VILLA CLARA, Cuba.- Desde finales del pasado siglo, Caibarién adoptó la legendaria tradición —venida de otros confines del mundo— de festejar su anual carnaval veraniego engalanado viejas embarcaciones que antes se usaron para la pesca y el cabotaje. Algunas sobreviven aún en manos no estatales y aprovechan para cobrar ventaja —con qué costearse el calafate, la pintura y demás reparaciones— cuando resultan premiadas.
(Aunque nunca se sabe bien cuál ha sido el proyecto vencedor, ni qué cuantía se le otorga. Porque a veces sólo de un cerdo y una caja de cervezas es “la cosa”).
Con anterioridad, y durante algunos años del período pos-triunfo, se mantuvieron costumbres como traer orquestas nacionales y comparsas desde urbes más grandes y hacerlas desfilar desde lo alto de la playa hasta el bajo centro del pueblo. Periplo que podía tomar un día entero de arrolladora pachanga. A partir de 1970, con el capricho aflorando, pues se marchitaron los festejos y prohibieron las parrandas de fin de año.
En 1968 se había acabado definitivamente la cuota que para navidad distribuían las bodegas a cada núcleo familiar, y que apodaban como “aguinaldo”, procedente en su mayor parte de la invasiva España.
Como el municipio continúa dividiendo en dos bandos (La Loma y La Marina) a sus pobladores, aprovechan el rufián estío para mantener el enfrentamiento artístico y vituperante de barrios contrincantes, a pesar de ingentes traspiés. Mientras, algunos ilusos prorrogan en su mente las Parrandas que se esbozarían cada diciembre desde el año 1999, pero del decimonónico. Es decir, hace más de una centuria.
Ya se sabe que este año que corre tampoco habrá fiestas para tal fecha circunscrita a la Natividad del Señor, porque la muerte del comandante condujo a la posposición de la anterior, añadido el agravante ahora de que como resultado preliminar en muertos por derrumbes ocurridos en el área cercana al parque (Hotel Comercio), mantienen cercados los perímetros empleando vallas altísimas, las que ocupan la mitad de la calle por donde acostumbran transitar congas populares y carrozas.
Siquiera los trabajos de plaza, que son enormes construcciones de carpintería y luces inamovibles, se contempla financiar.
Por otra parte, se ha advertido del poder destructor de los fuegos de artificio, más el peligro de hacer estallar petardos explosivos con los que se acompaña sin falta a esas jornadas entusiastas de una verdadera guerra —jamás ocurrida pero prometida por el Partido—, que aquí, como en Remedios y otras zonas aledañas bajo el mismo arraigo afro-hispano del folclor, se suele romper tímpanos y mostrar igualmente inclementes con admiradores, detractores, quedados fieles, retornados ya desacostumbrados o sibilinos visitantes.
Pero veamos breves pasajes de este evento multitudinario y alternativo que nos adelantan, a modo de sustitutivo de aquella esfumada cuota de alegría, las autoridades provinciales, como si constituyera dádiva. Y escuchemos las opiniones de algunos participantes en esta edición provinciana del carnaval local, con la que se pretendió cerrar el período vacacional en toda Villa Clara, pues ningún otro municipio ostenta faustos semejantes (ni venden en ellos 0,33 litros de cerveza a 40 pesos, o cobran 25 por una manzana, ni le dan una vuelta a los nenes en artefactos de hierros retorcidos por medio dólar en estas fechas).
Recordemos que se trata de la Villa (1832) más Blanca de todo el céntrico territorio de la isla felicísima, surcada de vez en cuando por negros nubarrones.
Porque este sigue siendo un pueblo presuntuoso y altivo, ignorante de su esencia como hato de pescadores pobres bautizado como Cedulón de Bauzá (1873), los que luego crecieron hasta convertirse en remunerados trabajadores marítimos y expertos acuáticos de cayeríos, emigrados más tarde en masa a los EE.UU. por esas vías bien conocidas, quienes padecen del actualizado contagio del prurito cabrón de la ostentación.
(Como si todos fuésemos de hecho, millonarios/enjoyados/ruidosos e inauditos reguetoneros).