LA HABANA, Cuba.- El 19 de noviembre de 1837 desde la Estación de Trenes de Villanueva salió el primer tren hacia Bejucal, para convertir a Cuba en el séptimo país del mundo en contar con transporte ferroviario. Datos del libro “Edición Conmemorativa del Centenario de la Independencia (1902-1952)” ilustran: “Cuba posee, como pocos lugares del mundo, un elemento grande y vitalmente importante en su red ferroviaria. Sus vías férreas, que en total comprenden 17 470 km, equivalentes a 15,3 km por cada km2 de su territorio”. El texto destaca asimismo que para 1951 se emprendió el sistema de tracción por locomotoras Diesel eléctricas, de 1600 caballos de fuerza. En ese año también se pusieron en servicio los coches motor Budd, lo que mejoró notablemente la calidad del rodamiento.
Siempre recordaré aquel tren Budd en que a finales de los años 50 me trasladaba hacia la escuela rural donde trabajaba en Rodas. Como un reloj, a las 6:20 am arrancaba desde la Terminal de Ferrocarriles de la ciudad de Cienfuegos con rumbo a La Habana. Los coches eran climatizados, de acero inoxidable con asientos acolchonados forrados de vinil rojo. La tripulación era atenta, educada y muy profesional. Brindaban un servicio de calidad y exigían disciplina a los pasajeros.
Después de más de 50 años de abandono, el gobierno ha pretendido recuperar de un día para otro este devastado medio de transporte. El 23 de septiembre de 2010, el periódico Granma bajo el título “Al rescate del ferrocarril”, publicó: “La recuperación de la infraestructura ferroviaria se encuentra entre las prioridades del país. Para la rehabilitación de la línea férrea se ha concebido un cronograma de ejecución que va del 2010 hasta el 2013”. Sin embargo, ese proyecto no se cumplió, y la prensa oficialista se mantiene sorda y muda ante la crítica situación.
El 30 de marzo de 2011, en el órgano oficial del partido comunista, Raúl Castro expresó: “Para recuperar el sistema ferroviario, por ejemplo, estamos realizando una costosa obra, pero si no logramos también rescatar y mantener la disciplina en este sector, no servirán de nada las mejoras tecnológicas”. A casi 7 años de estas palabras, la situación es aún más complicada, pues no se percibe que las autoridades de Ferrocarriles de Cuba hayan tomado las medidas disciplinarias para brindar a la población un servicio de calidad y acabar con la falta de control de conductores y auxiliares, responsables de garantizar el orden y la disciplina en los trenes de pasajeros.
Por los días de fin de año, Andry Frómeta viajó con su esposa e hija desde Guantánamo hasta La Habana. Tuvo que hacerlo en el tren, porque aun a pesar de la propaganda del gobierno de garantizar el transporte durante esas fechas, no pudo reservar en ómnibus. Lamenta que en cada viaje se percata no solo de las malas condiciones de los trenes, sino también de la pérdida de valores de pasajeros y tripulantes. “Como siempre”, recuerda, “la mole rodante de hierro salió retrasada, según comunicaron por los altavoces, por problemas técnicos en la locomotora. Dos horas después, cuando anunciaron la subida a los coches, aquello parecía una estampida, y los atropellos de algunos machangos contra mujeres, niños y ancianos, eran de lo más indignante. Nos apartamos para esperar que se acabara el barullo, pues llevábamos una niña pequeña y no podíamos arriesgarnos a que la lastimaran”. Ya en el tren, algunos pasajeros reclamaban sus asientos, pues los números de algunos boletines estaban repetidos.
Era imposible encontrar comodidad en aquel infierno, entre el mal estado de los asientos, el trasiego de paquetes de vendedores y pasajeros, el insoportable hedor de los baños sin limpiar, el vocerío de los vendedores, que compiten con la tripulación pregonando de todo lo inimaginable: refrescos, bocaditos, botas, chancletas, camisas, pepinos de agua fría. Y sobre todo, ron, mucho ron, no faltaba más. Cada uno pone muy alta su música preferida mientras el ron y las palabrotas van y vienen. Los borrachos se agrupan alrededor de las botellas. En la noche, la oscuridad, las discusiones y el humo de los cigarros también impiden el descanso, mientras la indolente tripulación, en vez de llamar al orden y a la disciplina, consiente el vandalismo.