LA HABANA, Cuba. — El 10 de noviembre de 2003 Naciones Unidas emitió una declaración conjunta en la cual condenó la gran hambruna conocida como Holodomor. Veinticinco países, entre ellos Rusia y Ucrania, firmaron el documento que luego suscribieron otras cuarenta naciones. Cinco años después, el Parlamento Europeo aprobó una resolución donde reconoce que el Holodomor fue un crimen contra el pueblo ucraniano y la humanidad; uno de los más monstruosos entre tantos perpetrados por el comunismo soviético.
Se estima que alrededor de cuatro millones de personas murieron de hambre durante aquel genocidio iniciado en 1932, que se extendió por más de un año. Informes desclasificados del entonces Comisariado Nacional para Asuntos Internos (NKVD) registran la muerte diaria de 25 mil personas a finales del invierno de 1933.
La política de colectivización impulsada por el tirano Iosef Stalin estuvo acompañada por un bloqueo a los escasos campesinos productores que aún conservaban sus tierras. La venta o el trueque de lo que se consideraba “propiedad colectiva” fue penalizada con diez años de cárcel. Los bolcheviques cerraron la frontera entre Rusia y Ucrania para evitar que los campesinos pudieran abandonar las zonas donde ya se hacía sentir la terrible hambruna.
Más que arrebatarles las cosechas a los campesinos, el objetivo de Stalin era eliminar los movimientos independentistas que se resistían a la ocupación soviética, y arrasar con la esencia misma del nacionalismo ucraniano, los valores y tradiciones que han constituido el pilar de su autonomía. Los ucranianos no se reconocen como parte de Rusia, aunque compartan raíces culturales.
El Holodomor es, probablemente, uno de los testimonios más aterradores de la maldad del comunismo soviético en su afán expansionista y adoctrinador. Al mismo tiempo, es una de las razones fundamentales por la que Ucrania resiste la constante presión de Rusia, que no renuncia a recuperar el terreno perdido tras la caída del campo socialista.
A noventa años del Holodomor, ambas naciones pelean una guerra que dura casi nueve meses. Ni rápida ni fácil ha sido la invasión de los rusos a suelo ucraniano, donde han sembrado destrucción y asesinado a civiles.
Sin embargo, los ucranianos no se amilanan. Resisten y avanzan, expulsando a las tropas de Vladimir Putin de las zonas ocupadas. Para ellos, Rusia será siempre ese vecino dispuesto a matarlos de hambre si no logra someterlos.
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