta ni con un solo resquicio visual o formativo que merezca catalogarla como tal. Las instituciones culturales han desaparecido prácticamente en masa y las programaciones de actividades circunscritas al sector han cedido paso al empuje mercantil de los centros recaudadores de divisas, donde se ofrece un polémico refrito —mayormente musical— con nulas propuestas verdaderamente enriquecedoras.
La muerte reciente de varias personas con dengue, junto a la responsabilidad no asumida por las autoridades ante la tragedia, han desatado nueva campaña en pos de la erradicación del mosquito Aedes Aegypti, que no anida entre ruinas y vertederos, dicen, sino en hogares habitados, dada su probada domesticidad y apego a lo humano.
Inspectores y fumigadores arrecian con lupa dentro de las casas argumentando que “no se puede tener depósitos de agua limpia destapados, ni la más mínima yerbita en los traspatios, pues el enemigo sobrevive bajo disfraces naturales”.
Y a continuación, siguiendo raudas orientaciones, proceden a multar sin compasión al vecindario. Porque cualquiera ha olvidado vaciar un vaso espiritual, secado un charco de goteras, o tiene el césped crecido tras estas lluvias caniculares de agosto.
Han convencido a todo el mundo de que el zancudo no procrea en aguas estancadas. Y, por lo visto, estos yerbajos estatales que proliferan dentro del antro no darán cobijo al invasor por tan cultivado enraizamiento.
A la pregunta que a coro les hacen los multados sobre la preeminencia asombrosa de espantos parecidos por doquier, así como vectores en la zona que a ninguna dependencia gubernamental tributan, los inquisidores levantan brazos y rumian absoluto desconcierto. O desconocimiento. O cinismo.
Pues para ellos, semejantes depósitos mugrientos no representan real peligro. Al menos uno con consecuencias inminentes para sus meteóricas carreras en favor de devolver la salud pública que aún titila en la tribuna, el salario prometido (a punto de embolsarse) junto al aplauso que —sin matar mosquito— dará gloria personal y colectiva.
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