MADRID, España.- Aníbal Navarro, uno de los grandes bailarines de la historia de la danza cubana, apenas es conocido en la Isla; a pesar de haber bailado en los grandes escenarios de mundo, incluido el Molino Rojo de París, y de haber sido felicitado por “el rey del rock and roll”, Elvis Presley.
Navarro nació en 1917 en el pueblo de Jaruco, actual provincia de Mayabeque. Su infancia y adolescencia transcurrieron en Jaruco, pero de joven se mudó a estudiar en el colegio de Belén, en La Habana. En la capital se hizo miembro de la Sociedad Pro-Arte Musical, donde se despertaría su pasión por la danza. Allí conoció a varios bailarines internacionales que comenzaron a darle clases de danza a cambio de que Aníbal les enseñara español. Pero, sobre todo, influyó la visita a Cuba de la compañía rusa de ballet.
“Mi pasión por el ballet surgió de repente, de una manera impensada, cuando vi al Ballet Ruso actuar en el Auditórium. Fue una experiencia impactante y a pesar de los muchos años transcurridos no he olvidado nunca aquella función. La primera obra del programa fue Las sílfides, y solo con el cuadro que vi al abrirse la cortina me quedé sin respirar ante tanta belleza. A pesar de mi edad, me inscribí de inmediato en la Escuela de Ballet de Pro-Arte Musical, aunque en verdad ya hacía algún tiempo que aprendía ballet con Fritz Berger, un bailarín que la misma Pro-Arte había traído a La Habana para dar unas funciones en su teatro. Este señor me dio clases a cambio de lecciones de español, y lo mismo hice con una judía húngara que actuaba en Nueva York, Marga Detlevie, que me enseñó baile acrobático”, explicó Navarro en entrevista realizada por Espacio Laical unos años de su muerte.
De la visita de la compañía rusa surgió también una gran amistad con una de sus primeras bailarinas, Nina Verchinina, quien era hermana de Olga Morosova, entonces esposa de Wasily De Basil.
Nina Verchinina le consiguió a Aníbal un contrato con el ballet ruso y así comenzó una gira internacional en 1945. Al año siguiente regresó a Cuba para bailar, como miembro de la compañía. Fue la última vez que bailó en Cuba, con 29 años.
Posteriormente le siguió una serie de presentaciones exitosas con el Original Ballet Ruso y luego en Argentina, donde llegó a bailar en el Teatro Colón, uno de los más importantes del mundo. Allí tuvo como pianista acompañante a Dámaso Pérez Prado.
Navarro fue encaminando el ballet clásico hacia la danza contemporánea, mezclada con la música de cubanos como Ernesto Lecuona y ritmos afrocubanos; lo que también fue una apuesta segura. Él mismo creaba sus coreografías y diseñaba sus vestuarios.
Luego decidió probarse en Francia y viajó a París. En la capital francesa también fue bien acogido por el público y la crítica, con programas como Mambo, Eribó, Cumbia, Lamento africano, Bembé y Rapsodia negra, entre otros. En París fue contratado por el prestigioso Molino Rojo.
Además, conoció a la primera bailarina chilena Lissy Wagner, con quien surgió una gran complicidad. Con ella creó el dúo que nombraron “Inda (nombre artístico) y Aníbal Navarro. Bailarines Cubanos”. Se convirtieron en primeras figuras del Molino Rojo y en una de las parejas de baile más cotizadas de Europa.
En una de sus noches en el Molino Rojo, relata Aníbal Navarro, estaba con Inda en el camerino y se dieron cuenta de que “algo especial estaba ocurriendo en la sala”.
“Cuando salimos a escena, notamos que todo había vuelto a la normalidad y la noche se fue deslizando como siempre, con el desfile de artistas y de aplausos. Ya finalizado el espectáculo tocan a la puerta de nuestro camerino y, al abrirla, un empleado nos dice que una persona esperaba por nosotros para saludarnos. (…). Salimos al pasillo y nos quedamos de una pieza al comprobar que quien quería saludarnos no era otro que Elvis Presley, el causante del bisbiseo escuchado en la sala. (…) Creo que en algún momento nos dijo, para congraciarse, que `Cuba ser un país mucho bonito´, o algo así, pero cuando por poco nos mata fue cuando nos aseguró que nuestros bailes habían sido los números que más le habían gustado, los que más lo habían emocionado, de todo lo ofrecido aquella noche”, relató el bailarín.
Aníbal e Inda estuvieron bailando juntos durante 20 años. Recorrieron Grecia, África del Norte, Camerún, Turquía, Oriente Medio, Irán, Tailandia, Japón, Italia y otros muchos países.
Tras su retiro, Aníbal Navarro se dedicó a coleccionar antigüedades relacionadas con la danza y llegó a tener una de las colecciones más abundantes a nivel mundial. El exitoso bailarín murió en Madrid el 28 de febrero de 2000, a los 83 años.
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